El primer ministro turco, el islamista Recep Tayip Erdogán, parte como favorito en las elecciones de hoy. Confía en lograr un tercer mandato
Cuando el recién creado Partido Justicia y Desarrollo (AKP) se presentó a las elecciones en 2002, nadie podía prever el terremoto político que iba a suponer. Tras una campaña basada en la lucha contra la corrupción —«AK» significa «puro» en turco—, el islamista AKP obtuvo un sorprendente 34,3% de los votos, a pesar de las sospechas de las viejas elites secularistas que aseguraban que el partido de Erdogán —quien en su juventud se negaba a estrechar la mano de las mujeres— tenía una agenda oculta para islamizar el país.
Pero, una vez en el gobierno, su política reformista, de libre mercado y proeuropeísta fue saludada como un paso adelante en la democratización de Turquía. El AKP fue reelegido con el 47% de los votos en 2007. Y parte otra vez como favorito en las elecciones de hoy: algunas encuestas le otorgan más de un 50% de los votos en gran parte gracias a sus buenos resultados económicos. Su objetivo declarado es hacerse con más de 367 de los 550 escaños del Parlamento, lo que les permitiría cambiar unilateralmente la actual Constitución, establecida —con enmiendas— tras el golpe de estado de 1980.
Sin embargo, algunas cosas han cambiado en sus planteamientos políticos. Tras unos años de impulso reformista tutelado por el proceso de adhesión a la Unión Europea, el rechazo dentro de la UE al ingreso turco ha llevado a muchos a cuestionarse la necesidad de insistir en ciertas reformas políticas, como, por ejemplo, los derechos de la minoría kurda o los abusos policiales. Preocupa, además, la creciente intolerancia del gobierno a las críticas, así como el discurso cada vez más religioso y nacionalista que exhiben sus líderes.
La paradoja es que el AKP gana elecciones porque su gran rival, el laico Partido Republicano (CHP) es ampliamente percibido como «menos democrático», asociado al «viejo orden» en el que los militares arbitraban la vida política del país y se negaban otras identidades fuera del nacionalismo laico establecido por el fundador de la moderna República de Turquía, Mustafá Kemal Atatürk. Sus seguidores, los kemalistas, son vistos por un gran sector de la población como elites secularizadas —la llamada «sosyete»— e intolerantes, alejadas de las preocupaciones diarias de muchos turcos.
Pero esto podría estar cambiando. El partido se deshizo hace un año de su líder, Deniz Baykal, tras la aparición de un vídeo de contenido sexual en el que se le veía manteniendo una relación extramatrimonial. Su sustituto, Kemal Kiliçdaroglu, le ha dado una nueva imagen, mostrando posiciones más tolerantes hacia la cuestión del velo —que en Turquía llevan más del 60% de las mujeres—, desligándose de los militares acusados de golpismo y realizando audaces propuestas para resolver el problema kurdo, incluyendo una amnistía para los guerrilleros kurdos en activo.
Esto, según las encuestas, le reportará entre un 25 y un 30 % de los votos en las elecciones de hoy. El CHP sabe que cuenta con el voto de las mujeres laicas y ha conseguido ganarse a muchos liberales de centro a los que incomodaba su pasado autoritarismo.
Los kurdos
Más difícil lo tiene con los kurdos —un cuarto de la población del país—, a los que no ha podido prometer mucho más que una política de descentralización que otorgue más autonomía a las regiones kurdas del sureste. Muchos kurdos optarán por el Partido Paz y Democracia (BDP), una formación izquierdista de base kurda (aunque no exclusivamente), que supone la cuarta fuerza política en Turquía. El BDP lo tiene difícil para superar la barrera electoral para acceder al Parlamento, que en Turquía es del 10%, por lo que ha optado por apoyar a candidatos independientes.
Así, la clave podría recaer en el ultranacionalista Partido de Acción Nacional (MHP) —el tercer partido por número de votos, y al que las encuestas otorgan un cómodo 13 o 14 %, tal vez más—, a la hora de establecer unas alianzas que todos necesitan.