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Respuesta a un Papista

Sí, pero cuando los de abajo quieren  "cambiar el mundo", viene el dictador de turno, al servicio de las clases sociales dominantes de siempre, y da el golpe de Estado y lleva a cabo los asesinatos masivos. Y los Vaticanos de turno, y las jerarquías eclesiásticas de turno, los reconocen como "Caudillos de tal país, por la gracia de Dios", y bendicen sus guerras y golpes de Estado como "Cruzadas", utlizando tropas musulmanas contra los ciudadanos de su país. ¿Te suena algo este tema?

  

FRANCO Y LA IGLESIA CATÓLICA

Cuando murió el «invicto Caudillo» el 20 de noviembre de 1975, la Iglesia católica española se parecía mucho menos a lo que aquí he denominado la Iglesia de la cruzada, de Franco y de la venganza. El legado que le quedaba de esa época dorada de privilegios era, no obstante, impresionante en la educación, en los aparatos de propaganda y en los medios de comunicación. Controlaba todavía un 25 por ciento de las escuelas, poseía su propia agencia de noticias y una extensa red de emisoras de radio, estaba en su poder una cuarta parte de las publicaciones y se editaban ocho diarios católicos. «Ningún gobernante, en ninguna época de nuestra historia», le decía Carrero Blanco a Franco en diciembre de 1972, «ha hecho más por la Iglesia católica que Vuestra Excelencia y ello (…) sin otra mira que el mejor servicio de Dios y de la Patria, al que habéis consagrado vuestra vida con ejemplar entrega».

Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde murió bendecido por la Iglesia, sacralizado, rodeado de una aureola heroico-mesiánica que le equiparaba a los santos más grandes de la historia. El panegírico empezó en la cruzada, arreció con fuerza en la posguerra y continuó hasta después de su muerte. Papas, nuncios apostólicos, obispos, curas, frailes, monjas y católicos de toda condición y sexo le rindieron pleitesía. Era el «enviado de Dios hecho Caudillo», «el sol», «el hijo todopoderoso», «el niño Jesús en el portal de Belén», y por saber, palabras de José María Pemán, sabía incluso «marchar bajo palio con paso marcial y exacto». Canonistas, benedictinos, dominicos y otros eclesiásticos pidieron después de su muerte «la instrucción de la Causa de Canonización de Francisco Franco».

José María García Lahiguera, arzobispo de Valencia en 1975, había dirigido los ejercicios espirituales a Franco y a su esposa en 1949 y 1953, un honor que también tuvieron el beato José María Escrivá de Balaguer y Aniceto Castro Albarrán, aquel canónigo de Salamanca que ya en 1934 publicara El derecho a la rebeldía. García Lahiguera en la homilía del funeral celebrado por Franco en Valencia resumió sus tres principales virtudes: «ser hombre de fe; entregado a obras de caridad, en favor de todos, pues a todos amaba; hombre de humildad».

Hombre de fe, de caridad y de humildad. Así era Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios», según la inscripción que llevaban todas las monedas acuñadas desde 1946. La historia de nuestra nación está inseparablemente unida a a historia de la Iglesia católica, sus glorias son nuestras glorias y sus enemigos nuestros enemigos», declaró Franco en la ceremonia religiosa que inauguró el Congreso Internacional Eucarístico en Barcelona, el domingo 1 de junio de 1952, ante miles de fieles y bajo la presidencia del cardenal Federico Tedeschini.

La Iglesia y el Caudillo caminaron asidos de la mano durante cuatro décadas. Franco necesitó el apoyo y la bendición de la Iglesia católica para llevar a buen término una guerra de exterminio y pasar por enviado de Dios. La Iglesia ganó con esa guerra una paz «duradera y consoladora», plena de felicidad, satisfacciones y privilegios. La religión sirvió a Franco de refugio de su tiranía y crueldad. La Iglesia le dio la máscara perfecta. Tan perfecta que todavía hoy se discute qué es lo que había detrás de ella: un santo o un criminal de guerra.


J. CASANOVA, La Iglesia de Franco. Temas de Hoy, Madrid, 2001, pp. 291-293

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