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Una fiesta religiosa divide a Irán ante el partido con Corea del Sur

Los más conservadores piden que se suspenda el encuentro porque coincide con la celebración de la Ashura

El fútbol se ha convertido en el nuevo terreno de enfrentamiento de conservadores y progresistas en Irán. No es que unos y otros respalden a equipos distintos, sino que discrepan sobre si la selección nacional puede enfrentarse a Corea del Sur el martes, para la calificación a la Copa del Mundo. El encuentro coincide con la noche de Ashura, una de las fechas más sagradas del calendario religioso chií, cuando los seguidores de esta rama del islam conmemoran el martirio del imam Husein, uno de los nietos de Mahoma. Se trata de una ceremonia luctuosa durante la que está mal visto mostrar alegría.

“¿Cómo se puede impedir el júbilo del público si Irán marca gol?”, le preguntó hace unos días el ayatolá Yazdí al ministro de Deportes, Mahmud Goudarzi, en una carta en la que le pedía que cancelara el partido. El clérigo, que preside la Asociación del Profesorado del Seminario de Qom, se mostraba preocupado por la posibilidad de “que ocurra algún sacrilegio” y prometía al político que si lo suspendía, “se ganarán tantos beneficios y prestigio que igualarán los consiguientes daños”.

La polémica estaba servida. Los voluntarios islamistas de Ansarolah (literalmente, Partidarios de Dios), apoyados por los sectores más conservadores de la sociedad iraní, organizaron una manifestación tras las plegarias del pasado viernes y acudieron ante la Embajada de Corea del Sur en Teherán para convencer a ese país de que aceptara cambiar la fecha del partido. Tal posibilidad fue rechazada tanto por la Federación de Fútbol Surcoreana como por la FIFA.

“Hay que tener en cuenta que la Federación de Fútbol Iraní no es el único ente competente”, señaló por su parte el director de las selecciones nacionales de Irán, Mohamad Reza Saket.

Con lo que tal vez no contaban los piadosos, es con que hasta los diputados conservadores son muy aficionados al deporte rey. Ali Motaharí, vicepresidente del Parlamento y uno de los legisladores más futboleros, reaccionó de forma tajante. “La cancelación del partido tendría daños irreparables”, dijo tras comparar las objeciones del ayatolá Yazdí a “las medidas de la iglesia católica de la Edad Media”. “Me parece que la excesiva susceptibilidad al respecto tiene efectos contrarios para la religión (…) y hace que la gente se distancie de esta como ha ocurrido en Europa”, aseguró.

Alaeddin Borujerdi, el jefe de la Comisión de Seguridad Nacional y Política Exterior del Parlamento, zanjó la cuestión el pasado domingo al anunciar el visto bueno de esa comisión al partido. “Si Irán no juega contra Corea del Sur, perderá otros dos partidos próximos. Tras considerar la situación, se ha tomado la decisión de celebrarlo con todo respeto al espíritu de Ashura”, explicó el diputado.

Entretanto otro destacado clérigo había dado con una solución salomónica. “Si hay que celebrar un partido de fútbol en la noche de Ashura (…) todo el espacio del estadio tiene que cubrirse de negro y el público en vez de aplaudir los goles tiene que corear el nombre de Husein”, sugirió el ayatolá Mohamad Ali Movahedi Kermaní.

No está claro si la federación iraní va a seguir sus consejos, pero el riesgo de quela alegría de un eventual triunfo de la selección lleve a los aficionados al sacrilegio no se acaba mañana. El partido de Irán contra Uzbekistán previsto para el 13 de junio de 2017 también coincide con otra de las (numerosas) celebraciones iraníes de duelo, el martirio de Alí, el primer imam chií y la figura más venerada en esta rama del islam después del profeta.

Aunque no es la primera vez que las fechas de partidos fijados por la FIFA coinciden con fiestas religiosas en Irán, nunca antes había causado tanta polémica, lo que muestra que el conflicto entre religión y deporte tiene también un ángulo político. En un país donde el deporte, y sobre todo el fútbol, es lo único capaz de competir con la religión por la pasión de las masas, estas críticas de los conservadores constituyen un instrumento de presión al Gobierno de Hasan Rohaní a menos de un año de las elecciones presidenciales.

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