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Religión y sinrazón

Decía el científico Carl Sagan que “nunca se podrá convencer a un creyente, porque su creencia no proviene de ninguna evidencia, sino de su profunda necesidad de creer”. Las creencias, los esquemas mentales y existenciales que nos imponen en la infancia conforman un sustrato ideológico y emocional que, salvo un gran esfuerzo personal, permanecerá a lo largo de toda nuestra vida.

Las ideas salvíficas que nos inoculan una y otra vez, tras amenazas de miedos, culpas y castigos, las explicaciones dogmáticas del mundo que nos alejan de la necesidad de explorarle, la exaltación de mitos que alejan al ser humano de la búsqueda de entendimiento profundo de la vida y de uno mismo, y que le despojan de saberse responsable último de sus actos, pueden generar, y de hecho generan, adicción y fanatismo en muchas personas.

La búsqueda de lo trascendente y lo espiritual es una inquietud universal de todos los tiempos y todas las culturas. Pero, como decía Gandhi, la espiritualidad nada tiene que ver con las religiones que, sin embargo, se han apropiado de ella. Se consideran grandes culturas espirituales las precolombinas, por ejemplo (exterminadas, por cierto, por el cristianismo) que basaban su trascendencia en la integración profunda del ser humano con su entorno, y en el respeto profundo del hombre a la natura y a todas las manifestaciones de la vida; o también las filosofías orientales, que basan la trascendencia del ser humano en la búsqueda del conocimiento de uno mismo.

Antes de la llegada del cristianismo, en la antigua Grecia la espiritualidad iba ensamblada al conocimiento. Y en el Templo de Delfos, dedicado a la sabiduría, el lema y leit-motiv que guiaba a los sabios era el famoso “conócete a ti mismo”. Las religiones, por el contrario, en lugar de incitar a la búsqueda del conocimiento, impelen a sus adeptos a no pensar, a creer en dogmas impuestos, a abdicar de la razón en aras de conceptos dogmáticos e irracionales que se imponen como sacros.

Y, en base a esa irracionalidad, las personas, en lugar de integrarse con consciencia y plenitud en el mundo, se enajenan de él y, lo que es peor, de sí mismos. De tal modo que, en aras de la defensa de sus dogmas, algunos fanáticos religiosos son capaces de verdaderas atrocidades. Decía Voltaire que quien es capaz de que creas en absurdos es capaz de que cometas atrocidades.

El pasado martes la policía detenía a un hombre que proyectaba un atentado con gases tóxicos contra los laicistas que se han manifestado contra la financiación pública de la visita del jerarca católico. Ese mismo día una cuidadora enajenada asesinaba a tres niños discapacitados en un centro de Mensajeros de la Paz en Valladolid. Recordemos el terrible atentado contra las torres Gemelas que ocasionó miles de muertos por la sinrazón del fanatismo religioso, o la reciente matanza en Oslo por un fundamentalista cristiano. Y el pasado miércoles, grupos de jóvenes católicos provocaban y bloqueaban el paso a los manifestantes contra el carácter público de la visita papal, rechazando, por tanto, la libertad de expresión, y considerando un ataque la expresión libre de los que no militan en sus filas.

Resulta contradictorio el constatar que quienes creen con fe ciega en supuestos dogmas que dispensan hipotéticos ideales de amor al prójimo sean capaces, por el contrario, de desdeñar o aniquilar fríamente a ese prójimo si no profesa su propia sinrazón.

La libertad de conciencia es uno de los derechos fundamentales en que se sustenta todo sistema democrático.Todos tenemos derecho a creer en lo que queramos. Pero no toda creencia es respetable, si esa creencia incita a la intolerancia y a la vulneración de los derechos democráticos, o pretende erigirse en Estado. La reciente marcha laicista no se manifestaba contra la visita del Papa, sino contra el carácter público de un acto privado. Porque las creencias son privadas, aquí y en Pekín. Lo contrario es dictadura y teocracia. Lo dice la Carta Magna de los Derechos Humanos, y también lo dice nuestra propia Constitución.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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