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Sexo y jerarquía

Los Obispos tienen el sexo entre los parietales. De ahí la obsesión que sienten por aconsejar, legislar, prohibir y encontrar soluciones para algo que está ahí, como los ojos, los labios o el esternón. Pero la Jerarquía, al concederle una prioridad sobre otros temas humanos y humanizantes, está dando a entender su ascendencia primitiva donde las vestales, donde las vírgenes, donde seguidoras a al servicio de los dioses. Es muy revelador que la Iglesia reduzca la pureza de alguien a su aspecto sexual. La santa pureza no consiste en entregarse a los demás, en preocuparse por el hambre en el mundo, por la falta de derechos humanos, por el desprecio que muchos sienten por la mujer, por la marginación a que están sometidas en países desarrollados, incluso en la propia Iglesia. Todo este pentagrama de variedades vitales está supeditado a la opción de no ejercer el sexo. Entra dentro de la negatividad que revelan la mayoría de los mandamientos: no robarás, no matarás, no desearás. La negatividad prima en las normas que parecen ser esencialmente promotoras de un cristianismo jibarizado, negado al crecimiento espontáneo de la libertad y el amor. El sexo es una eclosión de vida, una floración de la existencia, una gozosa resurrección del mundo como donación al ser y al existir.

Pese a que la Organización mundial de la salud negó hace años que la homosexualidad fuera una enfermedad, persisten algunos eclesiásticos en buscar terapias que la cure. Jorge Enrique Mújica, legionario de Cristo es, parece ser, el último empeñado en salvar de esta epidemia al género humano. Por los visto no llegó a tiempo para sanar a su fundador.

El mundo vive dividido entre ricos y pobres. Siempre ha sido así, dicen los acomodaticios. Y disimulan en su constatación que el abismo se agranda, se ahonda. El hambre es más hambre en un mundo de riqueza más amplio. Las grandes multinacionales del café, de los plátanos, del azúcar compran cosechas enteras para venderlas después a precios altísimos a los países que puedan pagar y dejando en ayunas a las tierras originales que parieron esos frutos.. Los ricos son más ricos a costa de que los pobres sean más pobres. Y se nos mueren los niños, y los enfermos que tienen derecho a una curación posible, y se nos quedan sin agua los sedientos, sin paz los guerreros a los que vendemos nuestras armas en un mercado obsceno.

Si Jesús vino a salvar al mundo y la Iglesia es sacramento de salvación, debería interrogarse continuamente por qué su mensaje no ha conseguido después de veinte siglo de existencia de cambiar la escala de valores. El mensaje no es el fracaso, como no es un fracaso el de Gandhi o el de Vicente Ferrer. La gran quiebra está en que la Iglesia se ha colocado de parte de los ricos y ha colaborado en su quehacer en aplastar a los pobres. La traición al mensaje está en la raíz de ese fracaso. Es el pecado contra el amor que no tiene `perdón.

Urge una terapia que arranque de los parietales el sexo para situar en su lugar la angustia del mundo.

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