Se apagaron los ecos en el ágora de los medios de comunicación. Ya no se habla de la cumbre del clima de París celebrada tan sólo hace poco más de un mes, aunque ya quede en el año pasado según la cuenta que los hombres hacemos del tiempo y que a él nada importa («un año acaba, otro comienza; no sabe el tiempo que los hombres lo cuentan», dejó escrito Agustín García Calvo en uno de sus poemas).
«Una meta global ambiciosa pero sin objetivos de emisiones vinculantes», se lee en uno de los titulares que recupero de aquellas fechas (13 de diciembre de 2015). Uno lee las diversas condiciones que se acuerdan para los distintos países en función de su pertenencia a la categoría de «desarrollados». «emergentes» y «los más pobres», y le da una bofetada una vez más la evidencia de la poca conciencia de humanidad que parece mostrar la humanidad. Su división, la preocupación por la salvaguarda de los intereses nacionales -y entre éstos muy especialmente los económicos- indican una frívola idea de humanidad carente de sabiduría, es decir, sin fundamento en el conocimiento ni en la reflexión ética.
Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, seguramente empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas totalmente inconciliables entre sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición judeo-cristiana: Adán y Eva, la creación, el paraíso, la caída. Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica: el hombre es hombre porque posee la razón o lógos, donde lógos significa tanto la palabra como la facultad de apresar lo que son las cosas. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y la psicología genética, y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y tardío de la evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana.
La vida ha aparecido sobre la Tierra: ¿cuál era antes del acontecimiento la probabilidad de que apareciera? No queda excluida, al contrario, por la estructura actual de la biosfera, la hipótesis de que el acontecimiento decisivo no se haya producido más que una sola vez. Lo que significaría que su probabilidad a priori es casi nula… El universo no estaba preñado de la vida ni la biosfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de Montecarlo. ¿Qué hay de extraño en que, igual que quien acaba de ganar mil millones, sintamos la rareza de nuestra condición?