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Un salafista contra el Ejército del Líbano

Poco antes de las cinco de la tarde, cuando parecía que una precaria calma se había instalado en Sidón, el enésimo enfrentamiento entre el Ejército libanés y los seguidores del jeque salafista Ahmad Assir -atrincherados en la mezquita Bilal bin Rabah- sorprendió a los vecinos de Abra justo cuando algunos se atrevían a abandonar su barrio, convertido desde el domingo en zona de guerra. Un intenso tiroteo, salpicado por el lanzamiento de RPG y disparos de artillería pesada, estrechaba el cerco contra el complejo religioso facilitando un nuevo despliegue de soldados libaneses que, en grupos de dos, patrullaban las calles adyacentes en busca de milicianos a la fuga. “¿Han visto a alguien?”, preguntaba a los vecinos que se atrevían a asomarse por las ventanas de las viviendas, con la curiosidad irresponsable de quien está demasiado habituado a la guerra. No fueron en esas calles sino unas decenas de metros más allá, en las proximidades del campo de refugiados palestinos de Ain al Hilweh, donde al menos seis combatientes del jeque Assir serían detenidos, uno de ellos cubierto con un niqab, en lo que parecía una repetición de los acontecimientos de Nahr al Bared, cuando en 2007 otro grupo extremista islámico, Fatah al Islam, desafiaba al Estado libanés declarando un emirato islámico en el campo de refugiados palestino. La respuesta del Ejército supuso cuatro meses de combates -168 soldados perecieron en lo mismo, así como 250 milicianos- que terminaron cuando los últimos supervivientes, con su líder Saqer al Absi al frente, huyeron disfrazados de mujer.

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Militares libaneses buscan seguidores del radical Assir en los accesos a Abra. (M. G. P.)

Los acontecimientos de los dos últimos dos días en Sidón, 40 kilómetros al sur de Beirut y puerta al sur del Líbano –donde están instalados los 12.000 soldados internacionales de UNIFIL- vuelven a enfrentar al Ejército con un grupúsculo extremista, si bien el contexto regional convierte al enfrentamiento en el posible detonante de una nueva guerra civil. El jeque Ahmad Assir, hace dos años casi un desconocido en el país del Cedro, ha aprovechado la ausencia de liderazgo suní –con el principal jefe de la comunidad, Saad Hariri, residiendo en Europa y Arabia Saudí desde hace dos años por “motivos de seguridad”- para captar seguidores mediante un virulento discurso sectario basado en su feroz oposición a Hizbulá, el principal partido chií del Líbano y actual socio activo del régimen de Damasco. Con las sensibilidades de la guerra siria en plena expansión y la llegada masiva de refugiados sirios, Assir lo tuvo fácil para captar la simpatía de una minoría de la comunidad suní libanesa, no tanto por su ideario radical sino por la ausencia de líderes que representen sus inquietudes. Pero su drástica decisión de declarar la guerra contra el Ejército libanés –definido por el jeque salafista como “el Ejército de Irán, de Hizbulá, del shabiha Nasrallah”- le ha llevado a convertirse en un proscrito. Las últimas informaciones afirmaban que el clérigo, así como su hombre de confianza Fadl Shaker –un conocido cantante libanés convertido en salafista que ayer se jactaba en este video de haber matado a dos soldados libaneses, “dos perros, dos cerdos”– habrían huído de Abra de mañana, horas antes de que el barrio cayese bajo el control de los uniformados.

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Una columna de humo asciende del barrio de Abra, en plenos combates. (M.G.P)

Han sido dos días de intensa batalla, que comenzaron el domingo cuando en uno de los puestos de control del Ejército fueron detenidos dos seguidores de Assir portando armas. En respuesta, los seguidores del jeque dispararon un lanzagranadas contra el puesto, incendiando un vehículo militar: cuatro soldados murieron en el acto en un ataque que sobrecogió a todo el país. La decisión de los mandos fue detener a los responsables, pero para ello debían entrar en la mezquita de Bilal bin Rabah, fuerte de Assir y sus acólitos, situada en medio del barrio de Abra, un núcleo de población densamente poblado. El fuerte despliegue militar, sumado a los incesantes combates, transformaron Sidón en un “infierno”, como explicaba Kamal abu Karim, dueño de una cafetería situada en la Corniche y miembro del Tanzim al Shaabi, brazo militar de la Organización Popular Naserista, el partido pro-sirio, aliado con Hizbulá, de Ossama Saad. “Este Ejército es pequeño y débil, no conoce nuestras calles. Tenemos miles de esquinas y el Ejército no las puede controlar. Es muy fácil para la gente de Assir distribuir grupos pequeños de francotiradores que disparen desde las ventanas”. Eso explicaría el hecho de que los disparos llegaran a alcanzar toda la ciudad, incluido el paseo marítimo, donde ayer sólo eran visibles los soldados y podían observarse daños materiales producto de los disparos. “Cuando les veo les digo: ‘no asoméis las cabezas por el blindado’. Son chicos jóvenes e inexpertos, por eso están cayendo tantos”, prosigue Kamal con parsimonia, negando con la cabeza antes de añadir. “Todos estamos nerviosos y tenemos nuestras armas listas. Queremos ayudar al Ejército, pero nuestros líderes no nos dejan”.

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Las calles de Sidón, desiertas por los combates. (M.G.P)

No parecía ser el caso de los milicianos de Hizbulá y Amal. Desde el barrio chií de Hareth Saida, se participó con las armas en el ataque contra el sheikh y eran visibles hombres armados en coches en dirección a la zona. En el Hospital Raei, uno de los mayores de Sidón, la llegada de dos periodistas desató un revuelo de hombres con pantalones paramilitares, radios de onda corta y algunos de ellos, con el lazo amarillo atado al brazo que señala la militancia en Hizbulá. Según fuentes citadas por el diario Daily Star, los cadáveres de cuatro combatientes de Hizbulá habrían sido transportados a ese centro y 15 heridos fueron ingresados en diferentes hospitales de la ciudad. “Aquí no hay ningún responsable que pueda hablar. Es mejor para ustedes”, se disculpaba un médico mientras dos hombres exigían revisar las fotografías tomadas antes de decidirse finalmente por llevarse la cámara, que sería devuelta tras comprobar que no se habían captado fotos en el interior del centro médico. Los informadores fueron invitados a marcharse. Nada más lejos de la actitud que mostraba el personal del Hospital Hammoud, en el centro de la ciudad. Allí, el doctor George Haidi ofrecía un somero balance de la noche anterior. “Hemos recibido 22 soldados heridos, de los cuales seis han fallecido, y cinco o seis civiles heridos. Entre las cuatro y las seis de la mañana, llegaban de cuatro en cuatro, todos con heridas de bala. El principal problema es que la gente sigue atrapada en Abra, y no se puede evacuar a los heridos por el cerco militar”. Horas después, las cifras se revisarían: al menos 17 soldados, entre 25 y 40 combatientes y dos civiles perdieron la vida en dos días de combates. Un centenar de soldados, 50 civiles y 60 milicianos resultaron heridos, según estimaciones del Daily Star. “No podemos hacer más porque el barrio está lleno de civiles”, explicaba un oficial a cargo de una brigada estacionada en el paseo marítimo. “Los milicianos se han pasado la noche saliendo y entrando en Abra entre disparos. Ha sido una noche muy dura”.

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Un coche con evidentes daños abandonado en el paseo marítimo de Sidón. (M.G.P)

“La solución se está demorando por la presencia masiva de francotiradores”, explicaba por su parte el líder de la Organización Popular Naserista, atrincherado en su sede y protegido por hombres armados. Si la presencia del Ejército libanés era abrumadora, las milicias no involucradas en los combates también eran visibles. En barrios donde ondeaban banderas de Amal, en las proximidades de la mezquita Al Quds, donde oficia el sheikh suní pro-Hizbulá Maher Hammoud o en la calle que lleva al cuartel general de Ossama Saad, entre otros muchos puntos de la ciudad, eran perceptibles grupos de hombres con ropa de camuflaje y chalecos militares que empuñaban fusiles de asalto, dispuestos a intervenir si recibían la orden. Especialmente preocupante es la proximidad del campo de refugiados de Ain al Hilweh, donde los principales grupos armados habían anunciado que se mantendrían al margen del enfrentamiento interlibanés pero varios grupúsculos extremistas se habían unido al sheikh Assir, disparando contra el checkpoint del Ejército que custodia el abigarrado campo en el barrio vecino de Tamir.

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Dos jóvenes tratan de sofocar neumáticos ardiendo en Sidón. (M.G.P)

“Assir no está actuando solo, tiene grupos palestinos y sirios a su lado”, continuaba Saad. “Desde el pasado martes, se ha concentrado en movilizar a los grupos takfiris [radicales suníes] en toda la zona y ha atraido a Jund al Sham, Fatah al Islam y Bilal al Badr, que ayer bombardearon con morteros Hareth Saida”. Se calcula que los tres grupos no suman más de 100 combatientes, y que los adeptos del sheikh no superaban los 300 hombres. Ossama Saad también acusaba a Assir de haber reclutado a sirios para combatir en sus filas, un extremo esgrimido s por otros políticos del 8 de Marzo como el cristiano Michel Aoun, socio estratégico de Hizbulá, quien no dudó en vincular la presencia masiva de refugiados –un millón ya en el Líbano, con 4 millones de habitantes- a los acontecimientos en Sidón. “Hemos recordado en diferentes ocasiones que hay que prestar atención al flujo de refugiados para prevenir su transformación en rebeldes que combatan al Ejército”, decía el general cristiano en unas polémicas declaraciones que prometen avivar el rencor existente en el Líbano contra los huéspedessirios. “El Gobierno no está controlando la situación y hemos advertido repetidamente de ello sin que se hayan tomado medidas para vigilar el flujo de refugiados”, prosiguió en referencia a un Ejecutivo en funciones del que su partido político no sólo forma parte, sino que tiene derecho a veto.

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Carros de combate del Ejército libanés se desplazan por Sidón. (M.G.P)

Los acontecimientos en Abra dejaron a los civiles atrapados bajo el fuego de armas ligeras y artillería pesada. La Cruz Roja libanesa tenía dificultades para acceder al barrio a evacuar heridos, y la mayor parte de la población quedó atrapada por el cerco militar. El resto de Sidón quedó secuestrada por la violencia, y las calles amanecieron desiertas, con la mayor parte los negocios cerrados. Por la tarde, en una pausa de las pausas que precedieron al asalto final, era posible ver civiles, a pie, cargando con bolsas de pan o alimentos frescos, rumbo a sus casas. Los combates de Sidón tienen un potencial desestabilizador espeluznante. Para acabar con los pistoleros de Assir, el Ejército libanés –única institución que sigue funcionando en un Estado fallido contagiado por la guerra civil siria, donde ya existen frentes en Akkar (Norte), Hermel y Bekaa (Este) y Sidón (Sur)- ha debido tomar la mezquita de Bilal bin Rabah, de cuyo edificio surgían ayer espesas columnas de humo negro. El mando militar se apresuró a destacar su “respeto” por los centros religiosos, aclarando que “hombres armados han disparado al Ejército usando centros religiosos como barricadas, y convirtiendo civiles en escudos humanos para evitar la confrontación directa”. En las imágenes difundidas en directo tras la caída de la mezquita, se podían ver armas automáticas abandonadas en su interior.

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Dos niños aprovechan una pausa en los combates para aprovisionarse de pan. (M.G.P)

Las imágenes de los accesos a la mezquita Bilal bin Rabah ofrecidas por las televisiones libanesas eran las de un campo de batalla. El edificio que albergaba la mezquita presenta múltiples impactos de artillería y parte ha quedado calcinado; en el exterior, multiples destrozos materiales en forma de incendios, impactos de cohetes y granadas y automóviles destrozados daban fe de la crudeza de las horas vividas en este humilde barrio en el que Assir, abierto promotor del conflicto interreligioso en el Líbano a costa de la crisis siria, se hizo fuerte. “A todos nos sorprendió porque se Assir había prometido parar los combates hasta después de los exámenes universitarios”, decía Ghassan Zaatari, responsable de Sidonia News. Se refería a los enfrentamientos que ya estallaron la semana pasada en Abra entre los partidarios de Assir y hombres armados en Hareth Saida, en lo que supuso el primer choque armado entre detractores y defensores del régimen sirio en Sidón. Una tregua fue firmada entonces para ser violada con el ataque del domingo contra el Ejército, que el jeque salafista asocia con el Ejecutivo en funciones de Hizbulá, afirmando que recibe órdenes del grupo chií y sumándose así al discurso de los radicales suníes de Trípoli, otro escenario habitual de combates, quienes también acusan a los uniformados de trabajar para sus enemigos en un intento de enfrentar a la comunidad suní con las Fuerzas Armadas. Tras los primeros combates del domingo, hombres armados se desplegaron en Trípoli y varios puntos del país, incluido Beirut, sufrieron cortes de carretera protagonizados por partidarios o detractores del líder salafista.

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Ambulancias en las proximidades del barrio de Abra, escenario de combates. (M.G.P)

Assir llegó, en un discurso grabado en medio de los combates del domingo, a pedir a los soldados y oficiales suníes que deserten del Ejército para luchar contra Hizbulá, en una petición que pretendía emular la formación del Ejército Libre de Siria pero que no encontró ningún eco en el Líbano, más que críticas como las del mufti [máxima autoridad religiosa suní] Mohamed Rashid Kabbani, quien compareció en televisión para subrayar que “no está permitido combatir contra el Ejército bajo ningún pretexto”. El Ejército ha emitido una orden de arresto contra el jeque fugitivo y 123 de sus seguidores. La mayoría de grupos políticos, tanto del 14 como del 8 de Marzo (los dos grandes bloques parlamentarios, anti y pro sirio, respectivamente), mostraron su apoyo incondicional a la institución e incluso el diputado cristiano Sami Gemayel, miembro de las Kataeb, solicitó la imposición de un toque de queda en Sidón, Trípoli y Beirut que evite más incidentes de seguridad. “Hemos tardado demasiado tiempo en dar al Ejército la luz verde para acabar con los hombres armados en el Líbano”. Es difícil saber si ya es tarde para acabar con el amago de conflicto armado que se vive, en diferentes escenarios y con actores unidos por enemigos comunes, en el Líbano. Entrevistado en su mezquita por esta periodista el pasado miércoles, durante el cese el fuego decretado tras los primeros combates, Ahmad Assir afirmaba que “la guerra civil ya ha empezado” y anunciaba: “Nos hemos prometido no permitir ninguna agresión más, venga de quien venga”. “Esto es el principio de una guerra civil porque supone una herida terrible para los libaneses”, estimaba Zaatari ayer, cuando los combates proseguían su curso. “Si hubiese solución a la crisis siria, la habría para el Líbano pero si no la hay, nos enfrentamos al vacío de poder. No hay futuro”.

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Dos soldados libaneses toman posiciones en las cercanías de Abra. (M.G.P)

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