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Una frivolidad trágica

La idea de que pueda haber realmente libertad de prensa sigue siendo completamente ajena a la mayoría de los gobiernos árabe-musulmanes.

 El grado de frivolidad trágica que han alcanzado nuestras sociedades a principios de este año 2006 les parecerá desconcertante a los futuros historiadores. Porque finalmente, en una época en la que sólo se habla de guerra de religión, en la que se acumulan cientos y cientos de miles de muertos, y en la que los monoteístas creen que pueden matarse entre sí en pleno corazón de la capital del universo monoteísta, nos mostramos sorprendidos por unas malas caricaturas. No digo que los creyentes deban disimular su sensibilidad y su emoción íntimas ante manifestaciones de burla. Son perfectamente comprensibles cada vez que se toca lo sagrado. Salvo que cada uno tiene su propia concepción de lo sagrado. Pero desearíamos que las opiniones públicas reservaran sus emociones y su reprobación para las espantosas imágenes de los bombardeos contra ciudades y los atentados contra civiles que alcanzan al alma misma de toda la humanidad.

 Ahora, algunos Estados musulmanes pretenden conseguir que se llame al orden a algunos diarios europeos, porque entre ellos es una práctica corriente. La idea de que pueda haber realmente libertad de prensa sigue siendo completamente ajena a la mayoría de los gobiernos árabe-musulmanes. Las opiniones públicas lo saben mejor que nadie y son ellas quienes lo sufren. Pero la capitulación de algunos periódicos ante semejantes ucases no es conforme al honor democrático. Si aceptamos que todas las religiones se unan para limitar la libertad de expresión y la libertad de prensa, estaremos simplemente en estado de regresión, por una parte, y de comunitarismo, por otra. Algunas comunidades harían una ley contra las leyes.

 Vayamos al fondo de la cuestión y a lo que yo he denominado su "trágica frivolidad". Digamos para empezar que las 12 caricaturas publicadas en el diario danés Jyllands-Posten no demuestran ni audacia estética, ni sensibilidad emocional, ni un sentido de la oportunidad política particulares. No se puede decir que se encuentre en ninguno de esos dibujos la gran herencia de Daumier, Salvador Dalí o, en otro ámbito, de Buñuel. En ellos, el arte, es decir, el genio, salvaba la provocación. Lo que salvó a Diderot con La Religiosa, a Voltaire ("Aplastemos al infame"), a Baudelaire con Las flores del mal y a Courbet con la representación de un sexo femenino titulado El origen del mundo, es una vez más el arte, simple y llanamente el arte. Por mi parte, estoy dispuesto a admitir todas las provocaciones artísticas que hayan podido tener como tema a Buda, Moisés, Jesús o Mahoma. Pero me parece insoportable que la vulgaridad sea lo único que ensucia lo sagrado. Si los surrealistas lo hicieron fue porque estaban al mismo nivel que el objeto de su profanación.

 Una vez dicho esto, que hace comprender la emoción, la reprobación y la condena despertadas por estas caricaturas, queda lo esencial, que es saber si el Estado puede arrogarse el derecho de prohibir, desterrar y sancionar. La libertad es una gran conquista. Tiene sus límites en las responsabilidades que la acompañan. No deberíamos hacer al prójimo lo que no nos gustaría que el prójimo nos hiciera a nosotros. La dificultad radica en que las sociedades difieren en lo que no admiten que se les haga.

 Las denominadas sociedades musulmanas consideran que se les hace una grave ofensa al pretender representar a Mahoma y atribuirle una responsabilidad diabólica. Opinan que esta ofensa pone en duda una identidad que es inseparable de la fe. Un ciudadano es en primer lugar un creyente.

 En cambio, para una mayoría de monoteístas o agnósticos de Occidente, no parece contrario a la verdad ni ofensivo para la fe observar que en nombre de Yahvé, de Jesús y de Mahoma, algunos creyentes puedan dedicarse a cometer crímenes contra la humanidad. La Biblia está llena de relatos de guerra en los que el papel de Dios es dominante. Los cristianos inventaron las Cruzadas y la Inquisición, lo que no es en absoluto indiferente. ¿Por qué no se podría decir que algunos musulmanes utilizan el nombre de su profeta para entregarse a vergonzosos crímenes?

 Se trata de una diferencia de cultura que está muy próxima a una incompatibilidad de concepciones. Los unos han sacralizado la ley y los otros la fe. Pero hay también una filosofía de la libertad que es diferente. No data de hoy. En la Edad Media, Averroes, un gran musulmán nutrido por Aristóteles, intentó trazar los límites de la fe para liberar al pensamiento. Los musulmanes, más tarde, no han creído necesario aprovechar el mensaje de su personalidad más importante contra el pensamiento teológico. Hasta el Siglo de las Luces no hemos dejado de enfrentarnos por las nociones de tolerancia y libertad. Voltaire sentó los principios de una civilización cuando escribió: "No estoy en absoluto de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte para que nadie le impida decirlo". Era la idea de que podía haber varias verdades y de que se tenía la libertad de elegir una. Dicho de otro modo, las caricaturas del periódico danés pueden ser condenadas en nombre del arte y de la sensibilidad. Pero no pueden prohibirse en nombre de los principios de una civilización.

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