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¿Somos todos guadalupanos?

Mucho me temo que el Presidente de la República esté entrando en esa fase que ya muchos analistas han identificado en previos sexenios, en la que, durante los últimos meses de gestión, los jefes del Ejecutivo comienzan a actuar con poca mesura, desatino, angustia y desesperación. Felipe Calderón está desatado y anda por el país con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo afirmaciones insensatas. La última que soltó es la del México guadalupano. En el acto de inauguración de la Plaza Mariana, donde el Presidente tenía que haber sido particularmente cuidadoso, siendo, aunque él no lo quiera, el principal responsable de un Estado laico, espetó: “A final de cuentas, en muchos mexicanos, la mayoría de los mexicanos, la señora de Guadalupe es un signo de identidad y de unidad. Somos guadalupanos, independientemente, incluso me atrevería a decir, mucho de la fe, de las creencias y las no creencias y, desde luego, lo es para quienes profesamos la fe católica, a quienes congrega desde luego esta imagen tan representativa de México y de los mexicanos”. En otras palabras, el Presidente se puso de antropólogo y de sociólogo, hablando del carácter más identitario que religioso de la imagen guadalupana, la cual propicia adhesiones culturales más allá del catolicismo estrictamente hablando. Pero Felipe Calderón no es sociólogo ni antropólogo. Felipe de Jesús Calderón es el Presidente de la República mexicana y sabía perfectamente que estaba hablando en el contexto de un recinto católico, de una plaza mariana. Por lo tanto, tenía que haber sido más respetuoso de las creencias de alrededor de 18 millones de mexicanos que no son católicos y que, por lo tanto, no son ni se sienten religiosa ni culturalmente guadalupanos. Pretender, a estas alturas, que la Virgen de Guadalupe es un signo de identidad y de unidad de los mexicanos sería como afirmar que todos los mexicanos o la mayoría son o se sienten priistas, o son o se sienten mestizos. Son falacias estadísticas que no necesariamente refuerzan una cultura democrática, basada en la pluralidad y diversidad.

¿Cómo cree que se sintieron los alrededor de 8 millones de protestantes y evangélicos mexicanos, para quienes la Virgen María no es ni debe ser objeto de veneración? Lo que el Presidente hizo con su comentario fue simplemente ignorarlos o asumir que, en la medida que no comparten dicho culto, no son realmente mexicanos o no tienen esa misma identidad y no son parte de esa pretendida unidad religiosa. Nuevamente, como en tantas ocasiones recientes, el presidente Calderón se muestra como lo que es; un Presidente católico para quienes los demás tienen derecho a existir, aunque no sean parte de esa supuesta identidad y unidad nacional. ¿Cómo cree que perciben estas palabras los judíos mexicanos, para quienes el culto mariano, por más respetable que les parezca (después de todo, la Virgen María era judía), les es también totalmente extraño y ajeno a sus costumbres y creencias, aunque no por ello se sientan menos mexicanos que los católicos? ¿Dónde está la sensatez y la sensibilidad en estas palabras presidenciales hechas desde una cultura católica, desde una identidad religiosa que se asume mayoritaria y, por lo tanto, con derecho a imponerse sobre las demás? ¿De dónde saca el Presidente que los creyentes de otras religiones e incluso los no creyentes son guadalupanos? ¿No es esto a todas luces un despropósito? ¿No le parece a usted que afirmar que los testigos de Jehová, los mormones, los seguidores de la Santa Muerte, los budistas, los musulmanes, los shintoistas, son todos ellos guadalupanos, es de una imperdonable desmesura?

Ciertamente, el Presidente habló también de la libertad de conciencia, dejando de lado la pantanosa y muy católica noción de libertad religiosa, cuando afirmó: “Hoy, más que nunca, la libertad de creencia es absoluta. Todas las mexicanas, todos los mexicanos tenemos el derecho de profesar o no en conciencia la religión que satisfaga o que más sea propia de las convicciones de cada persona, sin más límite que el respeto a la ley”. Pero preconizar la libertad de creencias desde la supremacía católica de la que el Presidente se dice parte, hacerlo al mismo tiempo que se identifica un culto específico con la cultura y la identidad de la nación, es convertirse en un defensor de la fe, de un tipo de fe que los demás mexicanos no tienen por qué compartir. Afirmar, como lo hizo Calderón, que todos los mexicanos “somos guadalupanos, independientemente… mucho de la fe, de las creencias y las no creencias”, es transformarse en un promotor oficial de un tipo de fe, es ignorar a los millones de mexicanos que forman parte del enorme abanico de la diversidad religiosa mexicana y significa olvidar que como presidente de un Estado laico, su función no es la de promover la unidad religiosa alrededor del guadalupanismo, sino hacer que las leyes y la administración pública garanticen la igualdad y la no discriminación en materia religiosa. ¿Usted cree que el presidente Calderón, con su guadalupanismo declarado, con su absurda pretensión de que todos los mexicanos son culturalmente guadalupanos, está desempeñando correctamente su función? Yo creo que a 18 millones de mexicanos no les parece.

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