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¡Que se vayan al infierno!

En cierto sentido, la historia de la religión es la historia de la insensatez humana. El infierno (del latín infernum o inferus: inferior, subterráneo) es el lugar donde después de la muerte son torturadas los almas de los pecadores.

La teología cristiana ha discutido mucho a lo largo de la historia sobre si quien va al infierno es para toda la eternidad o si Dios puede salvar alguna de las almas. Hubo épocas en las cuales se pensó que al final todos los que han caído en el fuego eterno serán liberados al final de los tiempos. En el siglo III se dijo que nanay… que quien va al infierno es para siempre en un permanente crujir de huesos y temblor de dientes. Luego, que si es un estado de alejamiento de Dios y poco más. No se aclaran.

Los ateos -palabra curiosa que niega la existencia de Dios utilizando la palabra Dios- tenemos la suerte de librarnos del debido temor al averno y sus pompas. Hay mucha gente en este mundo que tiene una clara conciencia ética y no espera a cambio recompensas posmórtem. Hay mucha gente que no acepta la negación de su cuerpo en esta vida con falsas promesas de otra mejor. Hay muchos que quieren mejorar este mundo por si acaso no hay otro.

Además, los apocalípticos y los escatológicos, los que creen en el infierno, cada vez lo tienen peor. Es muy difícil asustar con un infierno tipo Els pastorets cuando aquí mucha gente ya anda en el desespero.

En muchas zonas del planeta el infierno habría estado siempre presente, pero por consabido lo hemos ignorado o desatendido. Lo que ocurre es que ahora el infierno asoma en Europa, en España y en Catalunya.

Nuevas cifras del paro y más gente en el desasosiego. El infierno más cruel concebible es el del tedio , la inacción y la asfixia económica del parado. Si a la incertidumbre y la imposibilidad de incidir en el mundo que nos rodea, le añadimos la posible pérdida del hogar y la fragilidad de la autoestima, ya tenemos el infierno real.

Ya se habla del victim blaming, que define la culpabilidad del enfermo. ¿Por qué tengo que pagar con mis impuestos el tratamiento de cáncer de pulmón a los que fuman? ¿Por qué tengo que pagar los tratamientos contra el sida si yo no mantengo prácticas de riesgo? ¿Por qué tengo que pagar la operación de un conductor que circulaba a 140 si yo no piso el acelerador?

La enfermedad como merecido castigo divino ha servido durante siglos para culpabilizar moralmente a los enfermos en un ejercicio de sadismo ilimitado.

Se oyen voces que claman contra la picaresca de quienes cobrando el paro «hacen chapuzas y cobran en negro». Si se produce algún abuso, que se investigue, pero ojo con la diabólica tendencia a culpabilizar colectivamente. Es inhumano que los parados, los que cobran los subsidios posteriores y los que ya no cobran nada sientan además la carga emocional del incumplimiento o la infracción.

A todos los que viven el infierno del paro, que jamás crean merecerlo en modo alguno. A los que nos amenazan además con un castigo eterno, que se vayan al infierno y ardan para siempre en él.

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