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Religión de farándula

LOS prostíbulos están a reventar. Como España está atiborrada de católicos de bautismo, la conclusión es que la inmensa mayoría de quienes acuden a fantasear a esos santos lugares también lo son. Conozco a un tipo de esos a los que hay que enmarcar. A sus setenta y pico años, se le podría definir como 'un hombre de orden' y de sanas costumbres. Pasea, alterna con su esposa y un par de días por semana sale solo. Dice que cuando se encuentra físicamente bien, se va de putas.
 
Allí coincide con empresarios con los que ha tenido trato durante décadas. Como todos son gente de orden, se saludan por los pasillos y comparten sus proezas como quien no quiere la cosa. Es como estar en la ONU, con la singularidad caprichosa de que en esa sede se traducen simultáneamente el francés o el griego y en los lupanares la traducción la ejercen el dinero y el estómago, como Mari Carmen y sus muñecos. El resto de la clientela suelen ser camioneros, hombres del campo y demás tejido social, gente familiar, cumplidora y compatriotas nuestros. El sábado, la chaqueta; el domingo, la confesión. Una extraordinaria patente de corso.

Esta forma de vivir es muy respetable, de igual modo que lo es la iniciativa del Gobierno de darle un revolcón a la legislación religiosa. La idea es revisarla para acoplarla a la realidad española y, tomando prestada una costumbre judía, ya hay quien se está rasgando las vestiduras sin saber de qué va el asunto. Siempre me ha llamado la atención que en desfiles procesionales se toque el himno nacional cuando sale o entra la Virgen, siendo judía de territorio palestino. Cuesta entenderlo. Del mismo modo que es inasumible que un cuerpo policial de un Estado aconfesional tenga como patrona a la misma imagen, cuando muchos de sus miembros son españoles musulmanes.

Durante su mandato como alcalde de Zamora, el hoy flamante diputado Antonio Vázquez hacía subir a la Virgen de la Concha escaleras arriba en su Ayuntamiento, como una concejala más. Éstas y otras prácticas que padecemos a diario chirrían sobremanera. Una mañana la televisión pública estatal retransmitía una misa y en el altar lucían la bandera española y la vaticana, junto a otra más de andar por casa. Qué cosas tan extrañas. En muchos colegios el crucifijo vigila la atención que muestran los alumnos. Qué estridente.

La Iglesia católica no paga impuestos locales por los solares. En cambio, pagamos a sus profesores con dinero público y luego los depuran si se divorcian. Qué sofoco. Las demás confesiones gastan la mitad de su presupuesto en seguridad y los vecinos no les quieren tener cerca. Qué singular. Pero a nuestro hombre de orden todo le parece bien y las cosas son como Dios manda. Él salta de la cama nigeriana musulmana a una caribeña cristiana sin despeinarse, siempre durante los días en que se encuentra pletórico. Una forma como otra cualquiera de respetar. Ke asko, que en euskera significa cuánto humo.

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