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Rouco pone contra las cuerdas a Roma por el control de la Iglesia vasca

La elección de nuevos prelados sitúa al nuncio del Papa ante un dilema: si apoya a los candidatos del arzobispo de Madrid se despegará del clero vasco

Desde que murió el dictador Franco en 1975, nadie recuerda un ataque público de un jerarca de la Iglesia vasca hacia el PNV como el que la pasada semana le dirigió el obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, por su apoyo a la regulación del aborto. ¿Es la expresión de un cambio en las buenas relaciones tradicionales entre la Iglesia vasca y el PNV? La cuestión no es baladí y se percibirá muy pronto cuando la Sagrada Congregación de Obispos nombre al nuevo obispo de San Sebastián, al que más adelante seguirán los de Bilbao y Vitoria.

En unas semanas podrá conocerse si sale triunfadora la apuesta conservadora y antinacionalista del presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco, o, si por el contrario, el Vaticano y su nuevo Nuncio en España, Renzo Fratini, se hacen eco, como otras veces desde la transición, de la voluntad del clero vasco, mayoritariamente nacionalista. El viernes, Fratini, que llegó a España el 20 de octubre, mantuvo su primer encuentro con el ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos.

El primer relevo previsto para este mismo mes es el del Obispado de San Sebastián. Juan María Uriarte deja la sede episcopal donostiarra tras diez años de mandato. Uriarte ha mantenido buenas relaciones con el nacionalismo, en línea con la tradición de la Iglesia desde la transición. Aunque con un mayor compromiso en la condena de ETA y en el apoyo a sus víctimas que su antecesor, José María Setién.

Dos nombres se barajan para sustituir a Uriarte: el de José Ignacio Munilla, obispo de Palencia desde hace tres años, y el de Miguel Asurmendi, obispo de Vitoria. Los dos son vascos, pero representan mundos diferentes. Munilla es guipuzcoano. Estudió en Burgos y Toledo y antes de ser obispo de Palencia fue párroco de El Salvador en Zumárraga (Guipúzcoa). Muy crítico con el nacionalismo en sus textos es, además, muy conservador en materia política y eclesiástica. Su nombramiento supondría la ruptura con la tradición episcopal guipuzcoana, marcada por el influjo de un clero mayoritariamente nacionalista. Es el candidato de Rouco.

Asurmendi, obispo de Vitoria desde 1995 lo fue antes de Tarazona (Zaragoza). Su perfil eclesial y político coincide con el del Obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, no nacionalista, pero comprensivo con el nacionalismo. Como relevo de Asurmendi, de salir de Vitoria, se especula con Raúl Berzosa, obispo auxiliar de Oviedo, ex candidato a suceder a Martínez Camino como portavoz de la Conferencia Episcopal.

El siguiente nombramiento previsto, aún sin fecha, será el relevo de Blázquez, Obispo de Bilbao desde hace 13 años. El mandato de Blázquez, elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española entre 2005 y 2008, se ha caracterizado, en el terreno político por su convivencia con el nacionalismo, pero también por su beligerancia con ETA y el apoyo a sus víctimas. Para suceder a Blázquez está muy bien colocado el obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, que protagonizó el enfrentamiento con el PNV la pasada semana. Formado en Navarra, en el Opus Dei y vicario en Córdoba es conservador en materia política y eclesiástica. Está apoyado, como Munilla, por Rouco.

El relevo de Uriarte, según sea Munilla o Asurmendi, y el de Blázquez, según sea Iceta o Berzosa, adquiere una significación política. Los nombramientos de Munilla e Iceta supondrían un giro evidente en la orientación conciliadora de la Iglesia vasca con el nacionalismo. "Para entendernos políticamente, Blázquez, Uriarte o Asurmendi equivaldrían a Josu Jon Imaz o Patxi López y Rouco, Munilla e Iceta a Mayor Oreja", dice un experto.

Pero los nombramientos de los obispos vascos tienen una segunda lectura en clave de poder interno en la Iglesia española. Con ellos, Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal, pretende exhibir su poder en la Iglesia, cuyo principal rival es Blázquez. No hay que olvidar que Rouco y Blázquez -y lo que representan, líneas conservadora y moderada en la Iglesia-, disputaron el poder en la Conferencia Episcopal en una pugna muy igualada. En 2005 venció Blázquez y en 2008 lo recuperó Rouco, que había presidido el máximo órgano episcopal entre 1999 y 2005.

La máxima tensión entre ambos se produjo en 2002 cuando Blázquez firmó con los demás obispos vascos una pastoral crítica con la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, en sintonía con el PNV. Pero sus diferencias se han extendido a campos como la asignatura Educación para la Ciudadanía, la memoria histórica y profesores de religión, dónde la visión muy conservadora de Rouco ha topado con la moderada de Blázquez, más comprensiva con la política de ampliación de derechos de Zapatero.

Rouco, en su apuesta por nombrar obispos vascos afines, no sólo quiere alejar definitivamente al episcopado vasco del nacionalismo. También trata de enviar el mensaje a la Iglesia española de que sigue influyendo en Roma. Como mostró con el pulso que mantuvo con Antonio Cañizares en su sucesión como arzobispo de Toledo. Ganó el candidato de Rouco, Braulio Rodríguez.

Rouco topa con el obstáculo de que el Vaticano, que tiene la última palabra, tradicionalmente ha apostado en sus nombramientos por una línea conciliadora con el nacionalismo vasco en respuesta a la demanda de una mayoría del clero vasco. Así, Manuel Monteiro, el Nuncio del Vaticano en España hasta octubre, mantenía mayor sintonía con Blázquez que con Rouco. Habrá que ver lo que sucede con el nuevo enviado del Papa, Renzo Fratini.

Sintonía con un clero nacionalista

Poco antes de la muerte de Franco, en 1975, el entonces Nuncio del Vaticano en España, Luigi Dadaglio, preparó la transición en Euskadi, contando con la especificidad de la Iglesia vasca que tenía un clero mayoritariamente nacionalista que se reclamaba heredero de una Iglesia perdedora en la Guerra Civil.

Para ello utilizó la fórmula de nombrar obispos auxiliares que sintonizasen con el clero vasco. A mediados de los años setenta nombró a José María Setién obispo auxiliar de San Sebastián, siendo su titular Jacinto Argaya, y a Juan María Uriarte, de Bilbao, con Luis Larrea de titular.

En aquella etapa el episcopado vasco y navarro, con José María Cirarda al frente, tuvieron iniciativas conjuntas y plantearon la posibilidad de una diócesis conjunta País Vasco-Navarra-La Rioja. La posibilidad se extinguió con el relevo de Cirarda por Fernando Sebastián y el triunfo de José María Aznar en los comicios de 1996. Aznar presionó contra la unificación y hoy Vizcaya y Álava pertenecen a la Archidiócesis de Burgos y Guipúzcoa a la de Navarra.

El nombramiento de Ricardo Blázquez como Obispo de Bilbao en 1996, recibido con recelo por el PNV, y el relevo de Setién por Uriarte en San Sebastián en 2000 supuso cierto cambio, mayor compromiso en la denuncia de ETA y en el apoyo a las víctimas. Pero mantuvieron la sintonía con el nacionalismo, de modo que en 2002 denunciaron la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, como el PNV. Lo que les acarreó una dura réplica de la Conferencia Episcopal, presidida por Rouco, y del Gobierno Aznar.

Este acontecimiento quebró las relaciones de Rouco con Blázquez y las del PP con la Iglesia vasca. Pero hoy, las relaciones de Blázquez y Uriarte con el Gobierno de Patxi López son buenas y se han atemperado con el PP de Basagoiti. No así con Rouco que aspira a una vuelta de tuerca antinacionalista en Euskadi.

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