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Unidas contra ‘El orden divino’

Hay determinados temas en los que la democracia debe hacerse a un lado. No hay muchos, pero sí unos pocos. Si, por ejemplo, se convocara un referéndum sobre la esclavitud, el resultado sería moralmente irrelevante. Ni siquiera un 99% de votos a favor podría justificarla. De igual forma, resulta inconcebible plantear un plebiscito en el que los hombres decidan sobre el derecho de las mujeres al voto, y sin embargo eso es lo que ocurrió en Suiza en 1971. No es una errata: 1971. Ayer, como quien dice. Hasta entonces las mujeres no pudieron votar en el país donde todo se decide votando.

El sufragio femenino dependía de los gobiernos cantonales hasta esa fecha, en la que se impuso a nivel federal tras el referéndum, pero hubo algunos territorios especialmente contumaces: habría que esperar hasta 1990 para que el cantón de Appenzell Rodas Interiores (de habla alemana y religión católica) permitiera a las mujeres ejercer el voto en los asuntos locales. Y no lo hizo por voluntad propia, tuvo que ser el Tribunal Federal el que los obligara a terminar con aquel sinsentido. “Es un problema de ética, de pura ética, reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos”, decía Clara Campoamor en 1931. “Solo aquel que no considera a la mujer ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y el ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre”.

La cineasta Petra Volpe narra la emancipación de las mujeres suizas en la película El orden divino y uno de sus aciertos es contar esta gran historia en minúsculas, desde la perspectiva de una ama de casa que un buen día decide que aquello tenía que terminar y se pone a la cabeza de la reivindicación en su pequeño pueblo. Nora (un personaje al que la actriz alemana Marie Leuenberger aporta una luz fascinante) está aburrida de pasar la aspiradora y lavar calcetines. Quiere trabajar fuera de casa, pero ni su marido (con buen fondo pero educado en el patriarcado más estricto) ni su suegro (el gran tirano de la familia) se lo permiten.

Al mismo tiempo, ve cómo su sobrina de 15 años acaba en un reformatorio porque se fuga a Zúrich con su novio en un intento por escapar de un pueblo en el que se asfixia y donde la insultan por haber salido con varios chicos. Ese será el punto de partida para el gran cambio.

Algunos críticos han encontrado un bonito paralelismo entre el personaje de Nora y el de Heidi, ya que Petra Volpe firmó en 2015 el guion de una estimable adaptación del clásico de Johanna Spyri: el mundo de ambas dará un vuelco en sus incursiones en la gran ciudad. Heidi aprenderá a leer en Fráncfort y Nora aprenderá el feminismo en Zúrich, un viaje que empieza para apoyar una manifestación en favor del sufragio universal y que terminará en una charla-taller en la que se enseña a las mujeres a conocer y a amar su vagina.

Esta es precisamente la escena que más críticas ha recibido y lo ha sido por una razón: incomoda a mucha gente. Por eso, solo por eso, resulta fundamental, tanto en la película como en la realidad. Porque de lo que se trata es de forzar el cambio, de zarandear el statu quo y, por qué no, de ofender al patriarcado. “Lo privado es político”, le dice a su auditorio la excéntrica conferenciante, poniendo el dedo en una llaga que sigue abierta en nuestras sociedades: el cuerpo de las mujeres y su propiedad. Nora, en palabras de la propia directora, “es una mujer que despierta y se convierte en un personaje político”.

No es casualidad que Volpe haya elegido para la banda sonora la conmovedora canción de Lesley Gore You Don’t Own Me (No te pertenezco). La letra dice así: No te pertenezco / no soy uno de tus juguetes / no me digas que no puedo ir con otros chicos / no me digas lo que tengo que hacer / no me digas lo que tengo que decir / y por favor, cuando salgamos / no me exhibas. / Porque no te pertenezco / así que no intentes cambiarme de ninguna forma.

El libro con el que la protagonista del filme toma conciencia política también está escogido con exquisita intención. Se trata de La mística de la feminidad (1963), de Betty Friedan, la mujer que hizo saltar por los aires el mito de la esposa sumisa promocionada por la publicidad americana de los años cincuenta, con sus delantales inmaculados y su tarta de manzana enfriándose en el alfeizar de una casa con jardín. Como ocurre a menudo con las obras maestras, aquel libro comienza con un párrafo rotundo:

“Era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una ansiedad que ya se sentía en los Estados Unidos a mediados del siglo actual. Todas las esposas de los barrios residenciales luchaban contra ella. Cuando hacían las camas, iban a la compra, comían emparedados de mantequilla de cacahuete con sus hijos o los llevaban en coche al cine, incluso cuando descansaban por la noche al lado de sus maridos, se hacían, con temor, esta pregunta: ¿Esto es todo?”.

En su película, Volpe refleja muy bien el azoramiento que la rebeldía de las mujeres produce en los hombres. Sigue ocurriendo hoy: la reacción extemporánea de algunos de ellos a las manifestaciones del 8 de marzo así lo demuestran, y es precisamente esa reacción (y no la liberación de las mujeres) la que evidencia la verdadera debilidad de estos hombres.

De igual forma, Volpe retrata con magnífica y perversa precisión a las mujeres que se oponen al feminismo. Entre las filas conservadoras ese tipo de respuesta no es extraña. Cristina Cifuentes, aún presidenta de la Comunidad de Madrid durante la huelga del 8 de marzo, fue muy clara cuando se hizo pública la convocatoria: “Ese día trabajaré aún más. Haré una huelga a la japonesa”. María Dolores de Cospedal, hoy candidata a presidir el Partido Popular, despreció aquel acto reivindicativo asegurando que no tenía “ni relevancia ni trascendencia”. Al día siguiente, la huelga de las mujeres españolas aparecía en las portadas de todos los periódicos del mundo. “El hecho de que las mujeres se pronuncien contra la igualdad con absoluta obediencia y más vehemencia que la mayoría de los hombres es un fenómeno que sigue observándose en la actualidad”, explica la directora de El orden divino.

En la película presenta a un personaje que es presidenta del llamado Comité de Mujeres por la Antipolitización, que trabaja en contra del voto femenino. “Desde la perspectiva actual, cuesta imaginar por qué multitud de mujeres lucharon en 1971 con tal intensidad contra el voto. A menudo eran mujeres formadas, intelectuales, damas del pueblo, que se habían acomodado y quizá simplemente no querían que sus cocineras también tuvieran voz”.

La diferencia de clase apuntada por Volpe es un argumento plausible para explicar por qué incluso en las corrientes progresistas ha habido voces en contra de conceder el voto a la mujer: Victoria Kent, por ejemplo, consideraba que las españolas no estaban preparadas para ejercer ese derecho en 1931. Su postura en aquel debate fue una cruz con la que tuvo que cargar toda su vida. Conviene que las mujeres que aspiran a ocupar un alto cargo político no lo olviden y empiecen a ponerse al día. Para empezar, podrían ver, por ejemplo, El orden divino.

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