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Reclutar en la mezquita

La Brigada Al Andalus se reunió y buscó combatientes para la yihad en el gran templo musulmán de la M-30.

Gracias a la investigación del juez Pablo Ruz, se ha sabido que los miembros de la Brigada Al Andalus se reunían en la cafetería de la gran mezquita de la M-30, hacían proselitismo entre los que acudían a orar y hasta recaudaban fondos para el terrorismo islamista. La brigada se encargaba de reclutar combatientes para la yihad islámica en Siria o Irak. En el momento de ser desmantelada había enviado ya a siete combatientes a Siria y otros seis estaban preparados para partir.

El sumario del caso matiza una idea arraigada entre los expertos en terrorismo islámico: que la labor de captación y proselitismo no se realiza en Europa a la luz del día sino a través de Internet. Desde luego, este sigue siendo un medio muy idóneo para establecer y mantener contactos, pero lo ocurrido en el caso de la mezquita de la M-30 indica que no debe bajarse la guardia en la vigilancia de estos recintos por muchos indicios que haya de que los islamistas radicales no los consideren ya seguros.

Sorprende que la actividad de la brigada pasara tan inadvertida. Ciertamente, en una mezquita a la que cada viernes acuden más de 1.500 personas a orar se actúa más discretamente que en un pequeño oratorio. Pero algunas fuentes de la propia comunidad musulmana han encontrado extraño que no se hubiera encendido ninguna alarma entre los responsables. El líder carismático del grupo no era un personaje anónimo: Lahcen Ikrassien, que había estado preso en Guantánamo en 2001 y había sido juzgado y absuelto en España en 2006. Otro de los miembros había sido “recomendado”, según el auto del juez, para ejercer de imán en Yunquera de Henares, en donde llegó a dar clases de Coran y árabe a niños de la comunidad musulmana.

Ya sea por contacto personal o a través de Internet, lo cierto es que el reclutamiento de combatientes encuentra el campo abonado en la labor previa de oratorios y mezquitas en los que predomina la visión más arcaica e intransigente del islam. Las fuerzas de seguridad deben extremar la vigilancia, pero es la comunidad musulmana la que más puede hacer para evitar que sus lugares de oración se conviertan en el caladero del que surgen los combatientes que siembran el terror.

 

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