Pablo, el perseguidor de cristianos, se convirtió en el Apóstol por antonomasia, predicando una versión extrema del cristianismo, con el ardor de los convertidos. Hoy nosotros podemos ver en Internet la foto del joven Ratzinger ensotanado y haciendo el saludo nazi, y también con el uniforme de soldado de Hitler.; también la documentación que prueba ocultó a clérigos pedófilos siendo obispo en Alemania, y ordenó hacer lo mismo –ahí está su firma- en el mundo entero, cuando fue cardenal del ex Santo Oficio en Roma. Más aún, hasta hace pocas semanas, siendo Papa, declaraba “urbi et orbi” que las denuncias de pedofilia clerical eran meras murmuraciones y una conspiración contra su persona.
Sin embargo, ahora apenas pasa día en que los medios de difusión que le siguen le ensalcen como el mayor perseguidor de pedófilos. ¡Tanta es la necesidad de creer, de agarrarse hasta a un clavo ardiendo, que tienen aún demasiadas personas que ignoran o pretenden olvidar hasta los hechos más recientes y probados! Eso les ciega hasta aceptar que Ratzinger se haya caído del caballo nazi, y ahora del caballo de la pedofilia –sin aceptar nunca en ambos casos su culpabilidad, al revés que Pablo- sin querer ellos reconocer su giro radical, ni caerse del burro; peor aún, queriéndonos obligar con leyes a que sigamos todos el “ejemplo” y preceptos de ese ex caballero tan… pedestre.