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Un tupido velo y un rezo por las víctimas de abuso

Las iglesias católicas en España celebran sus misas dominicales entre el silencio absoluto y discretas alusiones a los escándalos de pederastia

Mientras el Papa Francisco, de viaje en Irlanda, la zona cero de los abusos, ha insistido en pedir perdón por unos hechos que ahora también a él le acusan de haber encubierto, los religiosos españoles se mantienen en el dilema de correr un tupido velo o sumarse a la condena, aunque con tibieza. La misa dominical, la celebración más importante de la semana para el catolicismo, fue el escenario escogido por algunos curas del país para hacerse eco del mensaje transmitido por el pontífice en los últimos días en una carta y en el Encuentro Mundial de las Familias. Es el caso, por ejemplo, del vicario de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares (Madrid), que a pesar de que dejó transcurrir la homilía sin ninguna mención al espinoso escándalo de la Iglesia Católica, aprovechó el último momento del oficio religioso para pedir una oración por las víctimas y “misericordia” con los autores de los abusos. También en el Templo Votivo del Mar, en el turístico municipio de Nigrán (Pontevedra), el sacerdote llegó a decir escuetamente “pidamos a Dios por los casos de pedofilia” entre el sermón y el Credo, durante la abarrotada misa de las ocho de la tarde. Sin embargo, en otras ceremonias todavía más concurridas, como la del mediodía en la iglesia del Sagrario de Sevilla y la internacional “misa del peregrino” en la catedral de Santiago, no se pudieron escuchar alusiones a pesar de que la pederastia no da tregua al Vaticano en los últimos meses, con los descarnados casos de Pensilvania, Australia o Chile.

Mientras el Papa participaba en el encuentro de familias en Dublín, en la misa de las once y media en Santa María la Mayor de Alcalá el vicario parroquial, Carlos Clemente, hacía referencia a los abusos sexuales por parte del clero pero no profundizaba demasiado. Pedía a Dios por las víctimas y “la misericordia del Señor” para quienes cometieron los delitos. Clemente hablaba ante las más de 150 personas que ocupaban la larga fila de bancos que separa el altar de la puerta cuando al final añadió esta última súplica. Tomó la palabra tras haber leído la lista de ruegos uno de los dos sacerdotes que le acompañaban en el altar. Minutos antes, durante la homilía, no había habido ninguna referencia a este tema y el reverendo se limitaba a comentar las lecturas del día.

Antes del “podéis ir en paz”, el cura llamó por sus nombres a los pocos niños del Catecismo que no se han ido de vacaciones, y les pidió que subieran al altar a cantar el Padre Nuestro. Ya a la salida de la Iglesia, los fieles, en su mayoría personas mayores, se mostraban de acuerdo con el gesto del párroco de hacer referencia a los abusos. “Me parece estupendo, es una forma de ayudar a esas personas que han sufrido”, opinaba María del Carmen de la Plaza: “De la Iglesia no se puede expulsar a nadie, el que se dé por aludido que encuentre el camino y el perdón”.

Sin embargo, otros fieles no quedaron tan satisfechos: la referencia les pareció demasiado escueta. Según Fernando, que no quiso dar su apellido, el cura “no se mojó demasiado; este es un tema que debería haber desarrollado más”. Tanto para este feligrés como para su esposa, la Iglesia comete un error tratando con secretismo los abusos en lugar de afrontarlos directamente y tomar medidas. “Yo creo que se hace así porque hay muchas presiones”, justificaba de todos modos. “Este Papa habla bastante del tema, pero está muy presionado”, insistía.

Aunque todos los preguntados valoraban positivamente el ruego del vicario, para algunos la misa no es lugar para extenderse sobre este tipo de cuestiones. “No nos gusta que se metan en política y esas cosas, pero esto ha estado bien”, reconocía Lola, que tampoco daba su apellido. Muy cerca de ella, una joven con acento extranjero se posicionaba a favor de la libertad de expresión del cura: “Venimos a escuchar su opinión y está bien que diga lo que quiera; en otras iglesias harán lo mismo”, aventuraba.

Una hora después, en Sevilla, no se escuchaba ninguna réplica de ese mensaje del Papa con epicentro en Irlanda. En la iglesia del Sagrario oficiaba la misa de 12.30 horas el párroco Manuel Cotrino. Por su ubicación, el templo de estilo barroco, integrado en la gran manzana formada por la Catedral, congrega a sevillanos y turistas. A pesar de que el sacerdote no había mencionado el incómodo tema, a la salida la mayoría de los feligreses conocía el mensaje que Francisco lanzó el pasado lunes. “A mí aún me cuesta creer que un cura sea capaz de abusar de una criatura, cada vez que escucho o me cuentan sobre un nuevo caso me echo las manos a la cabeza, se me parte el corazón al pensar que eso le pueda pasar a uno de mis nietos”, reconocía Flor Rodríguez, jubilada del barrio del Arenal. “Siempre comparo este tema con el de la corrupción política, que uno robe no significa que ya todos roben”, defendía a su lado su hermana Pilar. “No se puede ir diciendo ya que todos los curas son pederastas, qué barbaridad. Estos escándalos han hecho y están haciendo mucho daño a la Iglesia”, lamentaba luego. “Es algo despreciable, inhumano”, apuntaba otra feligresa que prefería no aparecer con su nombre en la prensa, como muchos de los entrevistados.

La mayoría de los feligreses consultados por el periódico se limitaron a condenar los abusos y a pedir que no se vuelvan a repetir, pero no entraron a valorar el papel de la Iglesia. “Ese ya es un tema más complejo, habrán hecho lo que podían”, decía Flor Rodríguez. Pocos son los que sí critican a la institución: “Ha estado mirando hacia otro lado en este asunto durante muchos años”, condenaba José Gómez, de 51 años. “Estos escándalos se repiten una y otra vez; no creo que la carta del Papa vaya a cambiar mucho las cosas de aquí en adelante”, comentaba desesperanzada Laura Montes, de 21 años y estudiante de Historia. “Yo lo que pido es que Dios les dé luz a estas personas y, siguiendo la homilía de hoy, que su fe les ayude a superarlo”, rogaba Pilar Rodríguez.

La fe, ese “don de Dios” que se tiene o no se tiene, era igualmente el eje de la homilía que en el otro extremo de la Ruta de la Plata, a 970 kilómetros de Sevilla, pronunciaba en la multitudinaria misa de 12 (la “del peregrino”) Elisardo Temperán, canciller secretario del arzobispado y prefecto de ceremonias de la catedral de Santiago. “El domingo es el día en que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte”, proclamaba para recibir a los fieles. El auditorio no podía ser más propicio para diseminar por el orbe el mensaje de contrición de la Iglesia ante los abusos sexuales sobre miles de menores que han salido a la luz, porque entre los 2.000 asistentes que lograban entrar haciendo cola antes de que los guardias de seguridad cerrasen la basílica había peregrinos de toda España y de medio mundo.

Temperán se tomaba su tiempo al principio en citar las nacionalidades, y los había argentinos, brasileños, uruguayos, alemanes, italianos, británicos, coreanos y llegados de Estados Unidos, donde un brutal informe del gran jurado ha identificado a más de 1.000 víctimas por parte de unos 300 religiosos en Pensilvania. En el altar mayor, como suele ser habitual en la catedral compostelana, participaban como cooficiantes tres decenas de sacerdotes católicos arribados también en peregrinación. Los había italianos, mexicanos, austriacos, polacos o de Australia, otro de los países golpeados recientemente por la pederastia en la Iglesia. Pero en el sermón no se mentó el gran escándalo.

La misa de la catedral es larga pese a que la homilía no se extiende demasiado. Entre otras partes, en una hora hay que condensar presentaciones de grupos de peregrinos, intervenciones en varios idiomas, la lectura de un oferente -que en este caso representaba a los scouts de una parroquia de Puebla de la Calzada (Badajoz) y contaba su sexto reencuentro con el Camino-, una concurrida comunión y el espectacular baile del Botafumeiro, el momento más esperado de la celebración. Así que en medio de todo esto, de la eucaristía, los cánticos y las lecturas, el sermón fue breve y versó sobre esa fe que permite “ver a Jesús” presente en cada paso del Camino, porque “detrás de todo está el Señor”, “más cerca de nosotros que nosotros mismos”, ayudándonos a “llegar a la meta”, incluso “en las ampollas”, y “en la mochila que nos da un montón de lecciones”, fue hilando el religioso sus palabras, enfocadas a la experiencia jacobea de quienes lo escuchaban. “Yo creo que el cura hizo bien”, comentaba después la mexicana Alicia Márquez, una de los presentes. “No es la Iglesia la que debe pedir perdón, sino los abusadores en su propio nombre. Porque la pederastia es una enfermedad que está en todas partes, no solo en la Iglesia, lo mismo que en todas partes hay buenas personas”.

“La Iglesia ha sido cómplice y no es un asunto que se solucione tan fácil. No basta con pedir perdón y hacer un llamamiento a que no se encubra”, opinaba por su parte, a la salida de la misa en Sevilla, Luisa Gil, cacereña de 39 años. “Pero sí es cierto que ya es un paso”, puntualizaba su marido, Carlos Caballero, que defiende que si la institución quiere dar otra imagen debe actuar como lo hizo el pasado martes en Málaga. El obispado decidió suspender a un párroco que un día antes había sido detenido, junto a otros tres hombres, por tener y compartir material pornográfico infantil. “Ante la primera señal o acusación de que se pueden estar produciendo esos abusos, la Iglesia debe ser tajante si quiere recuperar la credibilidad en este asunto”, opinaba el hombre. “¿Y dónde queda la presunción de inocencia? Ahí discrepo un poco, ¡es un asunto tan delicado!”, se apresuraba a suavizar su esposa.

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