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Secuestro, suplicio y muerte de una judía en París: así se oculta el antisemitismo

Organizaciones judías francesas protestan ante el Ministerio de Justicia, en París, tras el asesinato de Ilan Halimi. (Reuters)

El silencio de las autoridades y medios sobre el asesinato de una mujer judía de 67 años a manos de un inmigrante enciende el debate sobre el ocultamiento de la creciente judeofobia

Sarah Halimi dormía el 4 de abril pasado en su apartamento parisino. A las 4.30 de la mañana fue despertada por un individuo que pudo reconocer, después de unos segundos de duda. Era su vecino, Kobili Traoré, que se introdujo en el lugar a través del apartamento de otro vecinos, los Diarra, originarios de Mali, como él.

A esa hora comenzaba el suplicio de la directora de guardería jubilada, de 67 años, conocida en el edificio como “la judía”. En ese instante, Kobili Traoré iniciaba la tortura que iba a destrozar a puñetazos el rostro de Sarah Halimi; golpes acompasados al ritmo de los calificativos de ‘sheitán’ (“diablo”, en árabe). La tortura iba a continuar en la terraza que da al patio interior del inmueble.

Uno de los vecinos describió a la policía la escena: “Lo primero que me despertó fueron los gemidos de un ser vivo en sufrimiento. Al principio pensé que se trataba de un animal o de un bebé, pero después, corrí los visillos y abrí la ventana. Ví que era una mujer que gemía cada vez que recibía un golpe. La pobre ya no tenía fuerzas ni para gritar“. Kobili seguía golpeando e insultando: “Cierra el pico, gran puta”. En un momento dado, el agresor se dirige de nuevo a Sarah: “¿Ya está, ya no te mueves?”. Ella seguía con vida.

Una patrulla de la policía, prevenida por los Diarra, llevaba más de 30 minutos sobre el lugar, pero no se atrevieron a intervenir porque pensaban que se trataba de un acto terrorista. Efectivamente, los agentes dedicados a la pequeña delincuencia habían escuchado los versos del Corán recitados por Traoré y sus gritos de ‘Allahu Akbar’ (“Dios es el más grande”) y prefirieron llamar a sus colegas de la policía judicial.

Defenestrada viva

Cuando el asesino comprendió que la policía llevaba tiempo allí gritó “hay una mujer aquí que se va a suicidar”. Cogió a Sarah Halimi por los brazos y la lanzó al vacío. Traoré se entregó con calma. Fue conducido directamente al psiquiátrico, sin un mínimo interrogatorio. Órdenes “de arriba”.

Sarah Attal-Halimi (Halimi es el apellido de su marido fallecido hace años) y su torturador vivían en el mismo bloque de viviendas de protección oficial, los famosos HLM, acrónimo de “vivienda de renta moderada”, que el Estado pone a disposición de personas con sueldos modestos. Los HLM, concebidos como un ejemplo de la “mezcla social” armoniosa entre culturas, se han transformado en las últimas tres décadas en un infierno para los franceses judíos y para los franceses “blancos” –’les petits blancs’– que no tienen recursos para ‘huir’ de cientos de barrios ahora en manos de delincuentes, traficantes y salafistas.

El fiscal de París, François Molins, tardó diez días en abrir una investigación por un delito de “homicidio voluntario”. La familia de Halimi y sus abogados clamaron al cielo y exigieron que se reconociera la cirscuntancia agravante de “crimen antisemita”. Molins declaró que “nada permite retener el carácter antisemita del homicidio”, aunque añadió que “nada permite excluirlo”.

Traoré conocía bien a su vecina. Sarah Halimi no ocultaba la peluca característica de las judías ortodoxas. Sus familiares acudían a su casa con la ‘kipá’. Una hermana del asesino trató una vez a una de las hijas de Sarah de “sucia judía” cuando se le cruzó en las escaleras.

“Una fábrica de asesinos”

Kobili Traoré, delincuente condenado en varias ocasiones, acudió la víspera del asesinato la mezquita del barrio, “La mezquita de Omar”, conocida como un foco del islamismo radical, algunos de cuyos fieles ya partieron hacia Afganistán hace años. “Una fábrica de asesinos”, según una vecina del barrio, una bereber argelina que asegura que el barrio de Belleville, donde ella y Sarah Halimi vivían desde los años 80, se ha transformado: “Los delincuentes y los barbudos han impuesto su ley”.

¿Por qué la justicia y la policía francesa intentan descartar el crimen como un acto antijudío? ¿Por qué la prensa ha vuelto a ofrecer un ejemplo de negación de la realidad cuando se trata del asesinato de un miembro de la comunidad judía a manos de un musulmán francés? ¿Por qué el asesinato de Sarah Halimi no mereció un reportaje de televisión hasta 80 días después de los hechos?

Sammy Ghozlan, comisario de policía retirado y ahora jefe de la Oficina Nacional de Vigilancia contra el antisemitismo (BNVCA, según sus siglas en francés) tiene una respuesta: “Muchos judíos franceses creen que la Justicia, la policía y los principales medios de prensa han intentado desviar la atención del crimen por la proximidad de la primera vuelta de las elecciones legislativas”.

Hay que recordar que en esos días Marine Le Pen encabezaba las encuestas. El ‘establishment’ no quería cederle un argumento explotable. Porque hay que añadir que, desde hace tiempo, los judíos franceses no tienen al FN de Marine Le Pen como enemigo. Es más, la jefa de este partido fue la primera, y única política, en denunciar el caso. Pero el argumento electoralista no parace ser el único.

El silencio de la prensa

La desatención de la prensa es menos sorprendente. Para empezar, la agencia France-Presse tituló la noticia “Caída de una mujer judía”. A la “capa de plomo” –denunciada por los abogados de Halimi– para enterrar la hipótesis de crimen antisemita, contribuyó una prensa maniatada por el temor a ser considerada “islamófoba”, el extraordinario adjetivo convertido en insulto que algunos desenfundan en cuanto a un asesino se le proclama seguidor de Alá.

El caso de Sarah Halimi no es el primero en ser silenciado como crimen antijudío por los medios de comunicación. Ilán Halimi, un parisino de 23 años, fue secuestrado durante semanas, torturado y abandonado después de haber sido rociado de gasolina por un grupo de jóvenes de origen africano y de confesión musulmana, encabezado por un tal Yussuf Fofana, que durante su juicio afirmó: “Ahora, cada judío que se pasee por las calles de Francia tendrá presente que puede ser secuestrado en cualquier momento”.

El semanario ‘Causer’ recuerda también el caso de Sebastien Selam, un ‘disc-jockey’ de 23 años, que en 2003 fue degollado por su vecino y amigo de infancia, Adel Amastaibou, que declaró tras su asesinato “he matado a un judío, voy a ir al paraíso”.

Otra pareja de jóvenes judíos de Creteil se libró de la muerte por poco en 2014. Sus agresores entraron en su domicilio y les pidieron dinero “porque los judíos tienen siempre mucho dinero”. Violaron a la chica antes de salir huyendo. Casos de delincuencia común para la prensa generalista.

El presidente del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), Francis Kalifat, dejó de lado la tibieza para denunciar el asesinato de Sarah Halimi. En un artículo publicado en el diario ‘Le Figaro’, Kalifat denunciaba claramente a la prensa: “delincuentes ordinarios”, “lobos solitarios” o “enfermos mentales”; “todo se intenta justificar para no reconocer que, de nuevo, en Francia los judíos están siendo agredidos e incluso asesinados solamente por ser judíos”.

Kalifat añadía que se intenta cualquier cosa para no ver la nueva realidad de la sociedad francesa: los prejuicios antisemitas y el antisemitismo se han convertido en la característica de una parte creciente de muchos franceses musulmanes, el 50% de los jóvenes musulmanes de entre 15 y 25 años, según datos del Institut Montaigne. Para el máximo responsable del CRIF, la muerte de Sarah Halimi es un caso de escuela para describir un asesinato antisemita sobre el que pesa una verdadera ‘omertà’.

Intelectuales contra la ‘omertà’

Esa ‘omertà’, ese silencio impuesto o autoimpuesto, ha sido en parte roto por 17 de los más conocidos intelectuales franceses. Elisabeth Badinter, Alain Finkielkraut, Pascal Bruckner, Jean Pierre Le Goff, Marcel Gauchet o Michel Onfray, entre otros, escribieon una tribuna conjunta para decir que “todo hace pensar que en el crimen de Sarah Halimi la negación de la realidad ha golpeado de nuevo”.

Uno de los firmantes, Michel Onfray, el filósofo de izquierda creador de la universidad popular de Caen, va más allá y denuncia que Sarah Halimi ha sido asesinada dos veces: “La segunda, no dando el eco que merecía a la información de su muerte”. Onfray hacía una crítica más general a tres medios: “de ‘Liberation’ a ‘Le Monde’, pasando por France Inter (la emisora más a la izquierda de la radio pública), el islam es una religión de paz, tolerancia y amor, y todo lo que muestre que el islam no es una religión de paz, tolerancia y amor debe ser borrado, eliminado, olvidado, metido en un cajón o triturado para evitar demostrar que nos equivocamos”.

No dar cancha al Frente Nacional, rehuir ser tachados de islamófobos, evitar la “estigmatización de todos los musulmanes”, temor a perder el voto clientelista de los guetos… todo sirve para justificar el silenciamiento del sentimiento antijudío en Francia.

A ese silencio quiso también contribuir la cadena de televisión franco-germana ARTE. Su rama alemana realizó un reportaje sobre la situación de los judíos en Europa. Siguiendo el argumento tradicional, se esperaba un trabajo que denunciara, de nuevo, a la ultraderecha europea como principal enemigo de los judíos. Nada que ver con la realidad. El reportaje mostraba cómo el odio antijudío crece en los barrios de mayoría musulmana en Francia. Recogía las declaraciones de impotencia de políticos locales que han sido incapaces de frenar las razias de grupos musulmanes contra sus vecinos judíos. Se ofrecían imágenes de hordas armadas con cócteles molotov, barras, navajas y palos atacando barrios de su misma ciudad habitados por judíos. Esas escenas nunca han sido emitidas por otra televisión francesa.

La dirección de ARTE quiso enterrar el programa en un cajón, pero ante las protestas de los periodistas responsables del reportaje y la denuncia en las redes sociales, el canal, que presume de progresismo y refinamiento, se vio obligado a emitirlo. Eso sí, organizó a continuación un debate al que invitaron a “especialistas” que criticaban el documental. Los “tontos útiles del islamismo” en Francia tienen siempre la última palabra en los foros que se consideran progresistas.

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