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Todas las confesiones británicas rechazan la ley de suicidio asistido

El Reino Unido se está convirtiendo en uno de los países más descreídos del mundo. La mitad de los británicos ya no se identifican con ninguna confesión. El 19% se declaran ateos, el 7% agnósticos y el 7% «humanistas». Pero aunque la población esté cada vez más alejada de los púlpitos, es muy relevante que los líderes en Gran Bretaña de las religiones anglicana, católica, judía, musulmana y sij se hayan unido en una carta conjunta para pedir a los parlamentarios que rechacen la propuesta de la ley de suicidio asistido para Inglaterra y Gales, que se vota este viernes en la Cámara de los Comunes. Escocia rechazó en mayo un proyecto similar, por 82 votos en contra y 36 a favor.

La ley, que formalmente se llama de «Muerte Asistida», es una iniciativa particular del diputado laborista Rob Marris. La norma pretende autorizar que se ayude a suicidarse a los enfermos terminales que tengan un horizonte vital de menos de seis meses. El paciente tendrá que tener una voluntad «clara, asentada y bien informada» de poner fin a su vida y habrá de ser mayor de 18 años. Su condición de enfermo terminal deberá ser ratificada por el médico que lo atiende y por otro independiente. Un magistrado de la sección de Familia de la Corte Suprema tendrá que dar la autorización final.

Los diputados tienen libertad de voto, pero David Cameron ya ha manifestado su oposición, lo que se dejará sentir en la decisión que se tome en sus filas. El primer ministro ha manifestado su «preocupación» y su temor a que se acabe «empujando a la gente a hacer cosas que realmente no quieren hacer por sí mismos».

La Iglesia Católica se ha puesto en contra de este nuevo paso de la subcultura de la muerte. El propio Papa Francisco ha terciado en el debate, en un mensaje dirigido a los católicos del Reino Unido que condena la iniciativa: «Incluso el más débil y el más vulnerable, el más enfermo, el más viejo, el no nacido y el pobre son obras maestras de la creación de Dios, hechos a su imagen, destinados a vivir por siempre, y merecedores de la mayor reverencia y respeto», señala el Pontífice, que recuerda que la Iglesia enseña que la vida es un don de Dios y apoya un cuidado de la calidad ante la muerte y la protección de los débiles y vulnerables. El catolicismo rechaza lo que se ha dado en llamar «encarnizamiento terapéutico», no es partidaria de forzar el mantenimiento de la vida a toda costa ensañándose con tratamientos sin futuro y muy duros para el paciente, pero rechaza de plano también el suicidio asistido.

El primado de la Iglesia de Inglaterra, Justin Welby, arzobispo de Canterbury define el proyecto de ley como «una tragedia» y «un apoyo activo al suicidio». Además resalta que se pervierte por completo el papel del médico, que pasa de luchar por la vida de sus pacientes a contribuir a su muerte. «El respeto por las vidas de los demás está en al corazón de nuestras dos leyes de los derechos penales y humanos y no debería ser abandonado», sentencia Welby.

Los partidarios de la ley alegan que en la prohibición actual del suicidio asistido obliga a los terminales británicos que quieren morir a viajar al extranjero para poder cumplir su voluntad. Aportan el dato de que 35 británicos han recurrido en Suiza a la organización pro suicidio Dignitas.

El brillante periodista inglés Charles Moore, premio Luca de Tena y que se convirtió en su día al catolicismo desde la fe anglicana, ha escrito un artículo en «The Daily Telegraph» donde plasma las enormes dudas morales que le suscita la ley. «Imaginen la escena: la enfermera asiste a la ingestión [de los fármacos letales], deja la habitación [como la obligaría la norma para asegurare que todo fue voluntad del paciente] y vuelve después de diez minutos para chequear que todo fue ‘bien’». Moore señala que se han dado muchísimos casos en que un paciente superó largamente un horizonte de vida de seis meses y recuerda que a veces el maltrato familiar es lo que obliga a algunos enfermos agonizantes a perder la ilusión por vivir.

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