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Representantes franceses de las religiones monoteistas contra el uso de la sedación como eutanasia

La prohibición de matar tiene que ser conservada

Cinco altos responsables de las tres grandes religiones monoteistas unen sus voces para expresar su oposición al empleo de la sedación para provocar la muerte.

Texto firmado por:

– Philippe Barbarin, cardenal, arzobispo de Lyon

– François Clavairoly, presidente de la Federación Protestante de Francia

-Monseigneur Emmanuel, Metropolita de Francia, Presidente de la Asamblea de los Obispos Ortodoxos de Francia

-Haïm Korsia, Gran Rabino de Francia

-Mohamed Moussaoui, presidente de la Unión de las Mezquitas de Francia y presidente de honor del Consejo Francés del Culto Musulmán

Nosotros, representantes de las tres grandes religiones monoteistas, conscientes de las evoluciones de nuestra sociedad, de las nuevas situaciones generadas y de la necesidad de buscar adaptaciones, incluso mejoras, de los dispositivos legislativos y reglamentarios que acompañan estas evoluciones, consideramos que tal búsqueda tiene que ser fruto de un debate sereno y respetuoso de la persona humana y de su dignidad. El contexto actual es poco claro, y el período que vivimos es difícil, sacudido por crisis repetitivas, tanto políticas, como económicas, financieras y morales. Un debate sobre el final de la vida puede añadir más confusión.

Hace menos de diez años, la República Francesa había resuelto el problema a través del voto unánime de sus representantes, cuando se votó la ley Leonetti el 22 de abril de 2005. “Nada podrá justificar nunca el hecho de provocar dar la muerte de un hombre”: ni su salud, ni su estado de inconsciencia, ni su extrema vulnerabilidad, ni su deseo de morir. El carácter inviolable de la vida humana había alcanzado una nueva etapa. Y es sobre esta base que se ha consolidado la actuación de los médicos frente a la eutanasia. El derecho francés, que excluye el encarnizamiento teurapéutico, condena la eutanasia. Sucede lo mismo con el derecho europeo: en una recomendación adoptada en 1999, el Consejo Europeo condenó la eutanasia, que por otra parte está prohibida en la casi totalidad de los países del mundo.

Ahora que de nuevo aparece este debate, lanzamos una llamada conjunta, inquieta e urgente, para que la nueva legislación no renuncie de ninguna manera a este principio fundamental: toda vida humana se debe de respetar, especialmente en los momentos en que se encuentra más fragilizada. Pedimos que esta ley civil sea civilizadora, es decir que ayude a vivir y a morir, sin acortar nunca la vida, sin decidir nunca provocar la muerte. Queremos que esté apoyada en un amplio consenso sobre principios claros, en la seguridad que la menor ambigüedad provocará, al final, la muerte de innumerables personas indefensas.

Nueva tentación

En el debate que se abre hoy surge en efecto una nueva tentación: la de provocar la muerte sin reconocerlo, abusando de la “sedación”. Si puede ser útil o necesario dormir a un paciente, a título excepcional, el uso de esta técnica se corrompe en cuanto se trate ya no de aliviar al paciente sino de provocarle la muerte. Sería un acto eutanásico. Pero cuando se trata de vida y de muerte, la conciencia humana no puede estar en paz si se juega con las palabras. La democracia misma sufre con la manipulación de conceptos tan sensibles.

Por todas estas razones pedimos que se desarrolle el acompañamiento de las personas al final de la vida, garantizando que estén protegidas por la prohibición de matar. Es en la atención a sus miembros más frágiles que se mide el grado de humanización de una sociedad. ¿En nombre de qué principios se puede legalizar un acto de muerte? ¿Porque la persona habría perdido, como se dice, su dignidad humana? ¿Porque le habría llegado la hora? Se le insinúa que se ha vuelto inútil, indeseable, gravosa… ¿Tiene el hombre la capacidad de entregar – para sí mismo o para otros – diplomas de humanidad?

Se trata de un reto inmenso para nuestra sociedad, para el vínculo entre generaciones, para la confianza entre pacientes y cuidadores y, más profundamente, para la grandeza de la medicina, el espíritu de la civilización, y nuestra mayor humanidad.

Artículo publicado en “Le Monde” 10 marzo 2015

Traducción de Loren Arseguet para el Observatorio del Laicismo

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