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Rechazo suizo a los minaretes

Si la consulta es en sí un despropósito político, sus resultados me parecen más preocupantes aún

La convocatoria del referendo sobre la construcción de minaretes en Suiza me parece un completo despropósito desde cualquier punto de vista: político, religioso, jurídico, ético, cívico, etcétera. Veamos por qué. Los derechos humanos, reconocidos en la Declaración Universal de la ONU, en las constituciones de los estados democráticos y en el Tratado de Roma, deben ser reconocidos y aceptados por la ciudadanía y no pueden ser objeto de referendo ni sometidos a consulta de los ciudadanos. Se aceptan porque constituyen la columna vertebral del Estado de derecho. Hacer un referendo en torno a ellos es ponerlos en riesgo de ser rechazados por la ciudadanía.
Esto es lo que ha sucedido en Suiza al someter a consulta un derecho fundamental cual es la libertad religiosa y lo que conlleva: la libertad de creencias y el derecho a construir lugares de culto donde se hacen visibles las religiones y puedan reunirse las comunidades religiosas para celebrar sus ritos. El hecho mismo de convocar el referendo sobre la construcción de minaretes en las mezquitas y no hacerlo sobre los lugares sagrados de otras tradiciones religiosas atenta contra la igualdad de las religiones y es un claro signo de discriminación de los ciudadanos musulmanes por sus creencias.

Tal decisión del Gobierno suizo resulta difícil de entender, teniendo en cuenta el clima sociorreligioso de ese país y de Europa en general. Veamos por qué. Una de las señas de identidad del continente europeo, desde el Renacimiento a nuestros días, es el doble fenómeno de la secularización de la sociedad, entendida como emancipación de las realidades temporales (cultura, política, ciencia, derecho) de toda tutela religiosa, y de la laicidad del Estado, por lo que la religión no constituye el principio de estructuración y de organización del Estado y de sus instituciones, y el Estado se muestra neutral en cuanto a las creencias religiosas. El resultado de ambos procesos es el hecho mayor del pluralismo religioso y el reconocimiento del libre ejercicio de los diferentes sistemas de creencias, sin otros límites que el respeto al Estado de derecho y la renuncia a la violencia en la defensa de sus ideas.
El momento literario estelar de reconocimiento de dicho pluralismo en Europa es el drama Natán el Sabio, de Gotthold Ephraim Lessing, la obra más emblemática a favor de la tolerancia y del diálogo entre judaísmo, cristianismo e islam en plena Ilustración. Cualquier retroceso nos devuelve al medievo, que se movía en un único universo religioso: el de la cristiandad, que imponía por decreto la unidad religiosa como base de la unidad política e imponía la fe cristiana a todos los ciudadanos como elemento fundamental de la identidad cultural. Así se llegaba a identificar Europa con la cristiandad, y los valores occidentales, con los cristianos, considerando los de otras tradiciones religiosas como fenómenos erráticos que había que combatir. Tal identificación opera aún en el imaginario social, quizá influido por campañas confesionales que apelan a las raíces cristianas de Europa.
Si la consulta constituye en sí un despropósito político y resulta improcedente, sus resultados me parecen más preocupantes aún. Casi un 60% de los votantes se ha mostrado contrarios a la construcción de minaretes. Lo que responde a la ola xenófoba provocada por algunas campañas políticas celebradas en Suiza. Bien podrían calificarse de inducidos. E incluso pudieran llevar a otros gobiernos a convocatorias similares y a los ciudadanos de otros países a responder igual,
¿Cómo interpretar estos resultados? Creo que son una forma de explotar el miedo al islam a partir de estereotipos que, como tales, no tienen fundamento, sino que son construcciones ideológicas interesadas de determinadas organizaciones políticas e incluso de Occidente en su guerra con el islam por la hegemonía política, cultural y económica. Son, además, un signo de intolerancia y discriminación religiosas y de islamofobia. Si las autoridades suizas pusieran en práctica la voluntad de los ciudadanos, estarían actuando en contra de los compromisos asumidos por los derechos humanos.

Como han reconocido los obispos suizos y el Vaticano, la prohibición de la construcción de los minaretes puede aumentar los problemas de convivencia entre ciudadanos pertenecientes a diferentes tradiciones religiosas, amenaza la libertad religiosa de los ciudadanos y dificulta la apertura al otro. Peor aún, sigue afirmando el Vaticano, los resultados responden a la «lógica de exclusión», que es contraria al «espíritu evangélico» –partidario de la inclusividad– y al ecumenismo, que debe caracterizar el comportamiento de los cristianos en relación con las otras religiones. Ali Gomaa, el gran Mufti de Egipto, ha calificado, creo que certeramente, los resultados del referendo como «una humillación» para los musulmanes. Yo voy más allá y afirmo con Le Monde que es la «victoria de la islamofobia», la «derrota de la razón» y la quiebra de la diversidad religiosa, uno de los pilares sobre los que se ha construido la Europa moderna.

*Autor de Islam. Cultura, religión y política (Trotta, Madrid, 2009)

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