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´Temo que el islamismo fundamentalista se implante en los países musulmanes´

Zenia cree que “la rabia, Facebook y las ganas de libertad” han ayudado a la población de países del norte de África a echarse a la calle

Escritor, periodista y militante de la causa bereber. Salem Zenia, que acaba de recibir el premio Voz Libre que otorga el Pen Català por su defensa de la libertad de expresión, considera que las revueltas de la primavera árabe no son todavía una revolución, pues aunque la gente se echó a la calle falta algo importante, “cambiar la mente”, pues de lo contrario no se podrán cambiar los regímenes ni evitar a los islamistas.

­—¿Cómo ha recibido el premio Voz Libre del Pen Català?
—Estoy sorprendido y es un honor recibirlo. Para mí supone protección y visibilidad, pero también es un peso porque ahora no puedo dar un paso atrás, tengo que seguir con mis compromisos de defensa de los derechos humanos.

—¿Pero no pensará dejarlo?
—No, no, pero es un peso porque antes estaba más tranquilo, podía luchar cuando tenía ganas, pero ahora…

—Se marchó de Argelia en 2007. ¿Cuál era la situación allí?
—Hubo una guerra civil entre 1991 y hasta el año 2000. Luchamos, le plantamos cara al régimen y a los islamistas. A partir de 2007 las cosas han cambiado mucho y la guerra ha mostrado otra cara, hay una situación ni de guerra ni de paz. Ese es el peligro, porque para todo el mundo ya está, la guerra civil se ha acabado, pero no es así, no es verdad, continúan matando en los dos bandos, los del régimen y los islamistas.

—¿Usted estaba perseguido por su trabajo literario?
—Sí, y por mi pensamiento… Soy de una generación que hizo la ‘Primavera amazigh’ en los años 80 y esta generación molesta mucho al poder y a los islamistas. Una parte de esta generación huyó del país y la otra fue asesinada. En mi caso, mi nombre molesta, mi existencia molesta. Sin hacer nada, molesto.

—¿Cómo vivió las revoluciones del norte de África?
—Para mí se trata de una segunda descolonización. Los países árabes de Egipto hacia Oriente Medio tienen otra historia, pero nosotros hicimos una larga lucha, una feroz guerra por la independencia, pero después esa independencia o la libertad fueron confiscadas por regímenes dictatoriales que recibieron apoyo del antiguo colonizador por interés. Y estos pueblos vivieron una nueva colonización interna en la que torturaron, mataron y asesinaron.

—¿Cuál era la situación para que la gente se echara a la calle?
—Hay problemas de paro, problemas sociales, pero lo más importante era la búsqueda de libertad.

—¿Por qué se inició en Túnez?
—No, empezó en Argelia; hubo manifestaciones y hubo muertos, y una semana después Mohamed Bouazizi se quemó en el sur de Túnez. Túnez es otro caso porque allí nunca habían hecho una guerra ni una marcha ni una revolución, es la primera vez. Y ellos fueron más lejos que nosotros, acabaron con Ben Ali, esa es la diferencia.

—Las revueltas se extendieron rápido, ¿a qué cree que se debió?
—Pienso que porque estos países tienen la misma situación política y social. Egipto, Túnez, Argelia o Marruecos consiguieron la independencia en la misma década y luego conocieron la misma situación política: dictadores, represiones, matanzas. Además, ahora hay noticias y se sabe todo alrededor del mundo. Y Facebook también ha ayudado mucho, es una revolución. Antes para organizar una manifestación debías llamar, imprimir folletos; ahora con el ordenador puedes crear un evento en cualquier lugar. Creo que la rabia, Facebook y las ganas de libertad han ayudado a esta gente, pero no a conseguir una revolución aún, porque los amos se han marchado pero los regímenes se han quedado. En Egipto, Argelia, Yemen o Marruecos nada ha cambiado.

—¿Y ahora qué?
—Hay otro problema. A partir de los años 60 y 70 ha habido un movimiento islamista wahabita que llegó a África del norte a instalarse y ahora en Egipto, Túnez o Libia son los islamistas los que han subido (al poder). Además, en décadas pasadas, en los años 70 y 80, los regímenes fragilizaron y a veces eliminaron a los progresistas, a la gente de izquierdas, porque les pedían cuentas, mientras que a los islamistas no, pues tenían otra manera de ver las cosas y de luchar, y su objetivo es fundar un estado islámico, como en Irán. Así, el movimiento progresista no tiene fuerza para hacer frente o impedir la subida del islamismo político.

—¿Qué cree que puede suponer esto, se harán los movimientos islamistas con el poder?
—Yo tengo miedo. No quiero ser pesimista, nosotros ya tuvimos esa experiencia, y para mí ahora tienen un discurso un poco suave, de no dar miedo, pero el islamismo político tiene su fuente, que es una lectura wahabita y fundamentalista del Corán, y eso no cambiará de repente. Pueden tener un discurso suave, pero al final la realidad saldrá, porque si no se cambia la lectura de este libro, de este dogma, la realidad no cambiará.

—Está el caso de Turquía, donde tienen un estado laico…
—Algunos hablan del ejemplo turco, pero este no lo es tanto porque no fueron los islamistas quienes crearon el estado laico, moderno. Los islamistas llegaron más tarde, hace poco. Aquí, el matrimonio entre comillas entre el Islam y la democracia se ha escondido detrás de un crecimiento económico, pero la laicidad es algo prohibido, horroroso, una herejía para los islamistas. En este momento el estado turco tiene un ejército fuerte que impide cambiar las leyes e impide a los islamistas ir hacia delante, pero si las cosas siguen así, solo será cuestión de tiempo.

—¿Pero cree que la gente que se echó a la calle va a apoyar a estos grupos islamistas?
—La gente que salió a la calle eran los jóvenes del Facebook y del Twitter, que no tienen que ver ni con el régimen ni con los islamistas. Mientras, los islamistas miraban desde lejos las revueltas que consiguieron hacer dimitir a los presidentes. Esto es ser muy valiente para un grupo de jóvenes. Los islamistas entraron en acción después y la realidad es que la mayoría de la población es islamista porque no hay una buena educación, hay ignorancia. La gente sencilla, los payeses, no tienen la capacidad para analizar qué es un estado laico o moderno, y si mañana hubiera elecciones libres, para ellos votar a un islamista es la mejor cosa que hay, porque es la palabra de Dios. Hay este desequilibrio entre la masa que es muy importante: una mayoría de gente no educada y una minoría de jóvenes educados pero que no pueden lograr el equilibrio. Ese es el problema.

—¿Y cómo se sale de esto?
—No lo sé. Yo tengo miedo porque la ideología wahabita y la fundamentalista islamista va a conseguir implantarse en todas partes de los países musulmanes, incluso en Europa. Puede que me equivoque, pero puede que tengamos que pasar por esta etapa, como en Irán. Allí el gobierno del sha cayó por la juventud de izquierdas, pero Jomeini acabó recuperando toda la revuelta y mira, 50 años de un Estado islámico. Pero ahora todo el mundo rechaza totalmente la república islámica; ahora la gente quiere vivir, gritar, bailar, enamorarse, tener todas las libertades… Han visto lo que es un régimen islamista y a veces prefieren el antiguo porque en ese al menos había unas libertades. Ahora la juventud iraní ha empezado otra revolución, la revolución de la mente.

—¿La revolución de la mente?
—Si no cambiamos la mente no podemos cambiar el régimen. Ben Ali se ha ido, pero en Túnez la revolución de la mente no se ha hecho, se ha hecho la de la calle, con piedras. Pero la mente ha quedado igual. Y la revolución que yo llamo así es ese cambio de pensamiento, es aceptar al otro, empezar a dar razón a la persona que la tiene.

—Entonces con la caída de Ben Ali (Túnez), Mubarak (Egipto), Gadafi (Libia) o Saleh (Yemen)…
—Aún no se ha conseguido el objetivo final, puede ser en el futuro.

—Así, ¿cree que ahora se instalarán regímenes islamistas y que hasta dentro de un tiempo la gente no los rechazará?
—De momento el camino es este. Creo que puede que haya que pasar por esa etapa para que la gente se vacune de una vez.

—¿En qué punto se encuentra Argelia en estos momentos?
—De 2010 a ahora ha habido 9.000 manifestaciones, las hay cada día. ¿Pero, qué falta? Falta un liderazgo para dirigir las revueltas, porque la intelligentsia argelina desapareció en la guerra civil asesinada o exiliada. Además, la gente está cansada de los partidos políticos que nacieron después de la revuelta de 1988; la gente pide caras nuevas. Los partidos hasta ahora son partidos únicos y tienen el mismo presidente de hace 20 años; no hay un funcionamiento muy democrático. Otra cosa importante es que la clase media desapareció en la guerra civil y ahora tenemos una clase que juega a la clase media y que es corrupta, no educada e impide la revuelta. Pese a todo, la juventud aguanta porque no tiene otra alternativa que luchar; se trata de su futuro, y si no aguantan desaparecerán y harán un trabajo de esclavos para la clase media. La esperanza vendrá de ellos.

—¿Cómo valora la respuesta internacional a las revueltas?
—La respuesta internacional es complicada. Siempre hay dos partes. La de las ONG, escritores y personas de libre pensamiento que luchan por las libertades, los derechos humanos y los valores universales, son iguales para todos. Y la que hace negocio y busca sus intereses, y no le podemos decir a una persona, a un banco, a una empresa que no puede ir a trabajar allí porque no hay derechos humanos, pues también deben trabajar. Este es el dilema; se ha de conjugar todo para que las cosas cambien. Pero en general, Europa ha conseguido tener un papel más importante sobre el tema de los derechos humanos que otros países como China o Estados Unidos.

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