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Silencio en el clero

 La muerte de Vicente Ferrer, al igual que en su día la de la Madre Teresa de Calcuta, ha cubierto a nuestra santa madre iglesia de un silencio sepulcral. Ni se pronunciaron ayer con Teresa ni lo han hecho hoy con Vicente, claro que está bien justificado, el uno porque era un jesuita retirado y la otra porque ‘se dedicaba demasiado a los de la tierra y poco a la oración’, como dijo en su día algún obispo de la cosa.

Si ante estos fallecimientos ni se inmutan, quizá por el celoso pensamiento de que les habían robado el protagonismo, por un lado, y el control del miedo, por otro, el caso es que ante aspectos como la homosexualidad, el aborto y los preservativos, esa boquita que hoy permanece cerrada ante la muerte de personas que han dado la vida por los demás (no como ellos, que se saben muy bien la teoría pero en la práctica dejan mucho que desear), abren la boca y se despachan a gusto, especialmente nuestro sumo representante eclesiástico en Granada, Monseñor Javier, que es de lo más locuaz y divertido. Monseñor nos tiene acostumbrados a dar que hablar de él, por sus declaraciones y ademanes inquisitoriales, por sus viajecitos en contra de los homosexuales a Madrid, por su concepto de que el preservativo es el que ayuda a propagar el sida (algo así dijo, ¿no?) y sus rencillas con los colegas de profesión.

Hace unos años encabezó las manifestaciones en contra de la legalidad del matrimonio entre personas del mismo sexo. Ay, cuándo se van a dar cuenta los curas de que vivimos en un estado laico y que lo suyo pertenece a la esfera de lo privado y no a la de lo público. Pero nada, oiga, que ellos quieren seguir mandando. El caso es que su postura abierta en contra de la homosexualidad, por ocuparnos de una de sus muchas barbaridades, es una muestra de la ignorancia supina de este arzobispo para con la historia misma, que está protagonizada también por grandes homosexuales como Platón, Sócrates, Miguel Ángel, Lorca, etc.

Y, sin ir más lejos, sus jefes decoran los fastuosos chalés que tienen en El Vaticano con obras de homosexuales, grandes cumbres del pensamiento humano que pueden elevar más allá del cielo a quienes las observan, ese cielo que, de ser cierto que existe, también hubiera creado a los gays. Así las cosas, nos encantaría que Monseñor, que anda demasiado atareado ahora con su nuevo cargo en no sé qué historia de la doctrina de la fe, se parara a escribir un día de estos sobre Vicente Ferrer y la Madre Teresa de Calcuta, a ver si se le ocurre otra genialidad a su eminencia como la de que el uso del preservativo había contribuido a propagar el sida.

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