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Shirin Ebadi, Nobel de la Paz El envite del velo

No llevará velo el día en que recoja el Nobel. Shirin Ebadi, opositora iraní y Premio Nobel de la Paz, sabe perfectamente que el velo no es un pintoresquismo indumentario, como tanto canalla disfrazado de progre se empeña en defender acá por la vieja Europa.

 García Márquez podía hacer el ridículo disfrazándose de indiecito para recoger su premio y volar luego con él a Cuba; era gratis. Una mujer iraní que aspire a ser algo más que una bestia de reproducción y carga, sabe que no es el atuendo tradicional reivindicado por los ayatolas un simple folklorismo no carente de encanto. Que es una feroz condena. De por vida. El velo es el uniforme carcelario que sella su exclusión de la plenitud ciudadana y, en el límite, sin más, de la plenitud humana.

    Y Shirin Ebadi no es ingenua ni se engaña. Sabe que aparecer en Estocolmo sin su uniforme de sierva del Misericordioso y de sus machos en ejercicio pone en peligro su vida. En el bárbaro Irán de los ulemas son cientos las mujeres lapidadas por incumplir la ley coránica. Y la fatwa que condena a Salman Rushdie a ser asesinado por cualquier musulmán piadoso, como blasfemo escritor de textos desacordes con lo que Alá dicta, sigue, conviene recordarlo, en vigor.

   Ebadi sabe que no hay tintas medias en esta historia. Que se juega, en la aceptación o no del velo litúrgico, una alternativa unívoca: ser animal o bestia. Y que Irán sigue siendo hoy para vergüenza de la diplomacia europea que se divierte en ocultarlo un país devastado por la forma más atroz de tiranía: un teocratismo feudal sin fisuras.

   Es obsceno que, en Europa, haya gentes que se nieguen a entender el envite esencial de esa batalla. Que iglesias de diverso cuño presionen al Gobierno francés para impedir la promulgación de una ley de protección de la escuela laica frente al islamismo. Que propongan, incluso, la adopción de formas de discriminación positiva que favorezcan su desarrollo. Justo en el momento en que el problema, desbordada la primera línea de los centros de enseñanza, está siendo trasplantado a los hospitales públicos, donde médicas y enfermeras musulmanas, ornamentadas con sus bonitos velos, han comenzado a negarse a atender a pacientes varones.

   No, no es una anécdota el velo. Es la aceptación del retorno a un universo feudal, en el cual no queda sitio para la igualdad jurídica entre los ciudadanos. Hay que estar más que loco para ceder en eso.

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