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¡Vete a vestirte!

ES lo que le espetó un diputado de Marruecos, a una mujer, cámara de televisión, que estaba en el hemiciclo haciendo su trabajo, vestida con pantalones vaqueros ajustados y una camiseta que dejaba al aire sus brazos. "¡Vete a vestirte!".

Eso fue hace años, pero ha ocurrido que aquel diputado intolerante, Abdelilah Benkirane, es secretario general de Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que el pasado fin de semana ganó las elecciones marroquíes y, por tanto, será encargado por Mohamed VI de formar un Gobierno que, tras la reforma constitucional auspiciada por el rey para contener el creciente descontento, tendrá más poderes que todos los ejecutivos anteriores.

De ahí el desasosiego. El PJD es un partido islamista, que ha logrado un rotundo triunfo en las urnas edulcorando su discurso ante la inminencia electoral. Se cuenta que Benkirane adoctrinaba a sus candidatos aconsejándoles que durante la campaña, cuando la gente les preguntara si iban a prohibir los bañadores en las playas o cerrar los bares, contestaran que iban a dedicarse a resolver los problemas del país, como el paro, la sanidad y la educación. Bueno, en realidad, han ganado sobre todo por su fama, merecida, de ser honestos, erradicar la corrupción y ayudar a los pobres.

Está ocurriendo con la llamada primavera árabe que a la caída de los regímenes dictatoriales le sucede el éxito de partidos cuyo objetivo fundacional es convertir la sharía (el Corán, los hechos y dichos de Mahoma y otros elementos de la fe musulmana) en ley. Un éxito que tiene que ver, claro, con las certezas que proporciona a una muchedumbre atribulada y mísera, y también con su ingente labor social que compensa las injusticias de los estados. Ha pasado en Marruecos, como hace un mes en Túnez y tal vez pronto en Egipto.

No creo que el islam sea incompatible con la democracia, pero su versión más extrema lo es expresamente: no puede ser democrático un Estado que convierte en oficial una religión, prohíbe u obstaculiza la profesión de otras religiones, no separa sus leyes civiles de las instituciones religiosas, impide a las mujeres conducir o acudir a ciertos lugares sin permiso de los maridos, se arroga el derecho a decirles cómo han de ir vestidas o consagra cualquier otra forma de inferioridad. Las masas árabes que se levantaron en primavera están tenido que optar entre los partidos tradicionales, que perviven entre la impotencia y la corrupción, y estas organizaciones que enarbolan la fe como el valor más seguro y la solidaridad como práctica cotidiana.

No sé hacia dónde evolucionará el partido de Benkirane, pero habrán visto las imágenes de celebración de su victoria electoral: la única mujer que salía entre muchos hombres era quien les servía el té.

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