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Sin júbilo

Ocurre que un obispo, o arzobispo, o lo que sea, de la Iglesia católica se permite aconsejar a los gays el seguimiento de una terapia que habrá de curarles de sus presuntos desórdenes emocionales, sin reparar en que él mismo bien podría ser un psicótico de cierto peligro al dar por supuesto que mantiene línea directa con Dios, y eso sin contar con la conocida afición de miles de curitas recién cocidos a violar en nombre de sus apetencias a chiquillos que apenas si tienen para ingresar en los patios sombríos de cualquier seminario o similares. Pero no es solo eso. La sociedad de los recortes en que se ha convertido este país, y tantos otros, lleva camino de producir tantos pobres de solemnidad como ateos militantes (pese a los encomiables esfuerzos de Cáritas) y suicidas prematuros, por lo que tal vez termine cargado de razón el representante del FMI que lamentaba la longevidad de los, se supone, más desfavorecidos. No es tan disparatado suponer que una buena iniciativa para emprendedores jóvenes sea el diseño y puesta en marcha de cementerios de bajo nivel para acoger los cuerpos que van a ir cayendo, bien sea por cansancio, por aburrimiento, por desesperación o por ahorrarse la visión de sus hijos en la ruina y sin ninguna perspectiva de llevar una vida digna. Una iniciativa cada vez más urgente si se considera que en los depósitos de los hospitales ya no saben qué diablos hacer con tanto cadáver que eligió en vida donar su cuerpo a la ciencia por no tener ni donde caerse muerto, y que bien podría sustanciarse en la compra de terrenos baldíos y sin futuro para abrir en ellos confortables fosas comunes en las que, al menos, constara nombre y fecha de los cuerpos que allí descansan. Una variante más festiva de ese último acto de caridad bien entendida podría ser que nuestras queridas Fallas integraran entre sus ceremonias, en el gran acto de la cremà, el socarramiento de los difuntos sin posibles habidos en los dos meses anteriores, o, todavía mejor, que el hueco interior de los ninots fuera rellenado de lo que ya supone el lector: eso sí que sería liquidar dos pájaros de un tiro, aunque habría que tener cierto cuidado con el efecto chimenea. Crematorio gratis de indigentes y de personas en trance de serlo para diversión de los turistas. ¿Qué más puede desear el moribundo que prestar ese último y risueño servicio, con sus familiares contemplando el evento que lo eleva en cenizas hasta la inmortalidad?

Así que nada de terapias para gays, lesbianas, homosexuales, bolleras, maricones y toda esa chusma. Todos también a la hoguera. No me dirán que no sería fastuoso cambiar el día del orgullo gay para situarlo precisamente el día 19 de marzo a fin de que el vistoso desfile con que nos deleitan terminara en el interior de los monumentos falleros a la hora de la cremà para recibir al fin el horrendo pero justo castigo que merecen. Con lo que de paso se convertirían en humo al fin un montón de autoridades armariadas.

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