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Recelo en la mezquita de Moscú

Los bombardeos rusos en Siria ahondan la brecha entre los musulmanes y el poder en Rusia

Huele a nuevo en la mezquita catedral de Moscú, inauguradahace un mes por el presidente Vladímir Putin. La vasta sala de oración, llamada a convertirse en el centro espiritual de los dos millones de musulmanes que residen en la capital rusa, está coronada por una enorme cúpula de 46 metros de altura, de la que cuelga una fastuosa lámpara de araña. A diario, en las horas que transcurren entre la puesta de sol y la medianoche, decenas de creyentes se congregan en el lugar y departen relajadamente, sentados en una cálida moqueta, esperando a que el imán llame a la oración de ‘al isha’, la última del día.

Abdul Karim, un hombre que ronda la cuarentena y que llegó a Moscú hace decenios procedente de Asia Central pero aún carece de pasaporte ruso, se muestra escéptico sobre el futuro de las relaciones entre musulmanes y autoridades rusas, pese a la flamante construcción, que el Gobierno califica con orgullo como el centro de culto islámico más grande de Europa. «Sí, tenemos una mezquita nueva, y también centenares de cámaras de televisión vigilándonos», constata. El santuario recién estrenado, apunta este hombre de negocios, «no obviará las arbitrariedades que sufren a diario los musulmanes en Rusia, como la posibilidad de ser expulsados solo por cometer una infracción administrativa», es decir una multa de tráfico o similar.

En esta atmósfera de desconfianza, dos discursos surgen a raíz de la campaña de bombardeos rusos contra posiciones rebeldes en Siria. Por un lado, el de los dirigentes próximos al poder político, quienes asumen la línea oficial del Kremlin y defienden la legitimidad de la campaña militar; por otro, emergen con fuerza las voces de líderes tradicionalmente posicionados en la crítica al sistema, quienes denuncian a viva voz lo que califican de «nuevo ataque a los musulmanes».

DISIDENTES

Geidar Yamal, filósofo y activista social, preside el Comité Islámico de Rusia y pertenece al grupo de disidentes que no esconden su malestar. Desde puntos de vista que podrían calificarse de ‘marxismo islámico’, intenta desmontar, en un apartamento cercano al bulevar Pokrovskiy, en el centro de Moscú, los argumentos que difunde el poder ruso para justificar la misión.

«Están bombardeando a musulmanes; si a usted le bombardearan, por supuesto, no estaría feliz», apunta.«Esta campaña es una operación de relaciones públicas, destinada a que Occidente perdone la anexión de Crimea, pero coloca a Rusia en una posición muy difícil ante el mundo musulmán», continúa, tras cuestionar la legitimidad de Bashar el Asad: «¿Cómo nos pueden decir que es el presidente legítimo de Siria si el poder mismo en Rusia, heredado de las autoridades que bombardearon el Parlamento [en 1993], es ilegítimo?».

En cambio, Rustam Batírov, vicepresidente de la Dirección Espiritual de Musulmanes de Tatarstán, se adhiere sin fisuras en una conversación telefónica desde Kazán a la línea trazada por Moscú.«No hay musulmanes en el Estado Islámico», sentencia antes de justificar el despliegue de la fuerza aérea rusa en Oriente Próximo:«Defiende un Gobierno legal».

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