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Un pontífice envejecido por el peso de la pederastia

Ratzinger es tildado a la vez de salvador y de verdadero problema de la Iglesia

"Puede ser el papa que acabe con los males de la Iglesia o el que acabe con la propia Iglesia". Así se expresa un alto funcionario vaticano en una conversación en un café de Borgho Pío, junto al Vaticano. La opinión refleja un estado de ánimo, que marca el pontificado de Benedicto XVI.

El Papa que empieza hoy su visita a España está lejos de ser ese "atleta de Dios" como lo fuera Juan Pablo II, o un referente de primera línea, como lo fueron Juan XXIII o Pablo VI por su biografía y, lo que es más importante, por la creciente pérdida de relevancia de la Iglesia católica en la sociedad actual. Los españoles verán a un Papa envejecido y con el peso del escándalo de los abusos sexuales y la pérdida de confianza de la feligresía en el clero, que no termina de encontrar una salida digna para la institución bimilenaria.

Los recientes escándalos de abusos sexuales en todo el mundo han sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de muchos católicos, que ya no ven en la figura del Papa un referente moral. Menos en el caso de Ratzinger, que pilotó durante décadas la política vaticana que alentó el silencio y el encubrimiento de los abusadores y la condena de las víctimas. Escándalos como el de Marcial Maciel, que implica al anterior papa, no han hecho sino potenciar la desconfianza. Ratzinger ha condenado con fuerza tanto los abusos como el silencio de la jerarquía, pero la reacción ha sido tardía y motivada por la presión mediática y social, no por el convencimiento de la inmoralidad y la ilegalidad de los delitos.

De confianza de Wojtyla

En esta y otras cuestiones, Ratzinger es esclavo del pontificado de Juan Pablo II. No en vano fue el hombre de máxima confianza de Wojtyla, quien impuso un férreo control doctrinal desde la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien afirmó que "fuera de la Iglesia no hay salvación" y quien recibía a todos los obispos y cardenales que llegaban a Roma.

Benedicto XVI lidera una curia entre dos aguas: por un lado, los supervivientes del pontificado de Juan Pablo II —ortodoxos ganadores del posconcilio— y, por el otro, el sector patrocinado por el cardenal Bertone, secretario de Estado, que busca cambiar el "estilo de gobierno" en la Santa Sede.

La pretendida "reforma" de Benedicto XVI no tiene por qué traer una apertura de la Iglesia a la sociedad del siglo XXI. Prueba de ello son sus recurrentes declaraciones contra el uso del preservativo, el matrimonio gay o el divorcio. El fracaso del diálogo ecuménico el conflicto con los anglicanos o su discurso en Ratisbona contra el islam también evidencian su conservadurismo.

Un panorama sombrío para un hombre mayor, de 83 años, avejentado, que tiene que lidiar con el que probablemente sea el mayor escándalo al que haya tenido que enfrentarse la Iglesia desde la Ilustración. Un Papa que, para algunos, es el único que puede ofrecer la solución a los problemas de la Iglesia. Y que, para otros, forma parte del problema. Así es la Iglesia representada por Benedicto XVI, que hoy comienza su viaje a Santiago de Compostela y Barcelona.

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