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Solsticio, navidad y mercancía.

            Al llegar, ya no sé bien qué día de octubre o noviembre, el corte inglés declara que ha llegado ya ese tiempo mágico. La verdad es que cada día tengo más dudas sobre la felicidad por decreto de cada final de año. Bueno sobre la felicidad tengo dudas a lo largo de todo el año. Quizá la podamos entender como la sucesión de instantes fugaces sin sombras de remordimiento o desasosiego a lo largo de cada día, semana o periodo en general. O también como la capacidad de ilusionarnos con algo sencillo que no resulte huero y falso al poco rato. Pero, cuánto de ese algo sencillo va quedando a mano

            Cuánto de natural, de  ficticio,o de tradiciones más o menos improvisadas hay en en la navidad de los tiempos que corren. Con esta crisis que amenaza con ser eterna e irreversible, enturbiada además por una escasa cosecha de aceituna, no dejamos de hacernos ilusiones. De alguna manera, con mayor autoengaño que en los distintos plazos en que tratamos de empaquetar el tiempo continuo. Rara vez nos paramos a ver con tranquilidad el ritmo natural de la vida y los ciclos de la naturaleza, para acompasar a ellos nuestra existencia. El nacimiento y rápido crecimiento de esos nietos que, el endiablado ritmo de la vida o la ausencia y penuria de los padres, no te permiten disfrutar como esperabas. Cada cual, imbuido en su propia peripecia, con frecuencia huera, de pronto nos sorprendemos observando que ha pasado la propia vida y la de quienes le rodean dedicada aspiraciones que no merecían tanto desvelo.

            Sí, la vida pasa y apenas miramos los ciclos que la incluyen. No disfrutamos de esa puesta de sol con celajes irrepetibles cuando el día acaba. Otro tanto nos ocurre con los primeros rayos de luz que con ritmo sabio van alejando la sombra de la noche. Tampoco apreciamos más esa lluvia serena que riega los campos y llenará ríos y manantiales, ni esos fríos que aseguran el fulgor de la primavera. Cerramos los ojos a la eclosión de los colores brillantes de la primavera o de la magia del otoño que árboles y suelo conforman. Qué decir del gorjeo de aves que apenas llegan a nuestros cada vez más atorados oídos. Bueno, tampoco conviene exagerar la exaltación bucólica, que de todo hay en la naturaleza incluidos desastres por lluvias torrenciales, sequías, tsunami y otros. Claro que en todo eso tendremos que ver hasta dónde llega la influencia humana en el llamado cambio climático.

            Acomodar nuestra vida al ritmo natural nos impulsaría a hablar, más que de navidad, del solsticio de invierno. Esto es, el final del año que tiene lugar entre el 22 y 23 de Diciembre coincidiendo con el día más corto del ciclo. Es la época en que, en esta parte del planeta, el hombre y la naturaleza reducían su vitalidad a la mínima expresión para iniciar un nuevo periodo. Con independencia de lo que diga el calendario religioso y, cada día más el mercantil, convendría aprovechar la ocasión para hacer un balance de varios aspectos. Por un lado, cómo nos llevamos como especie con el planeta. Parece que de manera muy mejorable, según protestan los ecologistas ante la cumbre de gobiernos sobre la cuestión. Por otro, valorar cómo encaramos de manera colectiva la supervivencia de la humanidad ante las inclemencias climáticas y de las otras. Tampoco  parece que la cosa vaya mejor, pues cuando más, sólo se habla de caridad en lugar de justicia, que es la solidaridad verdadera.

            Si, se puede hablar de felicidad, de amor, de familia y de ciertos valores religiosos o no, pero  una cosa es lo que se dice en general y otra muy distinta lo que acaba haciéndose. La calle o el barrio, que en otro tiempo permitía un conocimiento más directo de nuestro semejantes,  entre todos los hemos convertido cada  día es un espacio más hostil. Hoy, por miedo, o por simple egoísmo, tendemos con mayor frecuencia  a cerrar nuestras fronteras, nuestras zonas y superficies bien iluminadas , nuestras casas y hasta nuestros corazones.

            Cada vez somos más las personas a quienes  fastidian más la tendencia de estas fiestas y las incoherencias que hemos de soportar  para la convivencia en el entorno familiar y de amistades. Nuestra conciencia no de ja de rebelarse en contra  de este  mundo suicida que no deja de promover el consumismo, la irracionalidad, y la desigualdad arrogante. Todo ello anestesiado con gotas abundantes de  efímera y engañosa caridad, raciones de lotería , y los buenos deseos como una mercancía más de la que apenas podemos apartar nuestra persona, si no lo somos ya.

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