Un tercio de los 27.000 reclusos en cárceles bonaerenses se considera pentecostal. Dos sociólogos investigaron las particulares relaciones en esos pabellones, sus beneficios y «negociaciones».
Para agosto de 2011, unos 814 pastores estaban registrados y autorizados para visitar el sistema, que también aloja a pastores presos, copastores, diáconos y hasta oficiales pentecostales. En la actualidad y según datos del Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense, 9.000 presos –un 33 por ciento– son nominalmente pentecostales. La pregunta sobre el número de reincidentes en el delito se impone. Para los pastores consultados en el libro, el porcentaje de reincidentes no supera el cinco por ciento. La otra duda se centra en si los presos continúan yendo a la iglesia cuando salen a la calle, pero ese dato no existe. Deberían conectarse con el pastor del barrio para ser acogidos, pero resulta difícil exigirle coherencia a un preso si su grupo de pertenencia deja de ser la cárcel. “Una vez afuera, la práctica religiosa puede convertirse en una red social. Es difícil pensar que el religioso es una persona que lo lleva adentro y que se impone a la ausencia de un escenario. Lo evangélico sigue siendo débil en la reinserción social porque quien sale de la cárcel necesita mucho más que un lugar donde ir el domingo a rezar”, dice Brardinelli.
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