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Quema del Corán: crónica de un horror

Hace unos días, los miembros de una pequeña y desconocida iglesia cristiana de Florida anunciaron que quemarían ejemplares del Corán, pero además que convertirían la fecha del 11-S en el día mundial de la destrucción de cualquier obra islámica. El pastor Terry Jones, impertérrito ante la presión internacional, ha creado un enlace en Facebook que lleva el nombre de International Burn a Quran Day donde invita a colaborar con la hoguera que arderá en Gainesville el día prometido entre las seis y las nueve de la tarde.

Lo triste, lo trágico, es la cantidad de veces que este incidente ha ocurrido con consecuencias amargas. Heinrich Heine, por ejemplo, escribió en Almansor (1821): "Allí donde queman libros, acaban quemando hombres". La frase es bastante citada; lo que acaso se ha olvidado (no sé si por mala fe) es que se refiere a la quema de ejemplares del Corán ocurrido en la ciudad de Granada tras su conquista por los Reyes Católicos. A saber, un sacerdote llamado Francisco Jiménez de Cisneros, en 1500, ordenó recoger cualquier edición de libros árabes, y especialmente del Corán, y decidió que fueran sometidos al juicio implacable de las llamas. Más de 5.000 volúmenes fueron incinerados, pero como rasgo singular el sacerdote ha pasado a la historia como el fundador de la noble Universidad de Alcalá.

Durante la captura de Trípoli, en 1109, los cruzados buscaron cualquier ejemplar del Corán para quemarlo. Pensaban que era una obra del mal y merecía el fuego. Asimismo, una misteriosa edición de 1537 del Corán, fue destruida por una instrucción directa del Papa. Hasta hace pocos años, se creía que no había quedado ninguna copia, pero en verdad hay una sola en el mundo, descubierta por Angela Nuovo en la Biblioteca dei Fratri Minori de San Michele, en Isola, Venecia. Podría tratarse de uno de los libros más raros de la historia.

El 11 de junio de 1992 se anunció la ejecución de cuatro personas en la ciudad santa de Mashhad, provincia de Khorasan. Sus nombres eran: Javad Ganjkhanlou, Golamhossein Pourshirzad, Ali Sadeqi y Hamid Javid. Todos ellos fueron detenidos en Mashhad el 30 de mayo de 1992 en relación con los disturbios que se habían producido en esa ciudad. Se les declaró convictos de varios cargos, pero Ali Sadeqi fue también acusado de quemar miles de ejemplares del Corán, pues era el jefe del ataque contra el edificio de la Organización de Propagación Islámica en la que ardió una gigantesca biblioteca.

Se cree que desde 1992 hasta el final de la guerra en Bosnia, los serbios dañaron 188 bibliotecas -43 completamente destruidas- y devastaron 1.200 mezquitas, y esa cuenta aún está incompleta. Miles de ejemplares del Corán fueron purgados y desaparecidos.

En 1998, un librero francés de cuyo nombre no quieren acordarse los medios europeos fue condenado a dos años de suspensión por destruir libros musulmanes y arábigos en una Biblioteca Municipal de París. El fanático escondía los libros árabes y los llevaba a su casa, donde los quemaba para evitar que pudieran leerse.

En abril de 2003, durante la toma de Bagdad por las tropas de EE UU, cientos de ejemplares del Corán desaparecieron en el incendio de la Biblioteca Nacional y en el Centro Cultural Bayt Al Hikma.

¿Por qué destruir el Corán? ¿Por qué tanto odio contra un libro? Un intento de entender lo que sucede debería señalar que el ataque responde al significado cultural y religioso del escrito. El islam, con 1.200 millones de seguidores, transformó el mundo con un mensaje que aún sigue vivo: "No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta". Al parecer, el ángel Gabriel reveló durante 23 años a Mahoma lo que vendría a ser el Corán, un conjunto de 114 suras o capítulos, compuestos de más de 6.000 aleyas. Con los años, esa obra, cuyo nombre alude a la recitación, sería sagrada. Baste decir que es imposible recitar el texto sin purificarse, que el libro es cuidadosamente envuelto en seda o en una tela adornada y colocado en una posición elevada y que la mayor gloria del musulmán es memorizarlo. Quienes lo hacen ganan el título de Hafiz.

Se cree que recitado de cierta manera produce milagros. La perfección de la caligrafía con que está escrito supone un acto piadoso. Antes de ser transcrito por Zhaid ibn Thabit, ocupó hojas de palmera, huesos planos de camello, piezas de madera o pergamino.

Es imposible que el lector haya escuchado hablar de una computadora o de un coche sagrado, pero sabe (como lo supo Borges) de libros considerados sagrados. El libro viene a ser para muchas sociedades, además de un monumento a la memoria, una manifestación divina de un espíritu superior, como lo pone en evidencia que en 56 túneles de las montañas Chiltan en la comunidad de Quetta, en Pakistán, un grupo de sirvientes se desvive hoy por custodiar un cementerio con 70.000 bolsas que resguardan ejemplares dañados del Corán. Estos depósitos son llamados Jabal-E-Noor-Ul-Quran.

Y, sin embargo, como libro sagrado el Corán adquiere paradójicamente otra condición y es la de ser un libro perseguido como símbolo. Quienes hoy quieren quemarlo saben lo que hacen, al igual que sus predecesores: intentan cambiar el sentido de una fecha como el 11-S y provocar la más feroz persecución religiosa del siglo XXI.

Fernando Báez es autor de Historia universal de la destrucción de libros (Editorial Destino).

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