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¿Símbolos religiosos en la vida pública?: Algunas respuestas a las declaraciones de Benedicto XVI.

Hemos asistido en las últimas semanas a un recrudecimiento de la ofensiva ultra católica contra el laicismo, infundadamenteconsiderado por las jerarquías de la Iglesia   como ‘agresivo’.  Si el 2 de Enero el cardenal Rouco seguía protestando en la plaza Colón ante miles de personas contra la ley del aborto, contra el divorcio y, más aún, contra las bodas entre homosexuales, el Papa Ratzinger ha hecho reiteradas declaraciones en las que compara a España con “una viña devastada por los jabalíes del laicismo” (¿en quién y en qué estará pensando?); ha arremetido contra la ‘Educación para la Ciudadanía’, y ha denunciado lo que él considera una “marginación de la religión y, en particular del Cristianismo, ante los intentos de suprimir de la vida pública fiestas y símbolos religiosos en nombre del respeto de quienes pertenecen a otras  religiones o simplemente no creen en Dios”.

En casi todos los casos se trata de denuncias tendenciosas e ilegítimas, por cuanto no se corresponden con la verdad de lo que ocurre en nuestro país ni de lo que hacen nuestros poderes públicos (Gobierno-Parlamento-Poder Judicial) y, probablemente, están orientadas  a obtener nuevas concesiones y privilegios para la Iglesia Católica.

De otra parte,  son declaraciones que no respetan la conciencia colectiva de la sociedad española. Porque, en el caso concreto de los símbolos religiosos, somos muchos los que pensamos que en nuestro país mantenemos prácticas, símbolos y costumbres propias de un Nacionalcatolicismo predemocrático. ¿Cómo entender, por ej., que ministros, jueces y parlamentarios  sigan poniendo a Dios por testigo, ante el Crucifijo, de su hipotética fidelidad a la nación, cuando muchos de ellos son personas no creyentes? ¿Cómo justificar la celebración de la Eucaristía cristiana para rendir honores de Estado en los funerales de soldados pertenecientes a otras religiones y culturas? ¿Con qué argumentos se puede justificar que las aulas de miles de Colegios públicos sigan ‘presididas’ por el crucifijo o imágenes de la virgen, en un estado que se proclama constitucionalmente aconfesional? ¿Cómo admitir pasivamente que esos mismos símbolos cristianos presidan ostentosamente las Salas de Plenos de tantos Ayuntamientos como si viviéramos bajo el franquismo victorioso de la ‘cruzada nacional’’?

Son algunos ejemplos del ingente imaginario católico-doctrinario que reina todavía en nuestro país, a pesar de que la Constitución y otras leyes proclamen el respeto por la libertad religiosa y  la naturaleza  democrática del Estado.

Pues no. Lejos de lo que dice el Papa, falta todavía un gran trecho para que el nuestro sea un Estado laico que respete el pluralismo cultural, político y religioso de la sociedad. En pleno siglo XXI la libertad de conciencia y su libre expresión aún son ideales que no están a nuestro alcance. Y los cristianos hemos de lamentar que no lo están, entre otras razones, por la posición recalcitrante de nuestra Iglesia Católica.

Un laicismo coherente y razonable no puede ser condescendiente con la falta de respeto a la diversidad de creencias y culturas que en una sociedad multicultural, como ya lo es la española coexisten, ni puede ser insensible al profundo proceso de secularización que ha arraigado ya en nuestro país. Y cuando ese laicismo lo practicamos desde la propia fe cristiana no podemos compartir los intentos de coacción moral y adoctrinamiento católico integrista que protagonizan la mayoría de nuestros jerarcas, porque entendemos que esas lecturas del Cristianismo buscan más el poder y los privilegios que el testimonio evangélico.

Por ello nos posicionamos contra la función hegemónica, cuando no la imposición, de lo católico y a favor de la igualdad de todas las creencias y convicciones filosóficas, sean del signo que sean, que deben gozar todas de los mismos derechos y obligaciones que el resto de asociaciones  y demás entidades de la sociedad civil, en un plano de absoluta igualdad.  En consecuencia, reclamamos del Estado la eliminación de toda clase de trato de favor.

Desde esta óptica, denunciamos la presencia ostentosa de símbolos religiosos en el espacio público por entender que representan una falta de respeto y un trato discriminatorio a muchos ciudadanos, que los poderes públicos toleran en nombre de una falsa uniformidad religiosa española. Nótese que hablamos de  presencia de símbolos religiosos en el espacio público, entendiendo por tal tanto las instituciones de titularidad estatal  (Centros de Enseñanza de cualquier nivel, públicos y concertados; Centros de Servicios Públicos –sanitarios, asistenciales,.. etc-; Dependencias de las Administraciones Públicas, Sedes de la Administración de Justicia, Establecimientos militares,  Prisiones, Parlamentos  y Asambleas representativas; Sedes diplomáticas,… etc.), como los lugares abiertos de acceso público (calles, plazas, parques…etc.)

Y que, por consiguiente, no cuestionamos en absoluto los símbolos religiosos de uso personal, por entender que el derecho fundamental a la libertad de conciencia de cada persona incluye la libre expresión de la fe religiosa, siempre que no colisione con principios básicos de la Ética social basada enlos Derechos Humanos y los principios constitucionales de un país. Así vestir un traje talar, portar crucifijos o medallas, así como cubrirse con el pañuelo islámico o la kipájudía serían manifestaciones personales  de una determinada fe religiosa que a nadie debería incomodar ni, menos aún, ser obstaculizada por ningún tipo de autoridad.

El debate es más abierto cuando tratamos de concretar qué y cuáles son los símbolos religiosos, pues la pluralidad existente es amplia y de variado significado. Todos reconocemos como símbolos inequívocos el Crucifijo, la Biblia y otros Libros sagrados, las imágenes de la Virgen y los Santos, la estrella de David…., etc. Pero la relación exhaustiva de toda la simbología religiosa es un debate que aún no está socialmente planteado.

Hoy por hoy, lo importante para nosotros es superar esa ancestral tradición de tantos símbolos cristianos copando indebidamente el espacio público que pertenece a todos los ciudadanos. La  cuestión se centra en si es posible dar pasos decididos para  hacer real la laicidad del Estado que proclama la Constitución, no en discutir si tiene alguna razón el Papa Ratzinger cuando se queja de “la marginación a que está sometido el Cristianismo ante los intentos de suprimir de la vida pública los símbolos religiosos”, o de si“España es una viña devastada por los jabalíes del laicismo”.  Sus propias palabras denotan el grado de lejanía o alienación en que se sitúa respecto a  nuestra realidad.

Para avanzar  hacia ese Estado laico, respetuoso e igualitario, los cristianos hemos de actuar, tanto con nuestros votos como con la praxis cotidiana. En estos momentos son áreas estratégicas de especial relevancia:

1.    La ley de libertad de conciencia, cuyo proyecto ha sido retirado tristemente de la agenda política del Gobierno, a pesar de que formaba parte de su programa electoral.

2.    La retirada de símbolos religiosos de la Escuela.  LasAulas de los Centros públicos y concertados no pueden ser lugares de adoctrinamiento religioso, sino espacios de educación en valores democráticos y de iniciación al conocimiento científico. Es ésta una materia que viene exigida por nuestros fundamentos constitucionales y ratificada por diversas sentencias de tribunales españoles y tomas de posición del propio Parlamento Europeo

En una palabra, si queremos contribuir a una sociedad más pacífica y justa, habremos de defender que los símbolos que dominen el espacio público representen a toda la ciudadanía y a los valores democráticos que cohesionan sociedad entera, no mostrar sólo las creencias y sensibilidades de una parte de esa sociedad. Y sólo con un Estado laico es posible avanzar seriamente en esa dirección.

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