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Salma, embaucada por los islamistas

Los integristas celebran bodas sin valor legal para aprovecharse sexualmente de las mujeres. La asociación que recoge a las madres solteras es acusada de fomentar el pecado.

"Te tomo como esposa ante Alá". Al escuchar estas palabras, hace ya siete años, Salma contestó "acepto" y se consideró casada con Abderramán. Este le agarraba la mano mientras pronunciaba el versículo del Corán. A la pequeña ceremonia, en el modesto domicilio de la novia, asistían la madre de Salma y los dos testigos preceptivos, amigos del novio.

Salma, nombre supuesto, que tenía entonces 26 años, estaba sinceramente enamorada de Abderramán, un barbudo corpulento que se había autoproclamado emir de una barriada popular de Safi, en el sur de Marruecos, y que ejercía gran predicamento sobre algunos jóvenes del entorno.

Ella misma contribuyó a acrecentar la influencia de Abderramán. Vestida con ropas que cubrían todo su cuerpo excepto su rostro -"siempre me negué a taparlo pese a su insistencia", recuerda- recorría por las mañanas las calles del arrabal. Con un Corán en la mano llamaba a la puerta de las casas para convertir a las mujeres, solas a esa hora del día, al islamismo radical.

"Les hablaba del Corán y de cómo había que interpretarlo, les invitaba a acudir a algunas charlas para mujeres", rememora Salma en un despacho de la sede en Casablanca de Solidaridad Femenina, una asociación de apoyo a las madres solteras. "Eran receptivas con tanta más razón cuanto que se les hacía entrever que si se sumaban al grupo podrían recibir ayuda económica". "El emir manejaba dinero, pero ignoro su procedencia".

Salma se comportaba como una musulmana ultra ortodoxa y no sólo en su forma de vestir. "No me subía al autobús porque era mixto y sólo cogía un taxi, que en Marruecos son colectivos, si en el asiento trasero no viajaba un hombre", rememora. Cumplía con su deber conyugal y Abderramán, antes de mantener relaciones sexuales, hacía siempre alguna oración.

El único pero en la vida de Salma, que la daba algún que otro quebradero de cabeza, era la no inscripción de su matrimonio, la carencia de un libro de familia. Cuando le insistía a Abderramán en la necesidad de oficializar su boda, éste le contestaba que efectuarlo era haram (pecado), que el hombre no tiene porque legalizar aquello que Alá bendice.

Al cabo de tres años Salma se quedó embarazada. Urgió entonces a Abderramán a inscribir el matrimonio. Este le respondió: "¡Quítatelo de encima!". "¿Por qué hacerlo si estábamos casados?", le preguntó la joven. Además, el islam prohíbe el aborto. El mundo de Salma se vino entonces abajo. Quiso refugiarse en casa de su madre, pero ésta también la echó.

"El caso de Salma no es un único", interviene Aicha Echenna, 65 años, presidenta de Solidaridad Femenina. "A veces estos barbudos las embaucan convenciéndolas de que se casan ante Dios, mantienen relaciones, pero cuando se quedan embarazadas no quieren saber nada".

A su asociación, prosigue Echenna, han llegado otras jóvenes engañadas por los islamistas, pero Salma es la única que superó su miedo y acepta hablar con un periodista aunque pide que no se le hagan fotos ni que se publique su nombre. "Lo hago para que otras no caigan en la trampa", asegura.

Alguna que otra vez los abusos saltan a la palestra y la prensa marroquí los recoge. Un barbudo vestido a la afgana fue, por ejemplo, detenido en Kenitra, en agosto de 2005, por haber mantenido relaciones sexuales con al menos una decena de chicas después de haberlas persuadido de la validez de un supuesto matrimonio ante Alá.

Salma no se achantó. Decidió tener a su hija, Amina, que hoy en día tiene tres años. En Safi, una ciudad pequeña, se le hacía demasiado cuesta arriba. Cogió un autobús de línea hasta Casablanca y desembarcó en la estación. No conocía a nadie y se sentó a llorar en un banco. Se le acercaron varios transeúntes. Una familia la alojó unos días, otra la orientó para encontrar un centro donde dar a luz. Salma llamó a la puerta de las Misioneras de la Caridad, más conocidas como las monjas de la congregación de la Madre Teresa de Calcuta, una de las tres instituciones que ayudan a parir a las madres solteras marroquíes.

Después da dar a luz, Salma acudió a Solidaridad Femenina, la asociación fundada hace 20 años por Echenna. "Cuando llegó aquí en 2003", recuerda esta ex enfermera, "Salma iba aún muy tapada y no decía ni palabra de su historia". "Sólo cuando se dio cuenta de que otras mujeres habían vivido experiencias similares con barbudos se atrevió a narrar la suya".

Salma, como las otras 57 chicas, permaneció tres años, el máximo permitido, en un coqueto chalet que la institución posee en el barrio de Palmiers. Cuidan a sus hijos, aprenden un oficio y, sin son analfabetas, a leer y escribir. Ahora, con 33 años, lleva una falda de cuadros, unas botas negras, un jersey de marca Diesel y ningún hijab (pañuelo islámico) cubre su cabello recogido con una coleta. "Al quitármelo tuve la sensación de acabar con una hipocresía y de ser más libre", asegura la ex islamista.

En el hamán (baño turco) para mujeres que gestiona la asociación se inició a dar masajes y hoy en día se gana la vida como ayudante de fisioterapeuta en una clínica de Casablanca. "Cobro lo suficiente como para poder enviar a mi hija a una guardería privada", recalca con orgullo.

Se encontró incluso con suficientes fuerzas para regresar de visita a su ciudad con Amina. "La mostré a su padre y me dijo con une mueca despectiva que ésta no era su hija", afirma. "Mi madre sí que está encantada con su nieta".

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