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Respeto

El Islam es la única religión actual que todavía pretende convertirse en la única norma de conducta para todos los nacidos en esa fe, sean o no creyentes.

NO entiendo por qué se nos aconseja ser respetuosos con las creencias ajenas, ahora que algunos fanáticos musulmanes nos amenazan con no sé qué represalias por culpa de las famosas caricaturas de Mahoma que se han publicado en un periódico danés. Las creencias son actividades mentales de muy difícil definición. David Hume, si no me equivoco, dijo que la creencia era la más enigmática de las operaciones mentales. No le faltaba razón. Podemos creer en un Dios todopoderoso que condena a los pecadores a un infierno cruel, o en un dios bondadoso que algún día nos hará resucitar de entre los muertos junto con todas las personas que hemos amado. Podemos creer en los platillos volantes o en las propiedades curativas del apio. Podemos creer en las ventajas infinitas del dinero (que es, por cierto, una de las creencias más universales de nuestro tiempo) o podemos creer en la belleza del canto de un mirlo en una madrugada lluviosa. Podemos creer en el Zodíaco o en Mahoma, en la filosofía zen o en el comunismo, en los curanderos filipinos o en los milagros de Santa Rita de Cascia. Y podemos creer, en fin, que Darwin era un chimpancé o que un chimpancé fue el remoto tatarabuelo de Darwin.

 

Si los humanos nos definimos por algo, es precisamente por nuestra capacidad para creer en cosas de las que no tenemos ninguna prueba experimental, a veces hasta el extremo de dar nuestra vida por ellas. Pero nuestras creencias pertenecen al territorio de la más estricta subjetividad. Por eso no podemos pretender que se consideren valores universales que deban ser respetados por todo el mundo. Vivimos en Occidente, y eso significa que vivimos en sociedades que se fundamentan en la Razón y en los Derechos Humanos. Y el hecho de que millones de personas crean en Dios, en Mahoma o en Buda no nos permite atribuir ningún trato preferente a esas personas. Se puede ser respetuoso con todos los creyentes de estas religiones, pero no por imposición doctrinaria o por mandato jurídico, sino porque el trato educado es una regla de convivencia en una sociedad civilizada. Y no parece que unas caricaturas aparecidas en un periódico –o una novela, como ocurrió con Salman Rushdie– puedan considerarse denigratorias. Otra cosa sería, como ha ocurrido alguna vez en Holanda y en Francia, que alguien hubiera arrojado un cerdo a una mezquita, porque eso sí que es una profanación racista y vejatoria que debe ser condenada.

 

El Islam es la única religión actual que todavía pretende convertirse en la única norma de conducta para todos los nacidos en esa fe, sean o no creyentes. Pero la verdadera fuerza de una religión no reside en las leyes que se promulgan en su nombre, ni en los jueces que mandan azotar o lapidar para hacer cumplir los mandamientos de un Dios, sino en el esfuerzo callado de un cierto número de personas que todos los días se levantan con la idea de ser un poco mejores y de conseguir que el mundo en el que viven sea un poco mejor de lo que era. Eso es lo que hace que una religión –es decir, una creencia tan irracional y absurda como cualquier otra– se convierta en una experiencia respetable. Y todo lo demás, con caricaturas o sin ellas, es muy poca cosa.

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