Esta forma de vivir es muy respetable, de igual modo que lo es la iniciativa del Gobierno de darle un revolcón a la legislación religiosa. La idea es revisarla para acoplarla a la realidad española y, tomando prestada una costumbre judía, ya hay quien se está rasgando las vestiduras sin saber de qué va el asunto. Siempre me ha llamado la atención que en desfiles procesionales se toque el himno nacional cuando sale o entra la Virgen, siendo judía de territorio palestino. Cuesta entenderlo. Del mismo modo que es inasumible que un cuerpo policial de un Estado aconfesional tenga como patrona a la misma imagen, cuando muchos de sus miembros son españoles musulmanes.
Durante su mandato como alcalde de Zamora, el hoy flamante diputado Antonio Vázquez hacía subir a la Virgen de la Concha escaleras arriba en su Ayuntamiento, como una concejala más. Éstas y otras prácticas que padecemos a diario chirrían sobremanera. Una mañana la televisión pública estatal retransmitía una misa y en el altar lucían la bandera española y la vaticana, junto a otra más de andar por casa. Qué cosas tan extrañas. En muchos colegios el crucifijo vigila la atención que muestran los alumnos. Qué estridente.
La Iglesia católica no paga impuestos locales por los solares. En cambio, pagamos a sus profesores con dinero público y luego los depuran si se divorcian. Qué sofoco. Las demás confesiones gastan la mitad de su presupuesto en seguridad y los vecinos no les quieren tener cerca. Qué singular. Pero a nuestro hombre de orden todo le parece bien y las cosas son como Dios manda. Él salta de la cama nigeriana musulmana a una caribeña cristiana sin despeinarse, siempre durante los días en que se encuentra pletórico. Una forma como otra cualquiera de respetar. Ke asko, que en euskera significa cuánto humo.