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Roma tiene a Castro y Cervantes entre sus excomulgados

El mecanismo de expulsión, hoy en desuso, tuvo su cénit en la edad media

Leamos. Corintios, 16:22: "El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema". El papa Benedicto XVI, quien el pasado miércoles anunció a miles de metros de altura, mientras viajaba en avión a Brasil, que era partidario de excomulgar a los políticos católicos que favorezcan el aborto, cuenta con una sólida base de literatura bíblica para justificar lo que la RAE define como la acción de apartar a una persona de "la comunión de los fieles y del uso de los sacramentos".
La Iglesia, como cualquier colectivo, siempre ha tenido mecanismos para expulsar a sus miembros. Sin embargo, no fue hasta el siglo IX cuando esta institución empezó a convertirse en un arma popular. Desde entonces, ha habido notorias excomuniones colectivas –como la que el papa Julio II dictó en 1509 contra todos los habitantes de Venecia por competir con el Vaticano por el dominio de Italia– y todavía más notorias excomuniones individuales.

LOS ILUSTRES
Entre estas, destacan la que sufrió Miguel de Cervantes, a quien se le apartó en tres ocasiones tras intentar cobrar a la Iglesia los impuestos que esta tenía obligación de satisfacer. O la de Napoleón Bonaparte, excomulgado en 1809 por desautorizar al Vaticano. O, en fin, la de Fidel Castro, a quien Roma excomulgó en 1964 por "cometer abusos contra funcionarios e instituciones de la Iglesia", lo que no impidió que el dirigente cubano recibiera a Juan Pablo II en 1998. Por no hablar del prelado Emmanuel Milingo, la cantante Sinéad O'Connor –ordenada como sacerdote por un obispo disidente– o Joe DiMaggio, jugador de béisbol y bígamo.
Pero en los últimos tiempos la excomunión ya no es lo que era. Aunque ha habido algunas importantes, como la que sufrieron el pasado año dos obispos chinos que habían sido ordenados como tales de espaldas al Vaticano, lejos ha quedado aquella época medieval, la auténtica edad de oro de las excomuniones, en la que los pontífices solían recurrir a este mecanismo cuando un monarca caía en desgracia con la Iglesia católica.
En esos siglos, las excomuniones iban acompañadas de una ceremonia en la que se tañía una campana, se cerraba un ejemplar de los Evangelios y se apagaba una vela. Es poco probable que ahora Benedicto XVI, por mucho empeño que ponga en el retorno a las esencias –desde los confesionarios hasta el latín–, instaurare de nuevo ese rito medieval.

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