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Sin amparo divino. La coartada en los sistemas religiosos de la Antigüedad para la justificación de la violencia sobre las mujeres

Conocer cómo se ha construido el discurso religioso patriarcal sobre las mujeres es el primer paso para poder denunciarlo y de/construirlo

La actitud de las religiones del Mediterráneo, nuestra cuna civilizadora, ya sean politeístas o monoteístas[1], sobre la violencia hacia las mujeres podría resumirse en dos asertos. El primero, que las mujeres, “construidas” en las cosmogonías como seres secundarios e inferiores, son susceptibles de corrección, para lo que puede aplicárseles la fuerza, dando así cobertura a formas de violencia explícita. El segundo contempla que la vía que tienen las mujeres para ajustarse a los parámetros de comportamiento diseñados para ellas por los preceptos “sagrados” androcéntricos, cuando no abiertamente misóginos, pasa por la autocorrección, es decir, el autocastigo, la experimentación del dolor físico y/o el sufrimiento psicológico, fruto de la interiorización de su inferioridad e imperfección. La naturalidad con la que las religiones presentan esta opción, por acomodada al orden divino, favorece que tales prácticas pasen desapercibidas como forma de violencia simbólica, estructural.

Desde la Historia de las Religiones en el Mundo Antiguo, se analiza cómo en la configuración de los sistemas religiosos, lejos de ser los hombres los creados por los dioses -como sostienen todas las religiones-, son los dioses una creación de los hombres. Y cómo la religión es una pieza del sistema ideológico de dominación, es decir, de la representación “ideal” de la realidad que ha de ser creíble tanto para dominantes como para dominados/as en ella; por tanto, todos sus elementos -el panteón, las creencias, los rituales- contribuyen a, sucesivamente, explicar, justificar y garantizar la reproducción del orden económico, social y político establecido, que, desde sus orígenes en estas civilizaciones clásicas, es esclavista y patriarcal. Es decir, la sanción divina y la estructura de relaciones de género que ella ampara, están hechas a la medida de la voluntad de los hombres, y las justifica. Pero la “re/presentación ideal” deja de funcionar cuando no con/vence a sus dominados/as[2]. Conocer cómo se ha construido el discurso religioso patriarcal sobre las mujeres es el primer paso para poder denunciarlo y de/construirlo.

Todo sistema de poder, y el patriarcado lo es, no cursa sin la violencia y aunque, como decía Kate Millet[3], no acostumbramos a asociar el patriarcado con la fuerza, éste la emplea cuando es necesario, y la sola certidumbre de su posibilidad es una inmejorable medida de coerción, por tanto, de control sobre sus dominadas. La religión opera en ambas opciones.

Su contribución a la creación de un consenso cultural y social que contempla como “natural”, y por tanto no denuncia, el uso de la violencia contra las mujeres, se articula en torno a algunas concepciones:

1- La “mujer” es un ser secundario (Pandora, Eva): creada en segundo lugar, y con carácter inferior y subordinado al hombre. Mary Daly resumió sus consecuencias afirmando que si dios es hombre, entonces lo masculino es dios.

2- La universalización y esencialización de lo femenino, a través de la identificación de la mujer como materia, convirtiéndolas en “idénticas” (Celia Amorós), constituye parte del mensaje tranquilizador de las religiones. Por el contrario, los hombres, creados los primeros y a imagen de dios, tienen “identidad”, capacidad de razonar; son sujetos de derechos.

3- Estos seres femeninos, que difícilmente pueden emular a la divinidad masculina, han sido creados, además, para cumplir una voluntad divina de venganza/castigo, o acaban siendo, por su comportamiento equivocado, el azote del género humano.

4- Y “encarnan” la culpa, la trasgresión, y el pecado, en la medida que es su cuerpo (sexual y sensual) quien lo provoca y desencadena. La norma religiosa otorga entonces al varón, bajo cuya tutela están, la autoridad para “recuperar” a la descarriada, contemplando la aplicación de la violencia explícita, a menudo en el ámbito doméstico, en tanto que la mujer no es sujeto de derecho.

5- La función “esencial” de las mujeres es la procreación. De las Diosas-Madre a la Virgen María, las religiones han despojado, así, a las mujeres del dominio de sus cuerpos, explicando que el progreso de la civilización va unido al sometimiento de su capacidad generadora al control del padre, verdadero y aristotélico principio fecundador.

6- De Zeus a la divinidad omnipotente judía o cristiana, los dioses han dispuesto del cuerpo femenino -reducido a receptáculo de su simiente-, desafiando las leyes de la naturaleza, para engendrar en cuerpos vírgenes, o provectos, la continuidad de la estirpe divina, o real[4].

7- Esa manipulación del cuerpo implica también la negación de la sexualidad femenina. La paradójica incompatibilidad que se decreta entre sexualidad femenina y maternidad, se convierte en la imprescindible pieza del discurso de sometimiento femenino que tan bien describiera Simone de Beauvoir[5].

8- Y aunque algunas sociedades se aseguran la eliminación de la posibilidad “física” del placer sexual de sus mujeres, no menos eficaz, aunque si más difícil de detectar como agresión, es la interiorización de su negación -de la que el modelo de la Virgen cristiana es epítome-, y la accesibilidad sexual. Incluso en la violencia sexual, más que el placer del cuerpo, se busca la satisfacción por el doblegamiento de la víctima, del poder, en definitiva[6].

9- En esta vía de aceptación simbólica de la violencia, el discurso religioso patriarcal genera mujeres conscientes de que el sufrimiento de su cuerpo (ayunos de comida, vigilia, torturas autoinfligidas) es la forma de mostrar arrepentimiento por el mal hecho.

10- Esta somatización de la violencia, más terrible que la muerte, pues busca la mortificación constante, es perseguida también por una mujer que entiende el (auto) castigo como la única contrapartida que ella puede ofrecer para hacerse merecedora de una recompensa nada material, sino evanescente: el amor de Dios. Algunas lo siguen interpretando así por otros amores no tan divinos…

Más allá de que las religiones contemplen el padecimiento de la violencia como vía de manifestación religiosa de las mujeres, queda pendiente para otra reflexión el análisis de su función e influencia en la construcción de modelos normativos, no solo para las creyentes, sino también, para las librepensadoras y descreídas. A la luz de la reclamación de los Derechos Humanos para las Mujeres recogidos en la Conferencia de Beijing, donde se establece, precisamente, que ninguna cultura, religión, costumbre o tradición podrá ser causa de discriminación o de violencia contra las mujeres, si consideramos los otros aspectos allí señalados como ámbitos en los que éstas deben mejorar su situación, tales como el de la salud y la reproducción, la educación, acceso a la independencia y actividad económica, y a la participación política y social, podremos valorar que también, tanto en el origen, como en la pervivencia de esas deficiencias, la religión puede, legítimamente, reclamar su protagonismo.

Las mujeres, como decía Mao, sostienen -soportan- la mitad del cielo, aunque la sociedad patriarcal antigua, y la nuestra que es su heredera, se han empeñado en atribuirles la función recogida en la frase bíblica: “Soportarás todos los males”.


[1] Mª Jesús Fuente-Remedios Morán, eds., Raíces profundas. La violencia contra las mujeres (Antigüedad y Edad Media), Madrid, 2011, pp. 25-90.

[2] Maurice Godelier, Lo ideal y lo material, Madrid, 1990.

[3] Rosa Cobo, Hacia una nueva política sexual, Madrid, 2011.

[4] Emma González, Imitando a Rebeca. Modelos de feminidad para cristianas en el Antiguo Testamento (siglos II al IV), Oviedo, 2009.

[5] Amparo Pedregal, –, “Maternità versus Sessualità femminile. Versioni cristiane de una contraddizione classica”, en Antonio autiero y Stefanie knauss, eds., L'enigma corporeità: sessualità e religione. Scienze Religiose. Nuova serie. Edizione Dehoniane, Bologna, 2010, 113-24.

[6] Dolors Molas, ed., Violencia deliberada. Las raíces de la violencia patriarcal, Barcelona, 2007.

REFERENCIA CURRICULAR

Amparo Pedregal es titular de Historia Antigua en el Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo. Coordinadora del Máster Género y Diversidad, que constituye, asimismo, el primer año del Erasmus Mundus GEMMA, primero de los dedicados a los estudios de Género, aprobado por la Unión Europea. Presidenta de la Asociación Española de investigación sobre la Historia de las Mujeres (AEIHM), fue presidenta de la Asociación Universitaria de Estudios de las Mujeres (AUDEM).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS          

PEDREGAL, Amparo y GONZÁLEZ, Marta, eds.: Venus sin espejo. Imágenes de mujeres en la Antigüedad Clásica y el cristianismo primitivo. Editorial KRK, col. Alternativas, nº 21. Oviedo, 2005

PEDREGAL, Amparo: “Las mujeres en la sociedad cristiana”, en I. Morant, dir.: Historia de las mujeres en España y América latina, V. I. Madrid, 2005, ed. Cátedra, pp. 307-336.

PEDREGAL, Amparo:Ancilla Dei. El discurso cristiano sobre la sumisión femenina”, Studia Historica. Historia Antigua. Resistencia, sumisión e interiorización de la dependencia, 25. Ed. Universidad de Salamanca, 2007, pp. 417-434.

PEDREGAL, Amparo: “Propuesta de la asignatura ‘La historia de las mujeres en la Antigüedad’ ante el EEES” I Congreso de Estudios de las Mujeres, de Género y Feministas. Grados y Postgrados en el Espacio Europeo de Educación Superior. Ministerio de Igualdad, Madrid, 2008 (publicación en CD).

PEDREGAL, Amparo: “Historiografía francesa e investigación española sobre las mujeres en la Antigüedad”, en Gloria Franco – Ana Iriarte, eds.: Nuevas Rutas para Clío. Barcelona, 2009, pp. 69-110.

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