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Reagan-Bush El factor religioso

Los funerales de Ronald Reagan, que introducirán al ex presidente de Estados Unidos en el nicho del mítico folclore imperial, servirán al actual jefe de la Casa Blanca, George W. Bush, para reforzar la doctrina del destino manifiesto y su teología de la guerra sin fin, con la mirada puesta en millones de votantes cristianos neoconservadores católicos y protestantes y evangélicos fundamentalistas, que podrían asegurarle un nuevo mandato al frente de la Oficina Oval.

En su campaña por la relección, Bush, quien llegó a la presidencia en noviembre de 2000 gracias al sufragio de 14 millones de evangélicos blancos (40 % del total de votos que recibió), está tratando de elevar esa cifra a 19 millones. Espera contar, también, con la adhesión de 4 millones de cristianos fundamentalistas que no salieron a votar en aquella ocasión. Esa es la razón fundamental por la que Bush ha recurrido, con frecuencia, a un discurso de cruzada maniqueo (la lucha bíblica del bien contra el mal), que explota una imagen religiosa fanatizada en el contexto de una cultura anglo-protestante como fundamento del llamado sueño americano.

El símil con las campañas de Reagan en 1980 y 1984 es inevitable. En ambas ocasiones el ex cowboy de Hollywood logró capitalizar el aggiornamento en la sociedad y en la política estadunidense hacia un conservadurismo de masas, como respuesta a la crisis de consenso ante la erosión y ruptura de un poderoso consentimiento liberal, cuyo eje era el Estado de Bienestar, situación que se agudizó con la derrota militar en el sudeste asiático y la emergencia del síndrome de Vietnam. Expresión de una ideología en tiempos de crisis, la reacción antiliberal englobó posiciones heterogéneas que, no obstante, adhirieron sin fisuras a una propuesta capitalista (propiedad privada, libre mercado, economía competitiva), con eje en la democracia neoliberal impulsada por la escuela monetarista de Milton Friedman (el dogma del “mercado total” y su terapia de más mercado y menos Estado, aderezada con desregulaciones, privatizaciones y flexibilización laboral), el anticomunismo militante y énfasis en los asuntos morales y culturales, signados por su tradicionalismo y sus afanes desecularizantes. Irrumpió así un dualismo peculiar, donde el mercado apareció sacralizado como el bien y ley de la naturaleza, mientras se demonizaba al socialismo-comunismo (“hijos de las tinieblas”), identificado como algo contra natura.

En esa reorganización de la ideología dominante, que con fines propagandístico fue asimilada durante el reaganismo a una “revolución conservadora”, tuvieron peso fundamental sectores religiosos tradicionalistas, protestantes y católicos, entre los que destacaron las falanges del movimiento Pro Vida, la denominada Iglesia electrónica (televangelistas) y la constelación Moon, así como agrupaciones emergentes englobadas en la Nueva Derecha, impulsora de un fundamentalismo milenarista y apocalíptico, como el pregonado por la Mayoría Moral, de Jerry Falwell y Pat Robertson; la Coalición Americana por Valores Tradicionales, de Tim La Haye, y la Mesa Redonda Religiosa, una suerte de politburó del fundamentalismo cristiano, que reunió a 56 caudillos evangélicos encabezados por Ed Mc-Ateer y James Robinson.

El común denominador de esas “conexiones religiosas” del conservadurismo de masas -complementado ideológicamente por think tanks (centros de pensamiento), comités de acción  política y agencias de cabildeo (o lobbying) como la Fundación Heritage y el Instituto sobre Religión y Democracia de Michael Novak-, fue que impulsaron de manera intolerante y dogmática cuestiones como la verdad bíblica revelada, la comunidad, el localismo, las jerarquías sociales, la autoridad patriarcal, el conservadurismo sexual (adversario del aborto, el feminismo, la homosexualidad, la educación sexual escolar, el divorcio, la contracepción, las drogas), la defensa del “creacionismo” versus “evolucionismo”, la moral absoluta y, por ende, una visión orgánica de la sociedad. (el todo sobre el individuo). Expresiones con matrices resacralizantes que, además, en ese periodo robustecieron sus lazos con la comunidad militar y de inteligencia, reivindicaron un Estado-nación fuerte y una política exterior expansionista, y aportaron una  red de nutridas organizaciones de base así como el uso intensivo de los medios de comunicación y la  correspondencia directa por computación, a la guerra encubierta de Reagan contra el sandinismo (incluida la operación Irán-contras), Cuba y las guerrillas centroamericanas, la Iglesia popular y la teología de la liberación, en alianza con el papa polaco, Karol Wojtyla.

Bajo el reaganismo, la oferta religiosa no sólo conllevó una teología, una pastoral y un modelo eclesial, sino que vehiculizó y legitimó una agenda política y militar, colocando la religión en un terreno de acción política directa, incluso en el electoral, lo que convirtió a las iglesias en espacio de lucha ideológica abierta. El propio Reagan asumió esa función justificadora al utilizar argumentos religiosos de corte fundamentalista en sus campañas y discursos políticos que, así, se transmutaron en “púlpitos” teológicos. En declaración recogida por The New York Times, fechada en Dallas el 23 de agosto de 1980, Reagan aseguró que la Biblia era la respuesta a todos los males de la humanidad: “Por cierto, es hecho incontrovertible que todas las complejas y horrendas cuestiones que nos confrontan en nuestro país y en el mundo tienen respuesta en un solo libro (la Biblia)”.

Por su parte, George W. Bush, quien igual que Reagan considera la teoría de la evolución como una más entre otras -y más allá de la polémica que enfrenta a Laura Bush y Nancy Reagan sobre las células madres en torno al mal de Alzheimer-, se reivindica como cristiano “renacido” (ha dicho que “se volvió a Jesucristo” para superar su adicción al alcohol y “encontré la fe”), y cree (o dice creer) en la importancia de la oración a la hora de definir las políticas interior y exterior de Estados Unidos: “(Soy) un hombre que reza en la Oficina Oval”, aseguró en junio de 2003 ante una congregación de Oregon. Los cristianos renacidos creen en la verdad literal de la Biblia, incluido el retorno de los judíos a sus tierras bíblicas y en el segundo advenimiento de Jesús (junto con la conversión o desaparición de los judíos), lo que los convierte, como afirma el historiador estadunidense Gabriel Jackson, “en aliados circunstanciales de los conservadores que apoyan a Israel en su lucha centenaria con los habitantes árabes de la Palestina bíblica”; una referencia implícita al grupo de neoconservadores radicales y sionistas de ultraderecha, discípulos del filósofo Leo Strauss -ideólogo de la “guerra perpetua”-, que conforman el círculo aúlico de Bush, entre ellos Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Elliot Abrams, Abram Shulsky, William Kristol, Robert Kagan y Richard Perle.

Desde que se volvió cristiano evangélico, a finales de los años 80, Bush adoptó un lenguaje seudorreligioso, primero como gobernador de Texas -donde incluso proclamó oficialmente el 10 de junio como Día de la Biblia-, y luego como presidente de Estados Unidos. Al iniciar su segundo mandato como gobernador, confió a su amigo Richard Lamb, dirigente de la Convención Bautista, su creencia de que “Dios quiere que yo sea presidente”. En diciembre de 1999, en debate de campaña, afirmó que Jesucristo es su “filósofo político favorito”. Según el propio Lamb, el mesianismo de Bush lo ha llevado a afirmar que “es el mensajero divino” en Irak. Cercano a los predicadores fundamentalistas Tim La Haye y Jerry Falwell, la cruzada de Bush contra los herejes de Medio Oriente ha estado signada por un lenguaje semántico, maniqueo: con Estados Unidos (los buenos) o con los “terroristas” (el “enemigo” islámico, los malos). El 20 de marzo de 2003, al anunciar las operaciones militares para la “liberación” de Irak, dijo que Estados Unidos estaba haciendo “el trabajo de Dios en la Tierra (…) Dios está de nuestro lado”.

El uso de un lenguaje orwelliano con fines legitimadores (la guerra como política, la defensa como agresión), alcanzó incluso a altos mandos del Pentágono, como el general William Jerry Boykin, vicesecretario para la inteligencia, quien desde el púlpito de una iglesia bautista en Oklahoma predicó que “Satanás desea destruir a Estados Unidos”, denostó al Islam como “religión idólatra, blasfema y sacrílega” y dijo que Bush “fue nombrado por Dios” (William Arkin, Los Angeles Times, 16.X.2003). Según constata Sidney Blumenthal, en The Guardian, el ex comandante de la fuerza de elite Delta no fue relevado ni transferido. En ese momento, Boykin se encontraba “en el núcleo de una operación secreta para guantanamizar la prisión de Abu Ghraib”. Se reunió en Guantánamo, Cuba, con el teniente coronel Geoffrey Miller, a cargo del Campo Rayos X, y por órdenes de Donald Rumsfeld le ordenó viajar a Irak, para aplicar sus “métodos” carcelarios (la tortura científica) en aquella prisión iraquí; la suplantación de facto de la Convención de Ginebra por la “ley bíblica”.

La doctrina Bush de la guerra perpetua, que en la mejor tradición del puritanismo anglosajón recupera el argumento del derecho natural y abreva enel Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe (1904), que justifica la intervención militar y policial de Estados Unidos en cualquier parte del mundo “en interés propio y de la humanidad”, es la coartada que busca encubrir el carácter nacional chovinista, religioso, imperial de quienes se asumen como “pueblo elegido”, con la “misión” de “civilizar” al mundo. Para los herejes, el anuncio de los evangélicos fundamentalistas, reza: “¡Arrepiéntanse! ¡Se acerca el día del juicio final! ¡Sólo los nacidos otra vez se salvarán!” En sintonía, el mensaje de George W. Bush es claro: o se está con Dios o contra Dios, es decir, en favor o en contra de los intereses de Estados Unidos.

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