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Religión y política: Muchos se respaldan en la Biblia para defender o justificar lo indefensable y lo injustificable

La Biblia, libro de libros que casi nadie ha leído, es citada día a día por políticos, ciudadanos del común, madres y padres como argumento irrefutable o apoyo incuestionable de que la razón la tiene quien a ella alude.

Si bien se venden más de cien millones de ejemplares al año, la inmensa mayoría de ellos permanecen cerrados e inmaculados y, obviamente, no leídos. En las casas, como en los hoteles y en algunos moteles, donde se peca, allí la encontramos. Buena parte de la población creyente tiene una Biblia que, como un crucifijo, da testimonio sobre la fe de quienes la ponen en alguna mesa del recinto familiar, pero sus hojas están vírgenes y permanece callada.

Me atrevo a decir, insisto, que la inmensa mayoría de los practicantes de cualesquiera de las religiones cristianas (incluida la católica, claro está) no tienen la menor idea de quién, cuándo ni en qué idiomas y épocas fueron escritos los tantos santos libros de que se compone.

Buena parte de quienes echan mano de la Biblia para explicar cualquier cosa hacen referencia es al Nuevo Testamento, y no por haberlo leído, sino porque escuchan breves apartes de domingo a domingo, y por ello representa la verdad revelada. Media hora a la semana es suficiente para sentirse iluminado. No son las sagradas escrituras, sino el cura, párroco, sacerdote o pastor el que me dice por dónde debo andar, quien me señala el camino por seguir. No necesito esforzarme en pensar por mí mismo ni cuestionar ciertas cosas. Para ello están los mencionados guías, y el otro, el innombrable.

Desconocen plenamente el Antiguo Testamento, esa fabulosa, contradictoria y fácilmente refutable colección de novelas de ficción que compone la mayor parte de la llamada Biblia. En cuanto al Nuevo, ¿saben acaso cuándo, dónde y en qué idioma escribieron sus evangelios? ¿Cuáles de ellos fueron apóstoles?

Y son más, muchísimas más las preguntas que se les podrían hacer a aquellos que se respaldan en la Biblia para defender o justificar lo indefensable y lo injustificable. Considero infortunado el inconmensurable poder que ha alcanzado la religión en el quehacer político nacional.

Debo agregar que la ignorancia no es un mal que solo padecemos por aquí. En Estados Unidos ocurre algo muy similar, donde día a día cogen más fuerza los creacionistas.

Mauricio Pombo

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