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Uso y abuso del nombre de Dios

Las invocaciones a la intervención divina en los asuntos de este planeta han ido disminuyendo. Antes era frecuente decir «si Dios quiere» cuando se manifestaba la esperanza de que se produjera un hecho favorable o deseado. Los que han compartido las vacaciones este verano con los vecinos de un pueblo o de una urbanización, pienso que a la despedida «hasta el año que viene» no han añadido «si Dios quiere». Esta era antes la frase completa y habitual, que ahora se reduce al simple «hasta el año que viene».

Tampoco habían avisado a los parientes y amigos de que se irían a hacer un viaje, «si Dios quiere». «¡Dios mío!» es otra expresión que, si no ha caducado, está a punto de hacerlo. Ante una sorpresa, generalmente dolorosa, es mucho más frecuente exclamar: «¡Qué dices!». Me doy cuenta de que yo todavía digo, a veces, «¡la virgen!», sobre todo para mostrar mi asombro ante una barbaridad o un disparate. En castellano, «¡virgen santa!» suena aún más rotundo, pero la verdad es que, cuando utilizamos estas expresiones, no somos conscientes de que estamos hablando de la virgen.

También hay jóvenes que no dicen «adiós», sino «¡hala!». En este caso, creo que es simplemente una cuestión de moda, no una supresión deliberada de una referencia divina. «El niño cayó a la piscina, pero gracias a Dios no se ahogó». Este gracias a Dios es una fórmula integrada en el lenguaje civil; es como si dijéramos «por suerte».

En Estados Unidos, la congresista Michele Bachman dijo –luego aseguró que en broma– que Dios tendría que llamar la atención a los políticos para que los ciudadanos no sufrieran más terremotos y huracanes. Pero la broma no fue bien recibida por todos. Hay que tener en cuenta que cuando hace seis años se produjo la catástrofe del huracán Katrina, algunos líderes evangélicos relacionaron la tragedia con la práctica del aborto e incluso con un desfile de gais. ¿Se puede creer que un desfile de gais despierte la ira de Dios y lo demuestre provocando catástrofes naturales y víctimas humanas? Preparando un libro, he encontrado una cita de De Brehan que es una auténtica tontería. Dice así: «La naturaleza es el primer ministro de Dios».

Es más grotesca aún la afirmación del conde de Buffon, un naturalista muy reconocido: «La naturaleza es el trono exterior de la magnificencia divina». Que la magnificencia divina ponga en marcha una catástrofe con miles de muertos porque ha habido un desfile gay…, ¡válgame Dios!

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