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¿Qué papel tiene la religión en la lucha contra el racismo?

SOS Racisme-Catalunya defiende una sociedad diversa y mestiza, en tanto que considera que es la única manera posible de construcción social que tenga en cuenta la realidad en la que nos movemos.

En nuestras ciudades hace años que conviven personas de distintas procedencias, con distintas culturas, religiones, colores de piel y maneras de ver el mundo. Es por eso que se hace más que necesario, imprescindible, construir una sociedad, una manera de organizar el espacio común desde esa diversidad; un modelo que permita que cada particularidad pueda aportar sus perspectivas y su singularidad en esa construcción conjunta.

En esta apuesta por la construcción de la sociedad desde el mestizaje la laicidad aparece como un elemento central. No podemos negar que las religiones, más allá de la fe los individuos, juegan un papel importante en la construcción cultural. Es por eso que la laicidad tiene ese papel fundamental, en tanto que diferentes realidades tienen que ponerse de acuerdo a la hora de crear un espacio conjunto. Es necesario que ese espacio sea de neutralidad, para así asegurar que la distintas opciones son respetadas y tienen posibilidad de desarrollarse.

La asociación SOS Racisme-Catalunya se creó en Barcelona en el 1989 con el objetivo de luchar por una sociedad igualitaria, donde los ciudadanos y ciudadanas gozaran realmente de los mismos derechos y oportunidades independientemente de su origen, su color de piel, religión o cultura. Una sociedad que defendiera los Derechos Humanos desde la lucha contra el racismo y la xenofobia.

Nuestro marco de actuación es, entonces, el racismo entendido como cualquier forma de discriminación, segregación o agresión a las personas por motivo de su origen étnico o nacional, por el color de la piel, creencias religiosas o por prácticas culturales, y diferenciando entre el racismo institucional, que es el que se ejerce desde las administraciones públicas y los gobiernos, mediante políticas, leyes y discursos discriminatorios, y el racismo social, que es el que se da en los lugares de convivencia, situando así el origen de los problemas y conflictos cotidianos, en las diferencias derivadas de la cultura, religión o nacionalidad.

Mientras el primero consiste en recortar derechos a las personas inmigradas que ven limitada su realidad de ciudadano o ciudadana y están condicionados por políticas segregadoras y exclusivas, dentro de una sociedad que ya tiene un marco legal para el resto de la población, en el segundo caso, se dan situaciones de racismo que sufren muchas personas en su vida diaria en muy diferentes espacios: en la comunidad de vecinos, en el barrio, en el lugar de trabajo, la escuela, en los centros de ocio, por la calle, etc.

Ambos están fuertemente ligados e interrelacionados: uno de los motivos del mantenimiento racismo institucional es la buena acogida que las leyes segregadoras y discriminatorias pueden tener entre un sector determinado de la población, y el rédito electoral que esto puede conllevar. Y uno de los principales motores del racismo social son precisamente las leyes que generan categorías de ciudadanos con diferentes niveles de derechos y libertades reconocidas, y los discursos políticos que perpetúan tópicos y prejuicios que estigmatizan las minorías.

Por otro lado, debemos enfatizar en el hecho de que cuando hablamos de racismo, especialmente el racismo social, no lo podemos circunscribir únicamente a las personas que han venido a vivir aquí desde un país extranjero. Éste también afecta al pueblo gitano, los ciudadanos de origen inmigrante pero que llevan muchos años viviendo en nuestro país, a los jóvenes hijos e hijas de personas inmigrantes que han nacido aquí o que vinieron con sus padres de bien pequeños, a los niños y niñas provenientes de adopciones internacionales y a los menores no acompañados. Un amplio grupo, muy diverso entre sí, que puede pertenecer a estratos sociales muy diferentes, pero que sufren de un mismo mal: el racismo.

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Jóvenes y laicidad INJUVE 91 dic 2010

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