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Solsticio de invierno

Desde tiempos inmemoriales, la llegada de los solsticios del Sol se ha festejado por distintas civilizaciones y culturas como un motivo de celebración.

El solsticio de verano –coincidente con el cénit solar sobre el Trópico de Cáncer en el Hemisferio Norte del planeta- se celebraba concurriendo con el final del calor y la recogida de las cosechas. El solsticio de invierno –que coincide con el cénit solar sobre el Trópico de Capricornio, lo cual ocurre el día 21 de diciembre- se ha festejado milenariamente como el final de la oscuridad otoñal y el inicio de los días paulatinamente más bañados por la luz del sol, simbolizando el final de "las tinieblas" y el triunfo del Sol y la luz.

En Europa, casi todas las culturas prerromanas celebraban estos dos episodios anuales, con el Sol como protagonista, porque marcaban el ritmo natural de la vida en todas sus manifestaciones. Especialmente las culturas romana y celta (ésta última totalmente integrada en el significado profundo de la madre natura) hacían grandes celebraciones en los solsticios, con quema de hogueras e invocaciones a sus respectivas deidades.

Posteriormente, la Iglesia Católica, haciendo suya una festividad ancestral y relacionada con los ciclos naturales de la vida, hizo coincidir el supuesto nacimiento de Jesús con esta celebración, cuyo significado original solapó, haciéndola considerar "pagana", y pretendiendo monopolizar su simbolismo real como una fiesta exclusiva de los cristianos, como se ha venido celebrando durante siglos en buena parte de Occidente.

Estas consideraciones me han venido a la mente en los últimos días a raíz de una noticia que me vuelve a recordar el tremendo interés de algunos en hacer suyo lo que es de todos. Me refiero, por ejemplo, a la asociación católica "Hazte Oír" que, según narra la prensa, está instando a los católicos a no comprar en un importante centro comercial porque sus adornos navideños de este año simbolizan estrellas y copos de nieve, y no contienen, por tanto, alusión alguna a la "nativitatis" católica. Lo interpretan como un ataque "laicista" a sus creencias.

Al parecer, la Iglesia sigue sin percatarse de que estamos en una democracia; y en un sistema democrático ninguna organización puede auto-atribuirse el monopolio de las creencias de todos. España es, afortunadamente, un país plural, con ciudadanos católicos, con ciudadanos escépticos, agnósticos, ateos, racionalistas, etc.,etc., y al conjunto de la ciudadanía no se le puede imponer un ideario determinado. De hecho, ha sido un imposible el imponerlo nunca, porque el cuerpo puede esclavizarse e, incluso, destruirse, la razón y la conciencia de todos no; personajes de todos los tiempos y condiciones lo corroboran: Hipatia, Newton, Galileo, Beethoven, Ortega y Gasset, Picasso, Darwin, Mozart, Galdós, Larra, Unamuno, Lorca, Marie Curie, son solo unos pocos eminentes ejemplos de lo que digo.

Todos atravesamos el día 21 el comienzo del triunfo, en un nuevo ciclo, del sol; todos tenemos fiestas, sean cuales sean nuestros enfoques personales de la espiritualidad, y todos tenemos el derecho a disfrutarlas, pero cada uno a su manera, y de acuerdo a las propias ideas; atrás quedaron los tiempos del pensamiento único y del absolutismo ideológico y espiritual. Nadie tiene derecho a imponer su ideario a nadie, pero sí todos tenemos la obligación de respetar el pluralismo, y de considerar al prójimo como libre de asumir sus propios posicionamientos ante la vida. Y, puestos a adjetivar talantes, no se trata de ninguna "cristofobia", como algunos dicen, sino, quizás de "tiranofobia". Porque no respetar el pluralismo democrático y pretender imponer un único modelo ideológico o espiritual, no puede calificarse de otro modo que como tiranía.

Yo no pongo belenes, ni toco panderetas, ni voy a oficios religiosos, pero también celebro estas fiestas, aunque siempre intentando escapar de la manida algarabía prefabricada y de cartón-piedra que, en lugar de alegrarnos, muchas veces nos satura y enajena.

Teniendo estas premisas en cuenta, me permito, desde aquí, felicitar y desear lo mejor, aprovechando estas fechas, a todas las personas de -realmente- buena voluntad, independientemente del modo en que las celebren, y según no importa qué creencias; a mis seres queridos, a mis amigos del alma (con algunos de los cuales, a pesar de no compartir experiencias, comparto profundas complicidades), a mis lectores asiduos e incondicionales, para mí ya, mis amigos -algunos sé que hay-; a todos los desamparados, a los marginados, a los que sufren por las vilezas ajenas, a los que son víctimas de la intolerancia, a los que soportan las enormes injusticias que aún habitan en el mundo, a los que son víctimas de la maldad y la impudicia, a los perseguidos por sus ideas y convicciones, a los hijos de la miseria, a los niños explotados, a los sometidos física o intelectualmente, a los que no se dejan manipular ni adoctrinar, a los que luchan desde su parcela por denunciar las injusticias, a los que defienden la dignidad de todos, a los que valoran la vida (humana, animal y natural) por encima del dinero y el poder, a los que no se resignan, a los de buen corazón, a los que buscan la verdad, a los que se comprometen (desde su esencia y no desde el escaparate y la palabrería) por un mundo más justo, más humano y mejor…..

Coral Bravo es doctora en Filología. Miembro de Europa Laica

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