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Ruido de sotanas en la Iglesia vasca

El clero está decidido a impedir que Rouco Varela imponga al obispo Munilla y sus ideas ultras

La Iglesia vasca vive tiempos de desasosiego bajo el influjo de Antonio María Rouco Varela al frente de la Conferencia Episcopal. Su ascensión en marzo de 2008 para sustituir al obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, natural de Ávila, dio lugar a un primer malestar en conversaciones privadas en los templos. Hoy, hay ya párrocos que sin disimular su desagrado cuelgan directamente en las puertas de sus iglesias textos críticos contra el proceder del máximo responsable eclesiástico en España.

El detonante ha sido la designación como obispo de San Sebastián de José Ignacio Munilla, antinacionalista vasco y ultraconservador. El disgusto del clero guipuzcoano ha quedado patente en una carta firmada por 85 de los 110 párrocos (77%) y 11 de los 14 arciprestes de la diócesis. La protesta es interpretada por la derecha como una revuelta de "curas nacionalistas" movilizados por el PNV y condescendientes, incluso, con ETA. El presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, ha dicho que algunos hasta se opusieron a oficiar funerales a las víctimas del terrorismo.

Hay párrocos que cuelgan en la puerta de su iglesia textos contra Rouco

Sin embargo, la organización de la Iglesia vasca, su creciente malestar con Rouco Varela o, incluso, el arraigo del nacionalismo en su seno configuran una dimensión mucho más compleja que la dibujada por la derecha en los últimos días.

Transgresión del orden

Más allá de la escasa simpatía que despierte el nuevo obispo de San Sebastián, el clero guipuzcoano ha alzado la voz porque le parece que la actuación de la Conferencia Episcopal Española supone una nueva transgresión del orden, mayoritariamente aceptado, que emana del Concilio Vaticano II (1962-1965), al dilapidar los cauces de consulta y participación en la elección del obispo. Un dato: una semana antes de que el Vaticano anunciara, el 21 de noviembre, el nombramiento de Munilla aún había religiosos que pensaban que su llegada era un "globo sonda" y que su nuevo líder sería Miguel Asurmendi, obispo de Vitoria y candidato alternativo del obispo saliente, Juan María Uriarte.

El clero de Euskadi destaca por el papel de los laicos y su arraigo nacionalista

"Esto ha sido un pucherazo. Se ve la mano de Rouco Varela. Lo plantea al nuncio, este lo traslada a Roma y allí está la mano derecha de Rouco, el cardenal Antonio Cañizares", dice el sacerdote de una importante parroquia de Vizcaya, cuyo clero ya tuvo su particular encontronazo con el líder de la Conferencia Episcopal una semana después de su nombramiento, en marzo de 2008. Los cinco miembros del Consejo Presbiterio y los nueve del Consejo Pastoral escribieron también una carta por la alteración del proceder habitual con el nombramiento unilateral del obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, también conservador y avalado por Rouco. "Esta forma de proceder ha generado un profundo malestar y tristeza", decían.

Los modos de Rouco van pues contra la costumbre del clero vasco, habituado a participar en la elección de sus prelados y a motivar también la intervención de los laicos, como recoge un documento de la diócesis de San Sebastián titulado Una Iglesia al servicio del Evangelio. Fruto de esta singular política es la amplia participación de laicos en sus actividades. Sólo en Guipúzcoa hay más de 8.000.

Esta preocupación de la Iglesia vasca y de cada parroquia en particular por vivir muy pegada a la realidad social explica también el fuerte arraigo del nacionalismo vasco entre sus religiosos. En Guipúzcoa, por ejemplo, la mayor parte de los curas son nacidos en el territorio y los municipios donde ejercen son sociológicamente nacionalistas. Por ejemplo, en las elecciones municipales de 2007, el Partido Socialista de Euskadi fue el más votado en Guipúzcoa, pero sólo en las grandes localidades. Esto explica que sólo gobierne siete de los 88 municipios guipuzcoanos. El PP lo hace en uno, el pequeño Lizartza. Estas cifras ponen de relieve que la mayor parte de las parroquias están en pueblos con arraigo nacionalista.

José María Setién, obispo de San Sebastián entre 1979 y 2000, explicaba esta situación así en su libro Un obispo vasco ante ETA, remontándose a la postguerra: "El cura nacido en el pueblo al que servía compartía con él, de manera natural, la común pertenencia configurada a partir de la participación en la misma identidad social-cultural, religiosa e, incluso, jurídico-política". Tampoco pasaba por alto en la evolución de la iglesia tras la guerra civil la influencia del PNV (en euskera Eusko Alderdi Jeltzalea): "Incorporaba a su definición la nota confesional, significada por la voz JEL (Jaungoikoa eta Lege Zaharra), equivalente a "Dios y la Ley Vieja". Y esto ocurría sólo en Euskadi frente al desapego de la izquierda española hacia el clero y el alineamiento de la jerarquía eclesiástica con Franco.

Dos referentes que ya son historia

Un mediador de la paz

Juan María Uriarte (Fruiz, 1933) relevó a Setién como obispo de San Sebastián en febrero de 2000 y, como su antecesor, es cercano al nacionalismo vasco. En sus homilías en los funerales oficiados tras los atentados de ETA, han sido constantes sus condenas a la banda armada. Aun así, como Setién, ha sido objeto también de críticas por parte de la derecha por mostrarse siempre abierto a buscar la paz por medio del diálogo. Intervino como mediador en las conversaciones entre ETA y el Gobierno de Aznar en 1999 y también mostró su disposición a cooperar en la última tregua. Ahora se retira sin lograr su último objetivo: tener a un sucesor apreciado en la Iglesia de Guipúzcoa.

Un obispo en contra de ETA

José María Setién (Hernani, 1928) fue obispo de San Sebastián entre 1979 y 2000, y uno de los cargos eclesiásticos más acusados de cercanía al nacionalismo vasco e, incluso, a ETA. "Cura de ETA" le llamaban sus principales detractores, de la Iglesia y del ámbito político. Su 'pecado' pudo ser no asumir el discurso pretendido por la derecha reaccionaria. En su libro 'Un obispo ante ETA', dice: "La existencia de ETA es perjudicial para el País Vasco (…) Es un mal que debe desaparecer, incluso para buscar la justa solución al llamado 'conflicto vasco'. Ha de imponerse por ello la necesidad de actuar eficazmente para que deje de existir, no sólo temporalmente, sino definitivamente".

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