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Un cura videlista y un obispo que calla

La sociedad pampeana toda y en especial la santarroseña, se ha visto conmovida por las declaraciones reivindicativas de la última dictadura militar y de su principal figura, el ex general Jorge Rafael Videla. Este asesino convicto y confeso (recientemente admitió ante un periodista que llevó a cabo un plan de terrorismo de Estado, desapariciones y muertes incluidas) se vio alabado por una frase laudatoria publicada en una red social, frase que a esta altura ya conoce todo el país.

Este incidente no pasaría de ser uno más de los que suelen protagonizar los nostálgicos del proceso militar si no fuera por la condición de quien escribió la frase, evidentemente convencido de lo que decía: un sacerdote de la Iglesia Católica encargado de la capilla en un barrio santarroseño. Se trata de un hombre que, en teoría al menos, debería dedicar su vida a defender -y aun vivir- la "buena nueva" de amor y paz que, según los Evangelios, difundió su Maestro hace dos milenios. Sin embargo, con una soberbia rayana en la estupidez, con sus palabras reivindica claramente las muertes alevosas, los asesinatos de hombres, mujeres y niños, la tortura, el robo de bebés y su pérdida de identidad, el saqueo de bienes, el monstruoso lanzamiento de personas vivas desde aviones… Tan grande parece ser su fanatismo o su necedad que ni siquiera se conduele de sus hermanas en religión (a quienes sus admirados procesistas llamaban irónicamente "las monjas voladoras") o del obispo de su misma religión asesinado en La Rioja por denunciar negociados o, en fin, sus compañeros palotinos, masacrados por elegir la opción de los pobres. Alarma tamaña actitud en una persona joven que pudo, y debió, nutrir su información en algo más que sopa de oratorio, por respeto a sí mismo y a su iglesia. Obliga a pensar, también, en las enseñanzas y contenidos del seminario que lo albergó en sus estudios y lo formó en semejantes criterios.
 
Para más, ante la justificada reacción por sus palabras, el personaje se permite no hablar con el periodismo por "cuestiones de agenda", cierra su cuenta en la red social, niega haber dicho lo que dijo y da por sentado que no tiene demasiada importancia expresando que "hay que dejarlo así nomás". Es una actitud más propia de un provocador que de un párroco quien, por su condición, debería conocer muy bien la importancia y las consecuencias de la palabra pública.
 
Pero si grande ha sido la indignación causada por las palabras de este sacerdote, más estruendoso ha sido -valga la expresión- el silencio que respecto a tamañas declaraciones ha guardado el obispo y también pastor de esta oveja descarriada. Pretextando no conocer el tema y negándose a recibir a la prensa, la máxima autoridad eclesiástica local con su silencio ha dejado abierta una triste puerta: la de quien calla, otorga.
 
Por el contrario, ha aparecido como rápida y digna la actitud de la vicegobernadora quien, junto con algunos -no muchos- dirigentes políticos ha sido clara y terminante en su repudio y definitiva en opininar que la Iglesia debe dar una explicación a la sociedad. Para la salud y fuerza de la democracia sería bueno que esa postura fuera compartida también por el gobernador y otros altos funcionarios de la provincia.

Cuando se trata de temas tan espinosos y controversiales suele ser frecuente en la Iglesia esa actitud de hermetismo y silencio, posiblemente apuntando a su dilución en el tiempo. Es una vieja táctica y los ejemplos se han dado en todo el mundo. Es de esperar que en esta pequeña comunidad pampeana, por respeto a la propia grey, tan lamentable episodio no se quede solamente en algún tirón de orejas al imprudente, el candado en la puerta de la capilla donde oficiaba y un eventual traslado, apelando al olvido.

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