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Tras la Primavera Árabe: Islam, democracia, bikinis y poligamia

Dirigentes de los países que cambiaron de régimen tras los alzamientos de este año difieren sobre el papel que debe tener la ley islámica

Rara vez el tema de la poligamia está hasta arriba de la agenda política. Pero la semana pasada se convirtió en una prueba de fuego para el rumbo de la primavera árabe, y parte del debate sobre la compatibilidad del Islam y la democracia.

Al declarar que Libia fue liberada, el primer ministro interino, Mustafa Abdul-Jalil, comentó el domingo pasado que las leyes que restringen la poligamia serían anuladas. La Sharia o ley islámica sería la fuente primaria de legislación, dijo, y que los nuevos bancos cumplirían con la prohibición del Islam del interés y la especulación.

Días después, Rachid Ghannouchi -líder del partido islamista Ennahda en Túnez – dijo que no propondría cambios a las leyes que prohíben la poligamia y que proporcionan igualdad de derechos para hombres y mujeres en el matrimonio y el divorcio. Ni tampoco frenaría la banca al estilo occidental.

Los puntos de vista de Ghannounchi importan. Ennahada quedó, tras las primeras elecciones de la primavera árabe del fin de semana anterior, como el partido más grande de Túnez, con 90 de los 217 escaños de la asamblea constituyente que redactará una nueva constitución.

Jalil después buscó minimizar sus comentarios, al decir a los medios de comunicación del mundo que los libios son musulmanes moderados, aunque algunos analistas creen que sus declaraciones originales fueron un guiño hacia una variedad más radical del islam, la cual ha surgido con el levantamiento libio.

Mientras los gobiernos autoritarios son expulsados o desafiados en los países árabes, las ideas para un nuevo modelo político se vierten al vacío. Occidente depositará sus esperanzas en que la plantilla de Ghannouchi se convierta en el modelo en lugar de recibir una menos tolerante Sharia  -la ley religiosa del islam. Ennahda ya ha contactado a grupos laicos para formar una coalición.

“Toda la región se encamina hacia un Islam moderado y hacia un Islam que es democrático, a través de la reconciliación entre el Islam y la modernidad”, lo citó el Wall Street Journal.

Algunos tunecinos -sobre todo entre los de mejor posición la clase media urbana- no creen en la moderación profesada por Ennahda. Una serie de videos puestos en línea de cara a las elecciones (y pagados por ricos intereses comerciales) imagina un Túnez sin turistas, donde las mujeres están hechas para portar el velo y tienen temor fuera de su sitio de trabajo, en caso de que los islamistas tomen el poder. Algunos señalan a las primeras elecciones postrevolucionarias de Irán, en 1980, y la promesa del ayatolá Jomeini de que en la República Islámica, la Asamblea no sería un parlamento de papel.

Ghannouchi se mofa de la idea de ser cualquier Jomeini, pero a todas luces es precavido de ser rebasado por fuerzas islamistas más conservadores. Una semana antes de las elecciones, una protesta de los salafistas contra la estación de televisión Nessma en Túnez, la cual había transmitido una película de animación que consideraban como blasfema, terminó en enfrentamientos con la policía. Al tiempo que condenó la violencia, Ennahda dijo que Nessma había “violado el derecho fundamental de todos los creyentes” al transmitir la película.

A pesar de ello, muchos observadores de la región dicen que Túnez tiene una mejor oportunidad que la mayoría de los estados árabes para construir una democracia islamista moderada. La excolonia francesa con estrechos vínculos con Europa, es la más industrializada de los países árabes, con una clase media educada y florecientes  medios de comunicación. Depende fuertemente del turismo, y Ennahda se ha apresurado a tranquilizar a la industria de que el alcohol y los bikinis no serán prohibidos. Y cualquiera que hayan sido las transgresiones del régimen de Ben Ali, que fue derrocado en enero, fueron menos volubles y brutales que las del vecino Gadhafi.

El peligro para los partidos islamistas moderados emergentes es que pueden fracasar. Tienen poca experiencia en la administración, tras haber sido llevados a la clandestinidad por los regímenes anteriores, y son propensos a grandes promesas. Funcionarios de Ennahda dicen que van a crear cerca de 600,000 empleos para el 2016, si llegan al poder, y así reducir el desempleo en Túnez, el tema más preocupante para los electores, desde un 18% aproximado a menos de un 10%. Eso es mucho pedir -incluso si la economía creciera. Este año, el Fondo Monetario Internacional espera que la economía tunecina no crezca, aunque prevé un crecimiento del 3.9% para el próximo año.

Ennahda dice que está inspirado por el éxito del Partido Justicia y Desarrollo de Turquía, que fusiona el islam y la modernidad. Justicia y el Desarrollo ha estado en el poder desde hace casi una década; ha ganado tres elecciones y ha presidido un rápido crecimiento económico (previsto en un 8% este año). También ha avanzado en el crecimiento de un espacio islámico en un país cuya constitución secular es ferozmente custodiada por las fuerzas armadas.

El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, un ferviente musulmán, realizó una triunfal gira por el norte de África el mes pasado (quizá todavía más triunfal por el reciente pleito de Turquía con Israel) para promocionar el modelo turco. En Túnez, Erdogan pronosticó: “El éxito del proceso electoral en Túnez le mostrará al mundo que la democracia y el Islam pueden ir juntos”.

Para Erdogan, una persona no es laica, pero lo es el Estado. “Este no es el laicismo en el sentido anglosajón u occidental”, comentó en una conferencia de prensa en Túnez. En El Cairo, dijo al público de la televisión, “para los egipcios que ven al laicismo como el eliminar la religión del Estado, o como un Estado infiel, veo que están equivocados. Significa el respeto a todas las religiones”. En otras palabras: separación entre religión y Estado.

Esto no cayó bien en Irán, donde funcionarios afirmaron que Erdogan eintentaba envenenar las mentes de los musulmanes con laicismo. Y no fue muy bien recibido por los Hermanos Musulmanes, los cuales han surgido como una fuerza política en el Egipto posMubarak. Un alto funcionario de los Hermanos dijo que los comentarios de Erdogan equivalen a una injerencia en los asuntos internos de Egipto, al tiempo que subrayó el que la Hermandad está comprometida con la democracia.

De regreso a casa, los críticos dicen que Erdogan está en realidad socavando los cimientos seculares del Estado turco y que es cada vez más intolerante a los críticos. Un ejemplo que citan: la reciente juicio contra un caricaturista acusado de “insultar a los valores religiosos de una parte de la población” con lo que algunos grupos describen como la representación blasfema de una mezquita. Además, la larga enemistad del Estado con la minoría kurda de Turquía no muestra signos de apaciguamiento.

Sin embargo, el poder económico de Turquía, su privilegiada posición geográfica y la estabilidad lo convierten en un jugador central en la región, tanto más en cuanto que los árabes buscan ansiosamente una nueva forma de gobierno. Ellos ya han rechazado el laicismo autoritario de Mubarak y Ben Ali, su corrupción endémica y el nepotismo, su abatir la oportunidad. Y parece que hay poco entusiasmo popular (si es que es creíble la muy limitada encuesta) para los partidos salafistas de línea dura que exigen el estricto cumplimiento de la Sharia como fuente de legislación.

De alguna forma la experiencia de partidos islamistas como Ennahda refleja aquella de la mayoría de los árabes. Han surgido de una generación de represión, y sus valores tradicionales han sido marginados por un estado dominante. Y están listos para el cambio.

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