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Sanz, Barbón y las feministas

La polémica presencia del presidente del Principado en la fiesta religiosa de Covadonga y sus consecuencias

Las feministas han reclamado estos días al gobierno de Barbón que acate la Constitución y separe las celebraciones civiles de las religiosas. El caso es que Jesús Sanz Montes, el arzobispo de Oviedo, rajó en la Basílica de Covandonga contra las feministas al equipararlas con los machistas. Un sindios, vaya. En realidad, Sanz Montes ha soltado el “speech”, el discurso político, la filípica contra las feministas, los gays y todos aquellos que se salen del dogma de la fe católica y se han emancipado de la doctrina moral de la Iglesia. El arzobispo, que tiene semblante militar, estuvo a lo suyo, sonando a rancio, viejuno y arcaico. Más que un franciscano, Sanz Montes es el mariscal de la Iglesia, pura Inquisición. Nada que ver con la visión social y socialista de Merchán o la elegancia diplomática y veneciana de Osoro. Otra cosa, ya digo. Sin embargo, a su sombra, la figura del presidente asturiano, Adrián Barbón, disminuye y se subordina, como la de un liliputiense que no es capaz de decir ni esta boca es mía ante un Gulliver gigante y emergente que ha logrado romper las cuerdas de la ley, incitando a la discriminación.

Curiosamente, entre Barbón y Sanz Montes hay más en común de lo que se podría pensar. Uno practica la mística de la izquierda, tan ritual como la católica, y el otro la ortodoxia de la iglesia, tan práctica como la socialdemócrata. Los místicos trascienden la ortodoxia, pero, nunca se escapan de ella. Y ciertamente, tras el sermón del arzobispo, no hubo réplica por parte de Barbón, tan solo un bisoño y manido alegato a favor del feminismo y la diversidad sexual tan descontextualizado, que podría haberlo dicho una semana antes y en cualquier otro lugar y habría pasado igual de desapercibido.

Si el situacionista Guy Debord estuviera vivo, le habría dicho el domingo al presidente asturiano que la foto ganadora de aquel espectáculo fue la protagonizada por Sanz Montes. Entre los dos se pasaron la laicidad por el arco del triunfo, o la sotana, con los máximos representantes de las instituciones asturianas en su casa, asumiendo el papel de pecadores contritos y reprimidos. Su silencio fue su fracaso. La aconfesionalidad del Estado fue vulnerada para atacar el feminismo y el movimiento LGTBI.

Alguien debería aconsejar a Barbón que ha llegado el momento de repensar el protocolo entre Gobierno e Iglesia, dada la excesiva beligerancia de esta en Covadonga, porque la imagen del otro día nos devolvía a otra del pasado, nada mística y sí más política, en la que Franco caminaba con su corte bajo palio. Ciertamente, Barbón pudo romper la tradición pues ni él es Javier Fernández ni Sanz es Merchán ni Osoro, (nadie es perfecto) y no acudir a la homilía. Como un párroco pedáneo, antes que un Pelayo, el arzobispo le tenía preparada la celada al presidente que, imagino, de allí salió encabronado, tapándose la boca con una almohada. Debería haberle dicho Barbón a Sanz Montes que en España Dios murió en el barrio de Chueca probablemente un 8 de marzo, pero no tuvo valor para ser, esta vez sí, el místico de la izquierda que todos esperaban.

Víctor Guillot

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