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Un colegio de Burgos construido con las aportaciones públicas y vecinales termina en manos del obispado

Su promotor cuenta la historia de esta apropiación

Breve historia del Colegio de S.P. y S. Felices.

La breve historia de ese colegio burgalés, comienza por los años 1963- 64. Sucedía que el barrio estaba disgregado del centro de la ciudad por las vías del tren y fatalmente moría todos los años algún escolar. Mantuvimos una charla con el Deleg. de Enseñanza don José Matesanz, para solicitarle un grupo escolar para el barrio pero se iniciaba en Burgos el Polo de Desarrollo y los esfuerzos de la Administración se centraban en dotarle de equipamientos, así que debimos solucionar el problema con nuestros propios medios.

Visitaron al Obispo para solicitar mi dedicación como promotor del proyecto del Colegio y éste accedió, con tal de no verse implicada la Iglesia como responsable subsidiaria en el mismo ni se vieran mermadas mis funciones parroquiales. Así que debimos formar un Patronato con entidad jurídica propia para adquirir y enajenar bienes y hacernos responsable de la construcción y financiación del inmueble, respondiendo con nuestro patrimonio personal.

El Patronato se denominó “Junta de Apostolado Social de S P y S. F.” y fueron sus miembros: Germán Cabeza, presidente, Jesús Urbina, secretario, Servacio Martín tesorero y Ladis, Cholo y otros vecinos ligados a la rama de la construcción, como vocales; Goyo, el constructor, que fue pieza esencial en su construcción y un servidor como Promotor. El presidente, como jurista competente presentaría los Estatutos en la oficina del Gobierno, que ahora la Autonomía conservará en algún nuevo Centro de su Administración y que el Consejo de Barrio de San Pedro y San Felices debiera localizar y conservar como propios.

El obispo se inhibió y el párroco, al verse esquilmado en sus nuevas obras parroquiales, se convirtió en el mayor, poniendo obstáculos y palos en las ruedas, en todo el proceso de construcción, hasta el extremo de vernos obligados a hacer los consejos en la “caseta de obras” en invierno. Esta fue toda colaboración de la Iglesia en el Colegio.

Con casi el 50% del presupuesto que suministró el Gobierno y el apoyo de vecinos y amigos, logramos financiar más del 30% de la obra y otro 20% de aportaciones del resto de España. No solo consiguieron mucho dinero los jóvenes (campañas del vidrio y cartón, etc.) sino hasta los escolares del barrio, que costearon todos los ladrillos de la obra, mediante la cuestación de la “banderita del ladrillo”(Un ladrillo, una peseta) que era su coste real. La arena de la obra salió del propio solar, la instalación eléctrica del Sr. Simón, a la sazón director de Electra de Burgos, los planos y seguimiento de la obra del Sr. Morcillo, profesor de la Escuela de
Aparejadores, del subdirector del Banco de Crédito Exterior subvenciones a fondo perdido y material y herramientas de los americanos de Torrejón, de la Caja Rural de Burgos el dinero de la hipoteca. Y una parte importante del coste de los pequeños industriales y comerciantes del barrio que exhibían en sus comercios y negocios sus “Diplomas de Constructores” del Colegio del barrio. Los camioneros y transportistas que prestaron más de 80 vehículos en las campañas del cartón y vidrio y un largo etcétera que sería prolijo enumerar. Cuando se inauguró el Colegio estaba prácticamente financiado en su totalidad. En resumen, un barrio proletario de de entonces, movilizó a la ciudad entera para construir y financiar unas escuelas que le eran esenciales para salvar vidas y educar a sus hijos sintiéndose dueños y agentes de la mejor obra social y cultural que se hiciera en aquellos años en el país.

El Obispo costeó algún fleco y se incautó del Colegio y quien puso la guinda se comió el pastel.

La única noticia que el Obispo tuvo de la obra, fue el día de la bendición del edificio que hizo en compañía del Alcalde Sr. Dancausa. Allí se enteró de la desaparición del Presidente del Patronato, destinado como presidente de sala de lo civil a la Audiencia de Valladolid y sólo tenía que hacer desaparecer al Promotor y alma de la obra para hacerse con esa “perita en dulce” multimillonaria. Debía emular al rey David que envió a su general a primera línea de fuego para yacer con su mujer y le faltó tiempo para hacerlo. Mando al coadjutor a hacer puñetas y deshizo el Patronato.

Un obispo que no dio un palo al agua en su vida y que los únicos méritos que se le conocen en Asturias para acceder al episcopado fueron los lazos de amistad que unieron a su familia de Navia con Dª Carmen Polo, arrebató los méritos, sacrificios y penurias de cientos de personas trabajadoras para incrementar su currículo y el patrimonio diocesano.

Algunos vecinos vieron normal que si un cura de la parroquia hizo de Promotor del Colegio fuera el Obispo su propietario, pero no sabían que en la misma persona concurrían dos actividades antagónicas: la de coadjutor dada por el Obispo y la de promotor otorgada por el Patronato que se repelían en sus propios términos porque los méritos de una actividad iban en detrimento de la otra.

A pesar de todo no fue lo más grave la usurpación de un inmueble millonario de un barrio sino el robo de los méritos de unos hombres que lucharon como titanes para sacar la obra a flote y nadie les reconoció sus méritos, ni siquiera su propio barrio. El robo de la primera obra civil hecha en España que atestigua que en los años sesenta hubo un Concilio bajo cuyas directrices unos hombres se responsabilizaron en su construcción ( En el cap. 13 del Concilio se encargaba a los seglares en las obras sociales y educativas de la sociedad, y esta fue la norma del Patronato dar a su trabajo un sentido social además de pastoral ). El desprecio a un Patronato de hombres altruistas y desinteresados que se dejaron el pellejo y parte de su patrimonio en una obra que nadie les ha reconocido porque se la usurpó un obispo.

Todos estos hechos son de dominio público, conocidos no solo por los vecinos del barrio, por los profesores del Centro, por muchos de sus colaboradores de entonces y en casi la totalidad del clero diocesano, que sigue amparando con su cómplice y culpable silencio las tropelías no sólo del obispo sino del párroco pederasta que tuvimos como enemigo del Colegio del barrio.

No pretendo reivindicar nada sino exponer unos hechos y debe ser el barrio quien obre en consecuencia solicitando: 1º.- Se rehabilite la labor altruista y desinteresada de los miembros del Patronato. 2º.- El reconocimiento a la legítima propiedad del barrio, aunque el obispado siga ostentando su titularidad legal. Y 3º.- Sea el ideario del barrio y no el de la jerarquía de la Iglesia el que se practique en sus aulas.

No es mucho pedir, después de cuarenta años disfrutado de la propiedad y beneficios de un Colegio Concertado. Seguro que el Obispado accederá a sus peticiones si no quiere que la opinión pública española se entere del “Nuevo caso Gürter del Obispado de Burgos” en el que unos pagan las facturas y otros se quedan con los trajes.

Fdo. Francisco Martín. Promotor del Colegio.

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