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Sotanas, kipas y turbantes

Faltaba, sin embargo, la voz de los laicos, de aquellos que desde una religión o desde ninguna ven la fe como un asunto privado que no debe interferir en lo público.

El zoco Waqif es el corazón restaurado de Doha. Los destartalados colmados y tiendas de aparejos de pesca han recobrado vida tras la reforma que les ha devuelto los techos de palma y las paredes recebadas de barro. Pero los tiempos cambian y la gente ya no va a comprar a los mercados sino a los centros comerciales. Así que para mantenerlo en activo, los responsables lo han convertido en un zoco turístico donde los comercios de toda la vida se alternan con puestos de souvenirs, restaurantes y cafetines en los que se fuman las tradicionales pipas de agua. El resultado ha sido un éxito tanto con los locales como con los extranjeros.

En medio de la animación, el lunes por la noche, destacaban unos visitantes muy particulares. Un capuchino, un obispo anglicano, curas coptos, el reverendo Jesse Jackson, el gran muftí de Bosnia y varios rabinos paseaban por sus callejuelas, acompañados por los anfitriones qataríes. Eran algunos de los 700 participantes en la 9ª Conferencia de Diálogo Interreligioso de Doha, que se había inaugurado esa misma mañana y que se clausurará hoy.

¿Y qué? se preguntarán algunos. Pues que esa convivencia amigable en esta parte del mundo es casi un milagro. Anoche, en la cena que el embajador de España, Juan José Santos, ofreció a algunos de los participantes, lo puso en evidencia el padre Madbi Abdul Malek, miembro de la iglesia copta en Qatar: “Cuando yo llegué a este país en 1975, no había ni una sola iglesia y para rezar nos reuníamos de forma clandestina en las casas. Incluso evitábamos aparcar cerca para no llamar la atención de la policía. El primer sacerdote no pudo venir hasta diez años después y con un visado de tres días. Ahora no sólo tenemos una iglesia, sino que me siento más libre para ejercer mi religión aquí que en mi país, Egipto, donde este año muchos coptos han sido víctimas de la violencia sectaria”.

La primera iglesia cristiana desde el advenimiento del islam en el siglo VII, se abrió en el conservador emirato petrolero en marzo de 2008 en un terreno donado por el emir. Fue la de la Nuestra Señora del Rosario (de rito católico). Después siguieron la anglicana, la copta, la greco-ortodoxa y un centro ecuménico para once ritos indios. Algo así sigue siendo impensable en la vecina Arabia Saudí, donde está prohibido el ejercicio de cualquier religión que no sea el islam.

La medida qatarí estaba claramente orientada a la creciente población extranjera del país cuyos apenas 250.000 habitantes siguen la rama suní del islam. “Es un hecho que la mayoría de los habitantes de Qatar son cristianos”, señala el pastor anglicano Bill Schwartz en referencia a los 1,5 millones de trabajadores inmigrantes, un puñado de europeos, pero sobre todo filipinos y del sureste asiático. Algunos vieron en el gesto un guiño del monarca hacia la comunidad internacional en un momento en el que Qatar aspiraba a conseguir los juegos olímpicos de 2016. Sin embargo, la visión del emir parece ir más allá.

Su apoyo a las iniciativas de diálogo intercultural, como la citada Conferencia Interreligiosa o la Alianza de Civilizaciones que Qatar acogerá en diciembre, indican una ambición mucho mayor. El pequeño emirato aspira a convertirse en un centro cultural como lo fueron en su día Bagdad o Córdoba. Reflexionando en torno a la mesa del embajador Santos, todos los participantes subrayaban el valor del diálogo para resolver las diferencias y la igualdad de los seres humanos. “Mis problemas no son distintos que los de un cristiano o un judío”, señalaba Mustafa Ceric, el gran muftí de Bosnia. “No se puede amar sin escuchar”, añadía Henry Sobel, rabino de Brasil. El teólogo Juan José Tamayo, por su parte, echaba de menos que todos los credos tomaran partido por los oprimidos en una especie de teología interreligiosa de la liberación

El gran reto es cómo trasladar esos buenos deseos de los hombres de fe a la realidad de unas comunidades cada vez más preocupadas por lo que las diferencia que por lo que las une. Por eso esta novena edición de la Conferencia Interreligiosa buscaba la ayuda de las redes sociales para difundir el mensaje de la convivencia en paz. Faltaba, sin embargo, la voz de los laicos, de aquellos que desde una religión o desde ninguna ven la fe como un asunto privado que no debe interferir en lo público. En mi opinión, esa es la gran brecha que afrontamos, cómo encajar el fenómeno religioso en la sociedad plural.

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