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«Recibí una paliza ante el capellán castrense»

Gente corriente | Manuel Gutiérrez Fiel sin miedo. Este testigo de Jehová pasó 10 años en las cárceles de Franco por negarse a tocar las armas.

-Yo era católico, apostólico y romano. Iba cada domingo a misa, hacía ejercicios espirituales y cantaba a los leprosos de los bosques de Verdún.

-¿Entonces? ¿Por qué se pasó a los testigos de Jehová?

-Trabajaba en La Maquinista Terrestre y Marítima, donde estudié para delineante. A los 18 años, como sabía mucho de planos, me propusieron ser verificador. Un fresador de mi sección, que era testigo de Jehová, me dio un librito, Uno más uno más uno es igual a uno. La trinidad no es bíblica.

-Y usted se lo leyó.

SEnDSí. Y con la Biblia en la mano, comprobé que la palabra santísima trinidad no aparecía en ninguna parte. Y la Biblia enseña la verdad. El que tiene que ser adorado es Dios [Jehová], no Jesús. ¡Eso me lo tenía que haber enseñado un cura, no un compañero fresador! ¡Me sentí engañado! Nunca más volví a la parroquia.

-Radical.

-Me liberé de supersticiones. Estaba dando mi vida por el Dios que nos dio vida. Era una manera de vivir el cristianismo, no una manera de creer. Cuando tuve suficientes conocimientos, fui a la congregación de Sant Andreu, mi barrio. Pero el proselitismo era un delito perseguido por el franquismo.

-¿Se refiere a ir de puerta en puerta?

-Sí. Y si no hablas de la palabra de Dios no puedes ser testigo de Jehová. Yo lo hacía con mucha cautela, los sábados y domingos por la mañana.

-Lo pescaron, deduzco.

-No. Llegó el momento en que me llamaron de la caja de reclutamiento, y la Biblia dice: «Aunque andamos en la carne, no guerreamos según lo que somos en la carne» (2º Corintios 10, 3 y 4). No pensaba hacer nada que me mandara un militar. Escribí una carta al capitán general de la Cuarta Región Militar, la llevé en persona y su secretario me dijo: «Te estás poniendo en una posición desgraciada».

-Objetar era una temeridad.

-Pues el 6 de marzo de 1964 me presenté en el Cuartel de Automovilismo de Sant Boi. Y allí empezó un encierro que duró 10 años, hasta que salió la ley de objeción.

-Supongo que intentaron hacerle cambiar de parecer.

-Por todos los medios. Primero lo intentaron dialogando. Fui de despacho en despacho. Luego me aislaron. Los militares creyeron que la manera de socavar mi entereza era no poder ver a mi madre, pero ella acabó convirtiéndose a los Testigos de Jehová y yo seguí firme. Había hecho un pacto con Dios. Él dice que si somos obedientes hasta morir nos dará vida eterna.

-Podían haberle fusilado, don Manuel.

-Llegué a pensar que me matarían. Después de pasar un año en Sant Boi y otro en la Modelo, al acabar la segunda condena me consideraron un irreformable y me mandaron al batallón de disciplina de El Aaiún, en África, con los legionarios. Allí recibí una paliza tremenda delante del capellán castrense. ¡Lo consintió! Y sabiendo que no podemos comer sangre, nos ponían todos los días morcilla. El coronel dijo que respondía de nuestra muerte.

-¿Usted estaba dispuesto a morir de inanición?

-Hay gente que muere por la patria, ¿no? Pues es mayor el honor de morir por Dios. Pero el comandante acabó haciendo un poco de trampa y ponía la morcilla día sí, día no. De El Aaiún me llevaron a Cádiz, donde estuve otros cinco años.

-¿Resultó menos duro?

-Sí. Allí hice colchas.

-Entonces, sí obedecía órdenes.

-Eso sí me lo permitía la religión, porque ya estaba condenado. Hubo militares que nos trataron de cobardes y antipatriotas, pero otros, en especial los oficiales, nos consideraban hombres de honor. Dentro del penal también me casé, en 1972, y concebí a la primera de mis tres hijas.

-En 1974 quedó libre.

-Tenía que empezar de cero. Decidí ir con mi esposa a donde hubiera pocos testigos. Yo ya estaba capacitado para enseñar, era ministro, y nos fuimos a Bagà, en el Berguedà. Formamos dos congregaciones.

-¿Se fue con puesto de trabajo?

-No. Estaba dispuesto a hacer de payés o de pastor, porque lo primero es dar el Evangelio y después, el trabajo. Pero acredité mis conocimientos de La Maquinista, y me ofrecieron ser maquinista para clasificar carbón en Carbones de Berga. Estuvimos allí 16 años. Luego en Barcelona ejercí otros 15 como camarero.

-Nunca ambicionó el éxito…

-Para mí el gran éxito reside en mi lealtad a Dios.

Manuel Gutierrez

Albert Beltrán

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