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Secularismo musulmán

Hace muchos siglos, Tertuliano, un prolífico y polémico autor del cristianismo primigenio, se hizo las siguientes preguntas: "¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué tienen que ver los herejes con los cristianos?". Tertuliano, conocido principalmente por haber establecido un contraste metafórico entre Atenas, patria del paganismo griego, y Jerusalén, escenario capital de la revelación divina, estaba convencido de que la fe cristiana y la sabiduría humana eran polos opuestos.

Hoy en día, en Occidente y en el mundo musulmán, muchos se hacen la misma pregunta: "¿Qué tiene que ver el islam con el secularismo?". Secularistas dogmáticos de todo el mundo siguen creyendo que el islam supone una amenaza para el pluralismo y el laicismo, mientras que los musulmanes integristas proclaman que el secularismo es un peligro para la identidad islámica.

Ambos bandos son muy proclives a conservar la profunda divisoria entre "nosotros" y "ellos", sin ir más allá de los ilusorios límites existentes entre lo religioso y lo laico. También deberíamos reconocer que en el mundo no todas las manifestaciones violentas son atribuibles a la religión o al laicismo, y que tampoco una sola religión o Estado laico son culpables de la violencia. Prácticamente no hay religión en el mundo que en algún momento no se haya visto llamada a justificar la violencia. Con todo, la violencia religiosa se ha convertido en un enorme obstáculo para la solidaridad humana y para un diálogo sin prejuicios entre secularistas y religiosos.

No hace falta decir que, cuando se trata de utilizar las creencias y prácticas religiosas para definir la filiación política, existen grandes diferencias entre los que parten de la necesidad de dar ejemplo mediante el reformismo y los que imponen una religión por las armas. Es cierto que nada hay inherentemente pluralista o democrático en la religión, que no depende, en este sentido, del contenido de la fe, sino de cómo la interpretan los creyentes dentro de una comunidad de valores. Lo principal es que hoy en día existe en el mundo una tensión entre la reglamentación en materia de derechos humanos y los principios de las comunidades religiosas, patente en lo que podríamos denominar dialéctica de las convicciones. Dicho de otro modo, lo que es bueno, verdadero y justo en un marco religioso, no se corresponde necesariamente con las políticas de protección de los derechos humanos. En consecuencia, ¿cómo vamos a conciliar el reconocimiento de la religión como parte integrante del espacio público con el mantenimiento del principio universalista de que todos los seres humanos son iguales? Si partimos de que el respeto debido a la dignidad de todas las personas se manifiesta políticamente gracias a los derechos hu-manos, en tanto normas de obligado cumplimiento a las que todo el mundo tiene derecho, entonces, ¿qué papel tiene la religión?

Es cierto que, en teoría, las tradiciones religiosas participan de la idea de dignidad humana, pero, en la práctica, es evidente que las comunidades religiosas no siempre han sido partidarias de la democracia y los derechos humanos. Debemos abordar dos cuestiones, una relativa a la religión, la otra al secularismo.

En primer lugar, creo que tenemos que distinguir entre dos concepciones de lo que es el secularismo: la ideológica y la política; pero también entre dos visiones de la religión como fe y como ideología. Hoy en día, cuando hablamos de secularismo, en general nos referimos al mecanismo institucional que sirve para salvaguardar la libertad religiosa en tanto que derecho humano. Por otra parte, el hecho de que algunos integrantes de las culturas islámica, cristiana o hindú hayan optado por convertir sus religiones en ideologías no debe inducirnos a considerar ideologías esos credos. La gran mayoría de los creyentes del mundo, en tanto que tales creyentes, ve en su religión un credo, no una ideología. Por ejemplo, para muchos musulmanes, ciertos elementos de la tradición jurídica islámica sirven para orientar la devoción personal, no como programa de acción política. En consecuencia, debería ser posible que personas de diversas perspectivas religiosas pudieran conciliar los derechos humanos universales con sus prácticas y credos.

No obstante, la tensión entre lo laico y lo religioso tiene que ver principalmente con la dialéctica de la ciudadanía, es decir, con una tensión creativa entre el compromiso religioso y la moral laica. Mientras definamos la democracia como punto medio entre lo religioso y lo laico, dicha tensión continuará determinando nuestras políticas nacionales e internacionales en el futuro. En ese sentido, debería considerarse que cualquier intento de ver en los valores democráticos algo ajeno a la esencia espiritual es tan simplista como pernicioso para la pretensión de alcanzar un equilibrio entre religión y secularismo. Como idea, una sociedad completamente secularizada carece de sentido, porque cualquier sociedad de esa índole hereda valores, disposiciones y orientaciones propias de una tradición y un pasado espirituales.

Se debería considerar que el posislamismo nace más de una experiencia islámica en proceso continuo que de las exigencias del laicismo. Es un espacio dialógico en el que las sensibilidades piadosas de las sociedades musulmanas pueden incorporar un espíritu democrático. El fenómeno del posislamismo constituye una empresa destinada a fundir derechos laicos y creencias religiosas en algunas partes del mundo islámico. Es cierto que la aparición del posislamismo no supone necesariamente el fin del islamismo político, pero sí el nacimiento de una interpretación islámica del laicismo político que adopta los principios de los derechos humanos y el sistema democrático.

Dicho de otro modo, el mundo musulmán está a punto de abrazar una versión del secularismo político acorde con su personalidad islámica. Esa perspectiva se diferenciaría enormemente del modelo francés, hostil a la religión, que ha imperado en todo Oriente Próximo y que en parte ha sido responsable del nacimiento de las autocracias modernas y de la ideologización de la religión en esa zona.

La reformulación del espacio secular por parte del posislamismo es algo que conlleva la participación de la sociedad civil, incorporando al mismo tiempo la variable espiritual a la construcción y desarrollo del cuerpo político. Pero también supone que los musulmanes de todo el mundo puedan reflexionar sobre el desafío de la democracia, superando el choque entre religión y secularismo. Esa reformulación es especialmente necesaria en el contexto del diálogo intercultural relativo a la memoria espiritual que determina las actitudes sociales y políticas de nuestro mundo contemporáneo. Además, si tenemos en cuenta el papel que en el mundo musulmán tienen los valores religiosos como determinantes de las normas políticas, para dar la vuelta a los valores subyacentes en el islam político, tratar de conciliar el islam con los valores seculares sería una iniciativa crucial y valiente.

Por otra parte, en este proceso, las medidas pragmáticas atenuarían las perspectivas ideológicas. Como señaló Jawaharlal Nehru en una ocasión: "La paz duradera sólo puede llegar a las personas pacíficas". En el mundo islámico, la paz duradera sólo podrá llegar cuando los musulmanes secularizados pacíficos y los musulmanes religiosos pacíficos se escuchen mutuamente y abandonen su diálogo de sordos.

Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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