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`Sindiós’

La ofensiva contra la libertad de los teócratas islámicos no tiene como principales destinario los cristianos. Ellos se acaban entendiendo. Les pasa como al PP y Covergència.

Los realmente amenazados somos nosotros, los sindiós, este sustantivo admirable. Cada dos por tres se oye la necesidad del respeto a las creencias. ¿Piensan que no las tenemos? ¿Acaso ignoran que cualquier práctica religiosa en el espacio público es una blasfemia contra nuestras creencias? Años de ejemplar tolerancia no deben hacernos olvidar la verdad esencial: nuestra repulsión profunda, nuestro sentimiento de ofensa, cuando la religión sale de la alcoba.

Habrá que empezar a explicar lo que siente un sindiós en la Semana Santa de Sevilla (que por cierto es muy parecido a lo que sentía aquel magnífico sevillano cabal que se llamó Manuel Chaves Nogales). 0 lo que nos pasa por la cabeza cuando los curas defienden los derechos del pueblo vasco (una categoría que sólo ellos están en disposición de comprender a fondo) al tiempo que prohíben el preservativo. Si todo esto nos pasa con los curas, con nuestros benditos, ¿qué nos sucederá con los del muecín? La última de la especie afecta a la fiesta de moros y cristianos. Van a suavizarla y ya no harán explotar la cabeza de un muñeco, porque temen ofender determinadas creencias. Impresionante asunto. La mayor parte de las fiestas populares están basadas en la burla y aun en la humillación. En las Fallas han quemado muñecos que se parecían a Bush o Aznar. En los carnavales gaditanos les mentan el padre y la madre (a los mismos), con mucha gracia. Y se trata de hombres, que existen; no de mitos. Hay muchas creencias ofendidas. Cada día. Cualquier movimiento del Otro es siempre una blasfemia contra el Uno.

La vida corriente en Europa está basada, entre otras cosas, en un pacto sutil entre las personas religiosas y las que no lo son. Consiste el pacto, muy resumido, en la conversión de la religión en una costumbre que hace mucho olvidó su origen. Se sobreentiende que llamarle María a la niña no es exigirle todo lo que está escrito en el nombre. No creo que a los sindiós se nos pueda acusar de intolerancia. Entre nuestras renuncias está la del derecho a la exhibición. Incluso hemos hecho ver que no teníamos creencias, en aras de una sociedad sin trazos gruesos.

Me temo que el muecín ha interpretado mal este pacto. Sus voceros más ridículos se atreven a decir que en Europa no hay creencias: cuando lo que hay es, tan sólo, una notable reducción de las mentiras. En cuanto a nuestros curas, les corre por la espina dorsal un secreto calorcillo de satisfacción. Más que inquietarles, el aspecto hard del islamismo los reafirma. Sospecho que esperan la oportunidad de meternos un poquitín en vereda. A su vez deberían calmarse. Y meditar la evidencia: en Europa nadie iría la guerra en defensa de Dios. Cosa muy distinta de la Vida, la Libertad y el Dinero.

(Coda: «Dios es un pensamiento que tuerce todo lo que es recto». Nietzsche)

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