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Quiero ser médico, no rabino: cómo algunos judíos ultraortodoxos están entrando en el mundo laboral

En 2017, el número de judíos ultraortodoxos en Israel superó por primera vez el millón, lo que representa el 12% de la población. Para el año 2065 se espera que representen un tercio de la población del país

Conseguir que los estudiantes alcanzaran el nivel académico exigido no fue el único reto. Otra cuestión a abordar fue la segregación de hombres y mujeres

Desde que era un niño de tres años, Yehuda Sabiner ha alimentado en secreto su sueño de convertirse en médico. Sin embargo, era un sueño que parecía imposible: creció en una de las comunidades de judíos ultraortodoxos más estrictas de Israel.

Su educación se centró en el estudio de la religión; primero en una escuela privada que apenas impartía las asignaturas generales y más tarde en una yeshiva, una escuela religiosa, donde durante 14 horas diarias estudiaba textos sagrados. Sabiner, un alumno aventajado y brillante, estaba destinado a convertirse en un importante rabino.

Nunca abandonó su sueño. Cuando cumplió 21 años, confesó su deseo a su mujer. Ella se quedó horrorizada. Se había casado con él tras dar por sentado que su marido sería un líder religioso de la comunidad. Además, él no tenía conocimientos científicos. A pesar de ello, Sabiner no claudicó.

Siete años más tarde, Sabiner, que ahora tiene 28 años, cursa el último curso de la carrera de Medicina. Será la primera persona que nació y creció en una comunidad jaredí de Israel que se convierte en médico. Le gustaría especializarse en medicina interna.

Sabiner ha participado en un programa pionero de la Universidad Technion de Haifa para atraer a jóvenes judíos ultraortodoxos, o jaredíes de comunidades reacias a impartir asignaturas de educación general o a permitir que sus miembros se integren al mundo laboral.

Las cifras de jaredíes que participan en este programa siguen siendo pequeñas: unos 60 estudiantes sobre una población estudiantil de 10.000. “La idea es que en cinco años ya sean 200 y en diez años, 400”, señala el profesor Boaz Golani, vicepresidente de la universidad. “Involucrar a la comunidad jaredí es importante para Israel. El hecho de que comunidades enteras vivan al margen de la sociedad y apenas interactúen con los demás no es algo positivo. Es un caldo de cultivo para la tensión y la hostilidad”.

En 2017, el número de judíos ultraortodoxos en Israel superó por primera vez el millón, lo que representa el 12% de la población. Para el año 2065 se espera que representen un tercio de la población del país.

Tradicionalmente, los jaredíes no han sido económicamente activos. Muchos pasan su tiempo estudiando textos sagrados y mantienen a sus numerosas familias, tienen un promedio de siete hijos, con ayudas estatales. En los últimos años el Gobierno israelí y las instituciones educativas han impulsado medidas para integrar a los jaredíes en universidades y empresas.

“Hace unos años el ministerio de transporte impulsó una iniciativa porque necesitaba más ingenieros”, indica Golani. Si la Universidad Technion pudiera conseguir que los estudiantes jaredíes se matricularan a sus clases, se podrían cubrir estas vacantes.

“Contactamos con las yeshivas de Bnei Brak (una ciudad ultraortodoxa cerca de Tel Aviv). Algunos rabinos nos escucharon. Queríamos reclutar a los jóvenes que tuvieran la capacidad intelectual para superar los criterios de admisión, y que no fueran vistos por su comunidad como los próximos líderes rabínicos.

“Les aseguramos que no intentaríamos cambiar el estilo de vida de estos estudiantes, como por ejemplo, intentar influir en su estricto código de vestir o sus oraciones. Intentamos ser muy respetuosos y discretos”, afirma.

El equipo de la Universidad Technion seleccionó a 37 jóvenes para un programa preuniversitario que se llevó a cabo en una nave de alquiler en Bnei Brak. Durante 18 meses, los maestros trataron de cerrar una brecha de 12 años en la educación para que los estudiantes jaredíes alcanzaran el nivel de un graduado de la escuela secundaria.

Los alumnos estudiaron de las ocho de la mañana a las diez de la noche. “Fue como un entrenamiento militar, muy intensivo”, explica Golani: “En las Yeshivas han adquirido mucha disciplina y trabajan duro, saben concentrarse, pensar de forma lógica, así que aprovechamos estas habilidades”. Al final del programa, cerca de la mitad fueron admitidos en la universidad; se graduaron este verano.

Conseguir que los estudiantes alcanzaran el nivel académico exigido no fue el único reto. Otra cuestión a abordar fue la segregación de hombres y mujeres, una norma en las comunidades jaredíes. “Les dejamos claro desde el inicio que en nuestro campus no separamos a los estudiantes. Les sugerimos que llegaran diez minutos antes al aula y que se sentaran juntos. Nuestra propuesta les pareció bien. También les dijimos que nuestra universidad tiene profesoras y que no íbamos a decirles que no podían dar clase ante algunos alumnos. Lo aceptaron”.

Otro tema clave es el uso de Internet. “Todos los estudiantes jaredíes tienen dos teléfonos; el teléfono kosher, sin aplicaciones, y un Smartphone normal donde tienen una aplicación que archiva todas las páginas web consultadas y manda un informe a una persona designada de su comunidad”.

Algunos estudiantes jaredíes han sido marginados por sus comunidades. “A una de nuestras estudiantes sus amigas ya no le hablan. Otro estudiante me ha dicho que durante años ha hecho creer a su esposa y a su familia que se había ido a estudiar a otra yeshiva y no sabían que estaba en la Technion”.

La Universidad también tiene un programa para captar a estudiantes árabes. “Esto suele ser más fácil porque sus comunidades son las primeras interesadas en que tengan acceso a la educación superior y, por lo tanto, la resistencia de su entorno es mucho menor”, puntualiza Golani.

Considera que era esencial integrar en el mercado laboral del país “recursos sin explotar”, en referencia a los árabe-israelíes y los judíos ultraortodoxos. “La economía de Israel depende en gran medida del sector de la alta tecnología. Es la locomotora que transporta todo el tren de la economía israelí. Pero no tenemos suficientes profesionales. Israel es un país pequeño; no somos ni India ni China”, indica.

Cuando Sabiner asumió el desafío de convertirse en médico, tuvo que enfrentarse a reacciones de escepticismo. “Me dijeron que no conseguiría ponerme al día (académicamente) y ser aceptado, que nunca llegaría a ser médico”, explica. Sin embargo, el equipo de la Universidad Technion “creyó en mí cuando nadie más lo hacía”.

“Estaba seguro de que quería dedicarme a la medicina. Estudié día y noche, con un bebé en el hombro y con la ayuda de mi mujer. Terminé (el programa preuniversitario) con un 99% en todas las materias y entré en Medicina”.

“Primero, lo mantuve en secreto y solo lo sabía mi núcleo familiar. Más tarde pasó a ser un secreto a voces y todos seguían mi evolución. Al final, el 99% de mis conocidos me animaba”.

Ahora que ya es consciente de que pronto tendrá el título, quiere animar a otros jaredíes a seguir sus pasos. “Cuando me embarqué en esta aventura dije que no quería ser un caso aislado. Así que creé un grupo en una red social y expliqué a otros jaredíes qué tenían que hacer para convertirse en médicos. En estos momentos, 35 de ellos estudian medicina”.

Cree que la mentalidad está cambiando y que cada vez habrá más entendimiento mutuo e integración. “La gente entiende que no somos como una lata de Coca-cola en una cadena de producción. Somos personas. Si queremos estudiar medicina, deberíamos estudiar medicina. Si queremos ser abogados, deberíamos ser abogados. Y si quieres estudiar la torá, adelante”.

Traducido por Emma Reverter

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